Sunday, July 20, 2014

El libro de la semana: La pena máxima, de Santiago Roncagliolo


   

Haciendo un paréntesis en la escritura mexicana, y aprovechando el aire mundialero, leí esta nueva novela de Roncagliolo que apareció justo para la gesta deportiva. La pena máxima no es, claro está, una novela sobre fútbol. Pero el fútbol sí adquiere una relevancia en varios niveles. Primero, el relato se estructura alrededor del mes en que se jugó el Mundial de Argentina en 1978. La temporalidad de la novela es la del mundial. En el trasfondo (que es la superficie) se escucha los comentarios sobre los partidos que el seleccionado peruano debe jugar, los relatos de los partidos, las celebraciones de la gente, la desazón de la derrota y la algazara del triunfo. Luego, el fútbol subrepticiamente funciona también como metáfora de la realidad peruana y latinoamericana que la novela busca retratar. Es una novela publicada en la serie “negra” de Alfaguara y, como tal, cumple algunas de las reglas del género: un investigador, crímenes que deben ser resueltos, no todo es lo que parece, su dosis de romance, descubrimiento de una conspiración mucho mayor, que queda lejos del alcance y dominio del ‘detective’. Esta conspiración no es otra que la infame operación Cóndor. Así, un poco, La pena máxima se acerca a ratos peligrosamente a la construcción best-selleriana, la escritura un tanto esquematizada e incorporación de elementos probados. Por suerte, la novela es rescatada y con grandeza por su protagonista y, en menor medida, por los personajes secundarios.



            El personaje de Félix Chacaltana ya ocupa un sitial antológico en la literatura latinoamericana del siglo XXI. Hace ocho años, en Abril rojo, el Fiscal Chacaltana había tenido que enfrentarse a los poderes ocultos que estaban detrás del descuartizamiento de cuerpos en medio de la guerra entre Sendero y los militares. En esta, en términos hollywoodenses, precuela, Roncagliolo nos lleva a los inicios de la carrera de Félix: en 1978 es asistente de archivo y desde esa posición comienza a enterarse de un entramado político que combina la guerra sucia argentina, la represión en el Perú y el peso de la Guerra Civil española (recordemos que Franco recién muere en 1975).



            Félix es un personaje entrañable e imposible: su rectitud, inocencia e ingenuidad, le dan un aire de desvalido que poco a poco las circunstancias se encargan de deshacer. Sí, Félix vive apegado a la letra de la ley y a la ley de la letra, pero poco a poco se va dando cuenta que, sin dejar ese amor que más se parece a una obcecación, en la vida es necesario, a veces, vivir otra ley y otra letra. Pero él hace esto y llega a estas conclusiones sin querer hacerlo. En ese sentido, hay una radicalidad trágica en Chacaltana que le otorga una profundidad que a primera vista pareciera ausente (este sentido trágico llegará a su culminación al final de Abril rojo). Chacaltana poco a poco va desvelando la verdad; aunque sería más correcto decir que la verdad es develada a él. Así, hay una peculiar formación del asistente. Bildungsroman político y amoroso: Chacaltana descubre la (una) realidad de la política y la práctica del amor.
            Como dicho, nada es lo que parece: muchos de los personajes son dobles agentes, tienen secretos, vidas dobles; y aquello que pareciera ser lo opuesto a Félix –el hombre recto, honrado, de una vida ordenada—se revela como la caracterización más precisa y exacta de la existencia. Eso es lo que Félix debe aprender a la fuerza.



            Y detrás de todo esto, el fútbol. Sabido es que la dictadura genocida argentina usó el Mundial para ocultar el terror de esos días e intentar cambiar su rostro ante el mundo. En el Perú de la novela, el mundial también cumple una función de entretención y alienación –al jefe de Chacaltana, un personaje comiquísimo, lo único que le importa es ver los partidos de Perú, una alusión bastante directa a una forma de realizar política contemporánea--. Pero aquí se trata del regreso a la democracia, las elecciones que iniciarán ese proceso. La derrota de Perú en el Mundial (con lo que hasta el día de hoy ha sido su mejor equipo) se articula como el reverso de lo que sucede en el país. ¿O es más bien su reflejo, su espejo? ¿Y es un espejo cuya imagen se nos devuelve en nuestro presente? Esas interrogantes quedan pendientes, colgando, como un penal –la pena máxima—a punto de ser ejecutado.
            La novela deja abierta, además, la posibilidad de una nueva novela (al menos). Una que se sitúe entre esta y Abril rojo. Una en la que se relate el momento en que Félix se convierte en fiscal (a lo que aquí ya se apunta). Solo podemos elucubrar cual será el momento que escogerá Roncagliolo para esa nueva entrega y aventuras de Félix Chacaltana (en La pena máxima el mundial del 78; en Abril rojo una semana santa; siempre un lapso bien definido, lo cual, como decía, contribuye al suspenso y fuerza narrativa). Pero lo que es seguro es que hay Chacaltana para rato.



