Casi por casualidad en la librería
Rosario Castellanos, en Ciudad de México, me encontré hace unos meses con Volverse Palestina de Lina Meruane, que
por estos días es presentado en la Feria de Santiago. Leerlo sin poder dejarlo,
agarrándose a las palabras como un náufrago a su esperanza en medio de la
tempestad, fue una revolución y un regreso. Una revolución porque es una
escritura que nos invita y nos obliga a volver a querer nuestras propias
historias y las de los demás ante la certeza que siempre somos también de aquel
lugar donde nunca hemos estado. Y un regreso imposible en el tiempo y en la
memoria, en la tierra y en el aire.
“Regresar. Ese es el verbo que me asalta
cada vez que pienso en la posibilidad de Palestina.” Así comienza su viaje la
escritura; una vuelta a una posibilidad. Porque Palestina es tanto un regreso
al pasado de la narradora –a la historia de su familia—como al de un pueblo. Y
es también una apertura al futuro: para ella volver a ser Palestina, un
volverse que es llegar a ser lo que siempre se ha sido; y el deseo del pueblo
palestino de poder constituirse, de volverse Palestina.
El tema del retorno al hogar –mítico,
real o deseado—nos acompaña desde hace tiempo en la literatura. Ulises, claro;
Gilgamesh y Kerouac, Cernuda y AC/DC. ¿Cuál es la vuelta de Meruane? Uno nunca
sabe si ha vuelto, admite en derrota-triunfo al final, escuchando la voz de
Zima, la voz de Ankar, amigos que se vuelven palestinos cada día, todos los
días.
Porque la llegada a la tierra prometida
inevitablemente nos deja indiferentes: mejor dicho, nos provoca un vacío que no
esperábamos. La viajera llega y sucede ese vacío y quizá sea la más radical de
las apuestas que se pueda hacer. Reconocimiento al origen que ya no y que
nunca. Y cuando eso sucede y aquello acontece, hay algo en la guata que me dice
huevón, todos somos palestinos.
(Hace algunos años, casi al azar, tomé un
avión al Líbano. Iba en busca de algo así como mis raíces, de algunas de ellas
al menos. No hallé a ningún familiar (todos habían muerto en la guerra, me
dijeron). Tampoco llegué al pueblo de dónde me habían dicho venía la familia de
mi abuelo. Me dijeron, de hecho, muchas cosas. En la frontera con Israel fue
mejor no cruzar. Bombas. El cielo y el suelo. La esperanza y la sangre, como
alvesre dijo Nicomedes. Es cierto: uno escribe tranquilamente sobre la
intranquilidad—pero es justamente lo que Meruane revierte: su tranquila
escritura despierta, nos despierta, la intranquilidad. Volver es volverse.)
Quizá el personaje más amable –como el
amor que se le expresa al desierto, a la playa de Barranquilla o la de Bahía
Salada—sea Jaser, el taxista que lleva a la narradora al aeropuerto en Nueva
York y que en nota final desaparece quizá volviendo. Espejo del padre, notamos:
porque toda búsqueda es otra búsqueda que es también nuestra búsqueda. Qué le
vamos a hacer, no nos queda otra: el padre quería volver. Y resulta inevitable
pensar y repetir las analogías, los paralelepípedos de opresión y de esperanza:
“los agentes de seguridad israelí, son idénticos a los tiras de la dictadura
chilena.” Y el tiempo pa’tras se
convierte en nuevo de nuevo presente. (Y quizá sabemos que nuestro hogar,
nuestra patria y nuestra matria quedan siempre más allá).
“Donde nadie se vea forzado a renunciar a
lo propio ni al derecho de reclamo.” Nadie. Y recuerdo que en alguna traducción
que leí, Ulises se hacía llamar así para escapar de los cíclopes: nadie. Donde
todos podamos ser lo que queremos ser: nadie. ¿En qué nos convierte un viaje?
¿Qué devenimos? ¿Qué dejamos de ser? Tal vez (pero solo tal vez) todo viaje nos
acerca a un tiempo anterior. Nos revuelve en nuestras entrañas y nos obliga a
descubrirnos un poco más. Se trata, a fin de cuentas, de volver, de querer
volver sabiendo que todo retorno es imposible, que esa felicidad está reservada
para aquellos que ya no la necesitan. Y es ahí, precisamente, en el intersticio
de esa imposibilidad, donde estalla la escritura (que se vuelve ella misma) de
Meruane. Podemos volver, podemos volver gracias a la escritura.
Pienso de nuevo en el Líbano, pienso en
el camino a Gazir, pienso en regresar, leo: “tu apellido no es meruane.” ¿Quién
eres tú?
Alguna vez nos dijeron que toda escritura
era un intento por conocerse a uno mismo. En ese sentido, toda escritura es un
volver a uno, un tratar de volver a uno. Volverse
Palestina es, en parte, un dibujo y una escritura de ese trayecto, pero es,
también, mucho más: es una apuesta por el trayecto, por creer que lo que
importa no es nunca llegar sino el camino. Porque en ello se nos va la vida. Y
eso no es poco.