Wednesday, April 29, 2015

El libro de la semana: Después del invierno, de Guadalupe Nettel

(retomando la lectura después de un largo, demasiado largo, invierno). S. G.


Todos tenemos nuestras obsesiones. Algunos pocos tienen la posibilidad y el talento de largarlas en la escritura. Y aunque lo hagan una y otra vez, los menos, no dejan de asombrar, hacernos meditar e incluso, a ratos, entretener. Todo esto, y más, pasa con la última novela de Guadalupe Nettel, Después del invierno. Historia de amores cruzados de personajes obsesionados con los cementerios; cuyos cuerpos van destruyéndose poco a poco o son, literalmente, cercenados. El miedo al otro –en este caso extremado pues los otros son los muertos— y la presencia central de cuerpo nos recuerdan, claro está, a las novelas El huésped y El cuerpo en que nací y los relatos de Pétalos. En ellos, los cuerpos de los personajes estaban marcados por la ceguera, la invalidez, un párpado caído, la diferencia (cuando la protagonista escribe: “Mis dominios eran las calles de París, todas sus escaleras y sus refugios. Mis compañeros los marginales, los descarriados, los SDF y los demás parias”, me parecía estar viendo a Ana de El huésped). Esta novela da un paso más allá y es, además, estructuralmente, la más ambiciosa de Nettel.

Después del invierno cuenta las vidas de Cecilia en París y de Claudio en Nueva York; las narra desde sus propias voces –la insoportable y engreída del cubano; y la triste y nostálgica de la mexicana. A ratos los cubanismos de Claudio parecen un tanto forzados (¿pero no será nuestro saber a priori?) y su machismo un tanto caricaturesco, pero poco a poco nos damos cuenta que de eso se trata también: de la creación del personaje, de verlo como una literal creación literaria, y por eso, si bien nunca deja de ser insoportable y no nos provoca compasión ni siquiera al final cuando sucede algo que no voy a contar pero que debiera provocarla, termina siendo visceralmente real y violento. Cecilia, en tanto, resulta siempre más cercana. Su afición a los cementerios, su necrofilia no necrofílica, la entendemos como se entiende la tristeza. Claro, su opción de cuidar a Tom, el chico cuyo cuerpo está dejando de funcionar es mucho más hermosa que la relación de mutuo uso y abuso que Claudio sostiene con Ruth, una mujer rica y mayor de quien él, ciertamente, no está enamorado (y más bien desprecia).



Como ya sabíamos al leer la contratapa, las historias de los dos se cruzan, primero en París y luego en Nueva York. Amor a primera vista; comunicación mortal: ambos gustan de los camposantos, aunque por razones diferentes. Claudio quiere buscar escritores, nombres, buscar a Vallejo. Ella, contemplar la soledad. Los uno, es cierto, el vacío, el miedo, la ausencia y la muerte. Pero toda relación, nos dice la novela, es una apuesta por lo contrario, una apuesta total por la vida. Ninguno de las dos la hace. Sin mayores dramas (bueno, con un mínimo de drama) el resultado es esperable. Pero la vida sigue y en un gesto casi romántico, pero también realista, al final vemos a los niños jugando en el parque como símbolo de vida y de futuro que se opone a la compañía de los muertos y de la no-vida de los cementerios.

Pero los muertos no se han ido (podría ser el tema de una canción o el comienzo de un dudoso poema), siguen ahí. Tom dice que los escucha (como se escucha la música que apasiona a Claudio). Establecen un silencioso diálogo con los vivos. Y es en esa relación, a través de ella, que vamos descubriendo que las fronteras entre los dos mundos son mucho menos reales y  ciertas que lo que hemos creído (y querido creer). Escuchar a los muertos no se trata de entrar en diálogos parasicológicos o en extrañas sesiones de espiritismo. Los muertos están todo el tiempo con nosotros: el pasado está ahí. La memoria está aquí con nosotros y la construimos todo el tiempo. Y está marcada, irremediablemente, por el amor (o su fracaso). Tanto Claudio como Cecilia viven fuera de sus países de origen. En cierto sentido, viven en cementerios ellos también. Cementerios –sus vidas, las ciudades—a las que se les debe inyectar vida. Vivir después del invierno.




La literatura, como la música, como el amor, recorre estas hermosas páginas. Después del invierno  es también una reflexión sobre el sentido y la búsqueda de la palabra en los tiempo (de invierno) que corren. La realidad tiene versiones diferentes –como las que nos dan Cecilia y Claudio de su relación—; la realidad es esa novela que escribimos entre todos, cada uno con sus obsesiones y sus búsquedas, sus fallas, sus sueños y desde la precariedad de sus cuerpos que, no lo podemos olvidar, están cada día un poco más cercas de la muerte. Pero por lo mismo, por esa cercanía inevitable, es que debemos apostar cada vez más apostar por la vida.