Monday, July 14, 2014

El libro de la semana: Nombre de Perro, de Élmer Mendoza


A poco el Zurdo. Desenvolviendo crímenes narrativas y narrativas criminales. Aquí de nuevo la violencia, el cómics, el lenguaje desfasado y deslenguado; la armazón desarmada, las voces, polifonía renacentista, que todas devienen de pronto una. Voces que dan una voz tan distinguible como el agua cristalina. Ahí un gran logro: en el caos el orden, en la violencia la literatura o algo que todavía se parece a ella. No es fácil de buenas a primeras entrarle y encajarle los dientes mandibulares a este texto; no se trata solo de ponerle atención básica, sino también de compenetrarse con la búsqueda lingüística que Mendoza elabora. Sí, para el desocupado que no maneje la jerga pop-mex-post puede a ratos tornarse un poco complejo y confuso. Pero sobre eso algo dijo hace unos años el gran Lezama. El lenguaje se descuajeringa: se abre violentamente, los dichos se redicen y resignifican, se dan vueltas. Todo, de este modo, crea un verdadero aquelarre de la palabra que es la vez poderoso y atractivo. La suma de acción se convierte en compañía ideal para ello: el ritmo es igualmente violento (sí, todas las violencias de las que hablaré en seguida, se suman forma-fondo, significado-significante), hay una prisa que quizá podría pasar por descuido, pero no si se trata de una cuidada lectura.



Entonces la violencia: la película que vimos la semana pasada está aquí acelerada, el asesinato de dentistas, las matanzas que se suceden, la venganza, una corrupción que ya deja de serlo. Y la política: Nombre de perro es una de las críticas más furibundas a la guerra contra el narco que lanzó con fanfarrias y claros clarines Calderón. Una guerra que se muestra en su sin sentido y en su radical ser: ha llegado a ser la mejor explicación de esos rizomas teóricos que tanto nos embelesaron hace unas décadas. La ficción supera a la teoría y al revés y también la realidad. Porque estamos todo el tiempo metidos en esta película que es la novela; la vemos –la visualidad es casi neorrealista—y la oímos, pues a cada instante las voces se acompañan de música: banda sonora que suena para todos los gustos, tirado para lo retro, medio cursilón, que nos obliga, por si todo lo otro no hubiese sido suficiente, a notar el carácter irónico de las páginas que corren. Pero, como sabemos y sabían muchos antes que nosotros, la ironía es una de las mejores maneras de cantarnos la verdad.  Novela irreal de lo real que es y entonces vuelve como golondrinas becquerianas. O, quizá podemos pensar, que la realidad se ve siempre interrumpida por la aparición de una realidad más profunda. Extrañamente, entre muchos de los recuerdos que trajo Nombre de perro a mi perdida memoria, estuvo el de La promesa Dürrenmatt, donde el detective fallaba porque en la vida, a veces, se falla. Aquí la posibilidad de la resolución pasa a un segundo plano o a un primero. Pero no importa. O no importa tanto, pero sí.



Y entonces también el Zurdo. A poco. En este mundo de detectives, policías y periodistas o profesores dados a la investigación, Mendieta merece un lugar y un sitial privilegiado. Queda por esperar, ciertamente, hasta dónde llegará, pero desde ya su originalidad y exquisita ética hacen de él uno de esos casos difíciles de olvidar. Ética contando, el Zurdo se inserta en esa serie de policías investigadores (para recordar al flaco Mandel: el police procedural), que –en cada iteración histórica que tiene va dando cuenta y al vesre de la relación crimen-ley de su momento. Pero más allá de tecnicismos, lo que importa es lo que llamo la entrañabilidad del personaje: el modo en que se convierte en, como dijera Luis Miguel, inolvidable. Preámbulo este para pensar en Mendieta en relación a (¿o se dice con relación a?) nuestro querido habitante de Ystad, Kurt Wallander. ¿No estaré acaso comparando peras con manzanas? Claro que sí. Y ese es justamente el punto: no se trata de modos de actuar, de pensamientos filosóficos, sino de un pathos que permea, que trasuda y traspiran los dos. Kurt, en la idílica Suecia, rara vez quebranta la ley. El Zurdo sabe que la ley no es algo que uno se pueda tomar solamente en serio—la ley está siempre en otra parte. Los dos también saben que la verdad es solo un detalle. Los dos, fundamentalmente, saben que la vida y en especial los corazones de los seres humanos son infinitos como un poema de Campoamor; esto es, desde sus años de soledad la gran lucha de los dos es intentar romper con la rocola de sus vidas.
Voy a leer las dos novelas anteriores del Zurdo para ver si mi iniciático alumbramiento se oscurece o no. Por mientras, me quedan dando vueltas las canciones y las estrellas que iluminan estas páginas. Y no es poco. A poco.


