Escribe Volpi en Leer la mente que somos humanos gracias al arte. Añade que la
ficción nos antecede, que nosotros somos, a fin de cuentas, ficción. Nada nuevo
ahí (como él mismo reconoce); pero quizás más complejo de lo que aparenta ser.
Quizás más difícil pensar la ficción—y las realidades ficción—en la novela ya
clásica de Volpi, En busca de Klingsor.
Novela del cambio de milenio bien merece una relectura a pesar de su pretensión
a ratos insoportable y su lenguaje demasiado estudiado que denotan un intento
solo comparable con el de su autor en convertirse en el nuevo Paz mexicano.
La historia de Gustav Links y la del teniente
Francis Bacon se comienza a escribir (si podemos creerle a la ficción) al mismo
tiempo que el ingreso del país al NAFTA y simultáneo al levantamiento
zapatista. Su escritura concluye cuando el PRI da su (hoy sabemos falso)
estertor. Evidentemente no hay inocencia en la vida de Links o de Bacon,
tampoco en la repensada escritura de Volpi, en su tour de forcé europeo a
través de los años 20, 30 y 40 de una Europa donde se destruye el sueño de la
ilustración y de nuestra culpable incapacidad (que muchos hubieran preferido
que siguiese igual).
Cabrera
Infante cuando le dio el premio Biblioteca Breve comentó que era una novela
alemana escrita en español. El humor del genial escritor cubano no deja títere
con cabeza: sí, esta novela alemana escrita en español puede ser leída como una
reflexión tardía de los cambios que se viven en la América Latina de los 90s.
La
novela, como dice el mismo autor, es el lugar ideal para las reflexiones
globales. En esta, se reflexiona bastante, a ratos demasiado: desde la
incertidumbre como principio de la física que se traslada a la creación
literaria y a toda gesta interpretativa. Pues ahí se establece el paralelo,
alegoría medieval, que recorre toda la novela: no hay diferencia entre la
física y la literatura. La pregunta es obvia: ¿cuál es la bomba atómica de la
segunda? Como sucede con los gatos de la física, mientras más nos acercamos en
literatura a descubrir qué es eso que nos convence de esa realidad de la
ficción, más nos alejamos de la posibilidad de comprenderlo. Mientras más nos
aproximamos a Klingsor, menos podemos saberlo. Algunos reclaman que con esta
novela y su pasión por la ópera, Volpi se sitúa en una tradición postmoderna
que, en tierras latinoamericanas, hubo iniciado Borges. Literatura del sur que
funciona como contradiscurso y que se propone como “desterritorialización del
discurso del logos como discurso de la verdad a través de estructuras narrativas
que superan aquella forma de organización basada en la raíz, la esencia y el
fundamento ontológico.” ¿En serio? ¿Todo eso? Y yo que pensaba que en el fondo
el único problema era que no podíamos descubrir la verdad, que Links mismo ha
llegado a un momento en que él no puede saber la realidad. El mismo es incapaz
de saber si él es Klingsor o no. Y con él, el lector y la lectora que a estas
alturas ya no están tan desocupados.
Otros
prefieren ver en esta busca, un nuevo paradigma postcolonial. Una escritura de
la doble periferia, en la que se escribe historia desde la narrativa y una
historia el centro (dizque Europa) desde el margen (dizque México). La verdad
es que esto me convence aún menos. Más
allá de intenciones o desintenciones, que al final poco interesan, si hay algo
que En busca no quiere ser es un
texto periférico. Cabrera Infante tiene razón: es una novela alemana y los
alemanes no son periféricos.
Pero,
está bien, quizás si haya algunas complicaciones de índole germánico francesa.
El texto se descentra, se pierde, se miente a sí mismo, se laberentiza (¿qué
diría Borges de esa palabra?). Bacon puede ser quien busca el centro del
laberinto, él y su doppelgänger, Links, en su enfrentamiento con el minotauro
(la idea no es mía, la pueden googlear fácilmente); un laberinto que es muchos
laberintos…
Entonces
la novela puede ser muchas cosas:
El Fiat
Lux, Mehr Licht, el comienzo Goethiano que torna la idea de la verdad como
iluminación, en algo imposible. Hitler, por supuesto, no puede aceptar la luz:
basta de luz (la misma lucha de la literatura por iluminar y des-cubrir). Pero
lo que sabemos lo sabemos desde la voz de Links. Un narrador bastante poco
fiable desde su posición de locura. Entonces, a quién creer. Posición de
excepcionalidad y de testigo de todo el siglo. Links escribe desde un doble
afuera: un afuera de la razón, un afuera del tiempo.
La narración, como toda observación, modifica
aquello que estudia su sujeto; o sea, estamos ante un planteo teórico y
estético, literario, también. Contar el siglo desde la caída del socialismo
real.
La
novela se pregunta por el motivo de sí misma y a ratos eso nos pasa a nosotros.
¿Hasta qué punto la teoría es la novela? ¿Hasta qué punto la busca de Klingsor
no es demasiada excusa? ¿Hasta qué punto queremos creer la ficción de la
ficción?
Volpi
narra un momento de transformación mundial a nivel de las ciencias que cambió
nuestra percepción de la realidad; a nivel político, cambia el orden mundial
(todo eso referido al pasado que se narra en la novela) y está escribiendo en
un momento de transformación y consolidación neoliberal en México. ¿Tiene
sentido pensar eso en conjunto? O sea: ¿cuál es la política de Klingsor? O,
como se dijera hace muchos años: ¿Cuánto vale el show?
La indecibilidad, la imposibilidad de saber,
de llegar a la verdad es, finalmente, el motivo central. En eso, como dicho, la
literatura y las matemáticas (o, ya que estamos, la historia también) no se
diferencian: ambas son solo un acercamiento a una versión de la realidad. Y ahí
radica lo más divertido—en todos sus sentidos—de la novela. En que podemos
leerla sin nunca llegar a saber, en que la traición de los personajes y de los
científicos, es la traición de la escritura y la lectura. ¿Novela alemana? Ni
modo.