Wednesday, February 4, 2015

El libro de la semana: Edén y Eva, de Huilo Ruales Hualca


¿Qué es el Edén? Quizás los lectores de Huilo Ruales recuerden su aparecida aparición en ese fantástico y fantasmal relato que es “las leyendas olvidadas de la tuentifor”. Ahora en la primera parte del la trilogía los Kitos Infiernos vuelve a aparecer distinto y otro, pero igualmente mágico y terrible. El Edén es el paraíso-infierno que crea la Madama, Murielle, Madre pero no Mamá, centro de su imperio que recuerda y remeda el de un país que podría ser cualquiera pero sucede que para estas cosas es Ecuador.



Es el Edén donde vive Eva; bueno, donde vive en parte, algunos años, porque sabemos que nadie puede vivir para siempre en el Edén, que siempre seremos expulsados de él, sobretodo si somos Eva y estamos condenadas al destierro, a la expulsión del paraíso que lo es solo en la memoria, porque solo en esa memoria y en la mentira de la infancia –aprendemos en la novela—es posible haber soñado con la felicidad, como le sucede a Jonathan, el sí padre pero ausente, esposo de la Murielle pero tampoco tanto, que llena su vida intentando llenar el vacío que dejó el pasado en ese pueblo que fueron sus años de niño.
Edén y Eva es un viaje implacable y hermoso por las calles de Kito, por la historia terrible de Europa y la triste y tardía de Ecuador; es un viaje donde las traiciones y las derrotas solo se superan con la aceptación del fracaso y donde la violencia lo permea todo. Donde el amor está siempre desapareciendo si es que ya no ha desaparecido. Y es también un viaje alucinante por el lenguaje y la poesía, llena de vueltas, idas, retruécanos, risas, parodias, silencios, malos entendidos que son los mejores y más poesía –de la pésima y de la mejor, fragmentos que nos recuerdan a Vallejo, Lihn, Neruda, Andrade y otros tantos que no conozco y canciones de salsa, merengue, un vallenato por ahí y un pasillo como no, y es como diría alguien una pasada y un goce. El mundo del Edén es también ese mundo del lenguaje: un paraíso que es necesariamente un infierno. Los Kofrades que se reúnen a compartir y destrizar su ya destrozada poesía son los únicos que se acercan a la verdad de la vida, pero ¿qué importa cual es la verdad? ¿Por qué suceden las cosas? Eva, ya Eva la loca, no se lo pregunta ni tampoco piensa en ello; su final deseo de venganza, que abre las puertas para la segunda y tercera parte, no es solo humano sino también divino, es un intento de regresar al paraíso de donde sopla esa tormenta que, como sabemos, algunos han llamado el progreso o algo así. Porque detrás de todo esto está el sueño de la modernidad del Ecuador, de América Latina y de más allá también, porque la Suiza que se muestra como futuro quizá no sea la que queramos como modelo. El futuro. Pero dejemos lo que viene para cuando tenga que suceder.



 OK: el Edén como microcosmos, como alegoría del país. Sí, pero hasta ahí nomás. Un poco, o un poco más: mejor dicho las actividades de la Madama, su economía, sus maquinaciones, su modo de generar su riqueza, claro está, nos muestran el de una clase que pone su mala clase delante de todo. Sin detenerse ante nada: después de la guerra, pobre pobre como un verso de Vallejo, abandona a su hermano en un orfanato y deja a su madre ciega y manca, para buscarse la vida. ¿Podemos culparla? La culpa es de la guerra, dice un personaje. ¿Y después? ¿De quién es la culpa? Lo que pasa es que la culpa la tenemos todos, porque todos vivimos en estos Kitos Infiernos alucinantes y alucinados. Hasta los poetas son culpables por no contaminar más con su poesía y por contaminar con ella: resumidamente, estamos jodidos (que, como dijera Celita, no es lo mismo que estar jodiendo).
El lenguaje de Ruales Hualca es capaz de aterciopelar su dureza y violencia sin quitarle su fuerza, digamosló, estética y política. Es un dibujo del mundo a través de palabras y es también una crítica terrible, desoladora de ese mundo. Al final solo podemos rescatar pedazos, fragmentos, instancias (oh, la tan añorada niñez, pero claro, mejor no acordarse de eso, ni siquiera en francés) y nos queda beber y beber como si el mundo se fuese acabar, pero entonces cuando todo está a punto de acabarse, cuando vamos a cerrar el capítulo y tomamos la decisión de decir ya no más, esto se acabó señoras y señores, justo en ese momento, con la pistola en la mano, apuntando hacia el corazón, apretando el gatillo, atreviéndonos a apretarlo, qué carajo, nos damos cuenta, como un poema de Celan, que no tenemos balas. Que solo nos queda la poesía.