Insoportable. J. Volpi y su voz.
Despreciable. J. Volpi y sus actos. Tierno. J.Volpi y su juego de querer ser
insoportable y de demostrar su despreciabilidad. El problema, digámoslo ya, no
va por esos lados, sino en la desigualdad terrible entre el presente y el
pasado; entre la novela y el documental, o, lo que se dibuja como documental
ficticio –buen juego, digámoslo también- de la crisis del 2008. En otras
palabras: el narrador es insufrible y, al saberse tal, logra a ratos hacernos
reír. Pero no lo suficiente. Y cuando se pone serio y se convierte en un
novelista (ya que capaz que J. Volpi sea uno de esos especímenes) le viene
mucho mejor la rémora del tiempo que la presura del hoy.
Y además está la ópera, un conocido gusto
de otro J. Volpi. Quizá las coincidencias no sean solo eso. Pero, again, vale la pena reírnos de la risa
que se ríe de sí misma.
Si uno logra superar lo insoportable de
la voz, Memorial del engaño puede ser
incluso educativa y a ratos curiosa y divertida. El narrador es un pequeño estafador
como muchos otros o como lo somos todos, pero por las circunstancias de la vida
le cae la posibilidad de serlo en grande. Nada especial hasta ahí; más bien la
historia de un esquema a lo Ponzi más, de aquellos que escuchamos demasiado.
Pero qué tal si aquel ser fuese hijo de
convencidos comunistas, y si uno de esos rojos hubiese ayudado a crear uno de
los centros neurálgicos del comunismo actual: el FMI. Ahí va esa trama que
dispara hacia el pasado, entre espías, espionajes, cédulas secretas, suicidios
y verdades que se van develando poco a poco y que siempre esperan y posibilitan
una nueva vuelta de tuerca, y otra. Y ahí está lo mejor de la novela, del
contar y del decir que tiene Volpi. En esto, como también en la explicación a la
científica de la crisis, recuerda bastante a su clásico En busca de Klingsor (una novela que
también persigue la forma y la voz de una ópera).
Los dejos a Le Carre, los soplos de
novela negra funcionan muy bien, tal vez porque en aquellos momentos la
amalgama entre la voz de J.Volpi y lo que sucede hagan estallar la más radical
realidad de la ficción: todo pudo ser cierto pero no importa. En cambio, cuando
nos vamos al presente, que es más que nada una búsqueda por ese pasado (la
búsqueda por el padre, una Odisea más, un padre perdido, nada nuevo sub sole),
la historia y el cuento se tambalea. Y no tanto por las explicaciones técnicas
(de hecho bienvenidas sean más allá de la verdad o no de ellas, eso da lo
mismo), sino lamentablemente por el exceso de corrección de la sorpresa que
maneja Volpi: porque el personaje a sabiendas se caricaturiza a sí mismo, es
mucho él. Es lo que tiene que ser y esa realidad no nos abruma ni nos deleita;
en demasiadas ocasiones nos aburre. Bryce Echenique era capaz de reírse de sí
mismo, de sus personajes inverosímiles; Volpi quiere hacer aquello, mas corto
se queda. Y seamos justos: este J. Volpi es un gran caracterizador, escribidor
de personajes. Y aquel otro que también escribe se debe de haber reído mucho al
escribir todo esto; reírse de su esposa Leah o del cliché de su amante y socio
Vikram, reírse de algunos amigos convirtiéndolos en cantantes de ópera; reírse,
en fin, de lo mismo que todos los críticos podrían decir de su novela: lo que
en algún momento se llamó el paratexto (todo aquello que no es parte de la
novela propiamente tal pero está escrito en el libro, como la contraportada,
los comentarios de críticos como Straus-Kuhn, la biografía del autor, la
existencia de un traductor y un título original (Deceit), y un cuidado etc.) es
ingenioso y tiene, como en una ópera bufa, gracia.
Con todo, no es raro que Memorial del engaño, desde su mismo
título, termine siendo una crítica a los causantes de la crisis. Por más mal
chico que J. Volpi sea, nos queda claro que gente como él fue la culpable de lo
que padecieron muchos. Es curioso que el cinismo del personaje no le alcance
para ser de verdad un hijo de puta.
No, es un buen tipo que no hace lo que sabe es bueno porque tiene un miedo a
ser su padre o algún rollo similar, me dijo una amiga que no pudo terminar la
novela.
Jorge Volpi, el otro, el que escribe
novelas en lugares sabidos (y al que también, según me cuentan, le gusta la
ópera), lleva muchos años queriendo ser el nuevo Paz. Vaya a saber uno si lo va
a lograr o no. Yo adivino no soy. Pero si se trata de esta novela, digamos que nos
quedamos esperando por una mejor aria.