¿Existen
los matrimonios y las relaciones felices? Si le hacemos caso a Tolstoi,
diríamos que sí, pero que no sirven para la literatura. Estos relatos son una
nueva reescritura de ese axioma (que, dicho sea de paso, quizá no solo sea
cierto para la literatura). Veamos: son cinco cuentos que tratan de relaciones
de pareja. “El matrimonio de los peces rojos” termina con el divorcio: “Los
motivos por los cuales nos dejamos son mucho más difusos pero igual de
irrevocables”; “Guerra en los basureros” trata de la vida de un niño que debe
sobrevivir con sus tíos por la separación de sus padres; “Felina” de los
avatares de un embarazo no deseado-luego sí-luego ya no hay nada que hacer;
“Hongos” de la relación de una violinista casada con su amante ídem también
músico; y “La serpiente de Beijín”, desde la perspectiva del hijo, del
matrimonio de un dramaturgo chino adoptado por padres franceses y una actriz
holandesa, que se destruye irremediablemente (“mi padre… se sumergió cada vez
más en ese desconsuelo que caracterizó los últimos años de su vida”). Vistos
así, estos relatos bien podrían aparecer en las páginas del consultorio
sentimental de una de esas muchas revistas del corazón. Pero para suerte de los
lectores (casados o divorciados) estos textos emplean las relaciones humanas
para, precisamente, cuestionar radicalmente el carácter de ambos lados de la
ecuación. Sí, estas narraciones, desconcertantes y hermosas, nos obligan a
preguntarnos por el sentido de toda relación ( y con ello de la tan consabida
búsqueda del yo—de quién es el que yo soy y el que puedo ser) y, aún más
radicalmente, por el sentido de lo humano. Heidegger planteaba que el animal
era pobre de mundo y que carecía de Dasein. Estos cuentos nos llevan, en una
lógica que nos recuerda a Derrida, Kafka y Cortázar, a ver las cosas de otro
modo, a repensar nuestra relación con el mundo. Esto es algo que ya leímos en
esa jocosa y tenebrosa a la vez descripción del ciego submundo del DF, que
Nettel efectuaba en El huésped, donde
otro, un alien, se apoderaba poco a poco de Ana. Ahora no hay tanto posesión
como compenetración, a un nivel que, admito, para algunos lectores puede ser
excesivo o pedagógico en demasía. Se salva del didactismo, no obstante, porque
no hay salida posible, porque si de algo somos reflejo es de la violencia de su
mundo en nuestro mundo. Y viceversa.
“Axolotl”
jugaba con la perspectiva, el paralaje, del narrador. Nettel consciente que no
se vale reiterar aquello (que más allá de la parodia quedaría un vacío de
repetición), busca mostrar el otro lado desde el recurso a la literatura misma;
esto es, los personajes leen para aprender, saber y conocer a los animales que
conviven con ello. Los protagonistas del primer cuento aprenden de sus peces,
“luchadores de Siam” –de cuyas vidas ellos son un remedo—en los libros. Leer permite
la comprensión no solo de la vida acuática sino también de la de ellos mismos:
qué hacer cuando todo está por terminar. No, no hay respuestas; pero sí el
conocimiento permite una mejor aceptación de lo que sucede. Así, la literatura
se convierte en una peculiar fuente de saber, de rescate. Así como dos de los
peces pelean, se hieren y, al final, deberán morir, la pareja despliega las
aletas y escamas de su amor repitiendo un guión que, ahora sabemos, lleva
milenios escribiéndose.
¿Cómo
podría haberse salvado Gregorio Samsa de su condena? Imposible. No hay
salvación. ¿O sí? En la delirante “Guerra en los basureros”, las cucarachas que
se toman la casa de clase media alta de la tía Claudine donde se va a vivir de
once años, resisten toda trampa y todo veneno. Excepto la estrategia más
sencilla y, al mismo tiempo, brutal: convertirse en el menú de cada día. Sí,
tal cual. En el momento en que Claudine dejando de lado sus prejuicios
burgueses (por decir) da el vamos a la coleópterofagia, las parientes de Samsa
deben dar marcha atrás. La caracterización de la anodina vida de la familia de
clase media alta es notable –la sirvienta Isabel y, en particular, su
silenciosa madre Clemencia, parodian el conocimiento ancestral que hemos
perdido con la modernidad. Así y todo no debemos olvidar la perspectiva desde
la que se narra la historia: el niño de once años ya es un profesor de biología
especialista en insectos. Nuevamente el conocimiento (académico, científico) es
el que busca dar el marco a una realidad que necesariamente se escapa. Lo que
le sucedió a los once años, la guerra de las cucarachas, es algo que queda
fuera de la explicación racional para el profesor universitario. El saber es
otro. El saber es la literatura.
Peces,
escarabajos y gatos. En “Felina” el embarazo de la gata reemplaza
simbólicamente el fallido de la narradora que, gracias a la pérdida, puede proseguir sus estudios de postgrado en
un lugar llamado Princeton. “Los vínculos entre los animales y los seres
humanos pueden ser tan complejos como aquellos que nos unen a la gente”;
comienza un tanto obvio el relato, para recordarnos después que “yo también era
un animal” y que ella iba a reaccionar igual que lo haría su gata Greta (¿por
Garbo?). Lo explícito del relato busca reforzar la pregunta final por el
sentido de la libertad en tanto toma o no de decisión—y, por ese mismo intento
reflexivo excesivo, el cuento cae en una propedéutica innecesaria.
Los dos
cuentos finales, además de tratar de otras especies –hongos y ofidios- tienen
como protagonistas a artistas. Quizá sea en esta relación, la que por cierto
apunta a la de la escritora con su obra y su cuerpo (de la que leíamos en El cuerpo en que nací), la búsqueda
fundamental de los relatos. Esto es, comprender el sentido y la violencia de la
creación. Porque más allá de las relaciones con los otros, sean estos humanos o
no, (o más acá), lo que está en cuestión es nuestra relación con nosotros mismos
y con la capacidad nuestra de crear (lo que nos hace humanos es la posibilidad
de hacer arte, así de simple). La violinista que decide convivir con sus hongos
mientras mantiene su affaire, el
dramaturgo que compra una serpiente para destruir el amor de su amante, son
todos modos, metáforas diría alguien, de intentar dar una respuesta a esa búsqueda
incesante, inefable e infinita que es la literatura.