Friday, October 17, 2014

Volverse Palestina, de Lina Meruane




Casi por casualidad en la librería Rosario Castellanos, en Ciudad de México, me encontré hace unos meses con Volverse Palestina de Lina Meruane, que por estos días es presentado en la Feria de Santiago. Leerlo sin poder dejarlo, agarrándose a las palabras como un náufrago a su esperanza en medio de la tempestad, fue una revolución y un regreso. Una revolución porque es una escritura que nos invita y nos obliga a volver a querer nuestras propias historias y las de los demás ante la certeza que siempre somos también de aquel lugar donde nunca hemos estado. Y un regreso imposible en el tiempo y en la memoria, en la tierra y en el aire.
“Regresar. Ese es el verbo que me asalta cada vez que pienso en la posibilidad de Palestina.” Así comienza su viaje la escritura; una vuelta a una posibilidad. Porque Palestina es tanto un regreso al pasado de la narradora –a la historia de su familia—como al de un pueblo. Y es también una apertura al futuro: para ella volver a ser Palestina, un volverse que es llegar a ser lo que siempre se ha sido; y el deseo del pueblo palestino de poder constituirse, de volverse Palestina.
El tema del retorno al hogar –mítico, real o deseado—nos acompaña desde hace tiempo en la literatura. Ulises, claro; Gilgamesh y Kerouac, Cernuda y AC/DC. ¿Cuál es la vuelta de Meruane? Uno nunca sabe si ha vuelto, admite en derrota-triunfo al final, escuchando la voz de Zima, la voz de Ankar, amigos que se vuelven palestinos cada día, todos los días.
Porque la llegada a la tierra prometida inevitablemente nos deja indiferentes: mejor dicho, nos provoca un vacío que no esperábamos. La viajera llega y sucede ese vacío y quizá sea la más radical de las apuestas que se pueda hacer. Reconocimiento al origen que ya no y que nunca. Y cuando eso sucede y aquello acontece, hay algo en la guata que me dice huevón, todos somos palestinos.   
(Hace algunos años, casi al azar, tomé un avión al Líbano. Iba en busca de algo así como mis raíces, de algunas de ellas al menos. No hallé a ningún familiar (todos habían muerto en la guerra, me dijeron). Tampoco llegué al pueblo de dónde me habían dicho venía la familia de mi abuelo. Me dijeron, de hecho, muchas cosas. En la frontera con Israel fue mejor no cruzar. Bombas. El cielo y el suelo. La esperanza y la sangre, como alvesre dijo Nicomedes. Es cierto: uno escribe tranquilamente sobre la intranquilidad—pero es justamente lo que Meruane revierte: su tranquila escritura despierta, nos despierta, la intranquilidad. Volver es volverse.)
Quizá el personaje más amable –como el amor que se le expresa al desierto, a la playa de Barranquilla o la de Bahía Salada—sea Jaser, el taxista que lleva a la narradora al aeropuerto en Nueva York y que en nota final desaparece quizá volviendo. Espejo del padre, notamos: porque toda búsqueda es otra búsqueda que es también nuestra búsqueda. Qué le vamos a hacer, no nos queda otra: el padre quería volver. Y resulta inevitable pensar y repetir las analogías, los paralelepípedos de opresión y de esperanza: “los agentes de seguridad israelí, son idénticos a los tiras de la dictadura chilena.” Y el tiempo pa’tras  se convierte en nuevo de nuevo presente. (Y quizá sabemos que nuestro hogar, nuestra patria y nuestra matria quedan siempre más allá).    
“Donde nadie se vea forzado a renunciar a lo propio ni al derecho de reclamo.” Nadie. Y recuerdo que en alguna traducción que leí, Ulises se hacía llamar así para escapar de los cíclopes: nadie. Donde todos podamos ser lo que queremos ser: nadie. ¿En qué nos convierte un viaje? ¿Qué devenimos? ¿Qué dejamos de ser? Tal vez (pero solo tal vez) todo viaje nos acerca a un tiempo anterior. Nos revuelve en nuestras entrañas y nos obliga a descubrirnos un poco más. Se trata, a fin de cuentas, de volver, de querer volver sabiendo que todo retorno es imposible, que esa felicidad está reservada para aquellos que ya no la necesitan. Y es ahí, precisamente, en el intersticio de esa imposibilidad, donde estalla la escritura (que se vuelve ella misma) de Meruane. Podemos volver, podemos volver gracias a la escritura.
Pienso de nuevo en el Líbano, pienso en el camino a Gazir, pienso en regresar, leo: “tu apellido no es meruane.” ¿Quién eres tú?

Alguna vez nos dijeron que toda escritura era un intento por conocerse a uno mismo. En ese sentido, toda escritura es un volver a uno, un tratar de volver a uno. Volverse Palestina es, en parte, un dibujo y una escritura de ese trayecto, pero es, también, mucho más: es una apuesta por el trayecto, por creer que lo que importa no es nunca llegar sino el camino. Porque en ello se nos va la vida. Y eso no es poco.