Monday, July 7, 2014

El libro de la semana: Corazón de Kaláshnikov, de Alejandro Páez Varela


Otra novela más de la violencia, otra novela más de la frontera, otra más que se regocija en el acercamiento obsceno y la descripción anatómica de la muerte. Otra más, pensé al comenzar estas páginas que corren rápidas, duras y, poco a poco, más y más interesadas e interesantes. Un ruso con tendencias formalistas diría que todo está en la construcción del relato, esto es, cómo se arma las piezas del rompecabezas. Fácilmente dicho: el orden en que suceden los hechos, el argumento, la fábula para seguir rusos, no necesariamente coincide con el modo y el orden en que se plasman los hechos en el texto. Claro: podemos partir por el final, luego saltarnos al medio y a dentro de un ratito más y por qué no algo antes que fue hace cincuenta años. El gran mérito de Corazón de Kaláshnikov, además del alma de su título, radica precisamente en el modo en que el puzle se arma. Historias que parecen sueltas, desperdigadas se reúnen, acontecimientos son explicados, peligrosamente todo comienza a tocarse y a formar una red de sentidos. Vamos atrás y adelante en el tiempo: anticipaciones, flashbacks que acentúan la violencia del presente, amores que sabemos de antemano están condenados al fracaso. Peligrosamente, decía, porque al explicarse y explicarnos las historias, de modo subrepticio se apunta a la explicación de la violencia misma, a sus razones, causas y devenires. Por suerte, Páez Varela evita una explanación total y categórica. Como el apodo de Mario Giancana, a quien “le llamaban El Sheik, sepa Dios por qué” –leitmotiv que se reitera una y otra vez—lo que en definitiva perdura es la imposibilidad de saber (del saberse de la violencia). Porque todo y todos caerán en ella, en una suerte de espiral, de maremágnum que no deja títere (y para el caso hombre o mujer) con cabeza.



Así, nos damos cuenta que las historias se comienzan a repetir; que los narradores vuelven una y otra vez a ciertos episodios intentando alumbrarlos, develar (correr el tupido velo que los cubre). Se entabla así una lucha a muerte entre la literatura, la capacidad narrativa y la realidad que se busca describir. Y este afán por llegar a esa imposible verdad ya está, ahora nos damos cuenta, en el mero inicio de la novela: “Perseguida por restos de pólvora en combustión, la bala abandonó la pistola .45 y se detuvo justo antes de entrar en el ojo izquierdo de Jessica para que ella  pudiera ver, como dicen que ven los condenados a muerte, su vida en un segundo”. Pero ante este comienzo brutal aunque profundamente literario, en seguida el narrador se arrepiente y se da cuenta que lo que contado no es lo que en realidad ha sucedido. La verdad es mucho más sencilla, menos poética: “No, otra vez. La bala entró por el ojo izquierdo de Jessica y salió por la nuca, seguida por un chorro de sangre y materia blanda… Ella no tuvo tiempo de ver pasar su vida en un instante, como dicen que se deja ver, porque lloraba conmovida mientras seguía por la tele…”. En esta versión no hay tiempo para el romanticismo: la muerte no da tiempo para ver la vida en un segundo. Sabemos, así, que no abundarán las concesiones, que la vida pasa demasiado rápido y que cuando nos queremos dar cuenta ya es demasiado tarde.



Corazón recuerda impajaritablemente a la parte de los crímenes de la muy mencionada 2666 de RB. (¿Será acaso que cualquier novela que hable de muertes en Ciudad Juárez y sobre todo de mujeres asesinadas nos obligue a pensar en la obra bolañesca—o más bien debiéramos remitirnos, como la hace Ferrari, a pensar que lo que hay aquí es un catálogo que es una reescritura del de la Ilíada?). Pero los efectos y sus artilugios son muy diferentes: aquí no existe el abismo y la inmensidad oscura de Bolaño; aquí se arma con rapidez y prima la parataxis y el diálogo breve. Hay momentos, extraños, de ternura, de rayos de luz en medio de la brutalidad y hay un poco de humor. Reírse de la muerte o reírse con la muerte. Vaya a saber uno. Pareciera que ya más que una película de Tarantino entramos a una versión dark de los tres chiflados: una muerte lleva necesariamente a otra, callejón sin salida que construye la frontera y los dos lados.
Novela de frontera, sueño de cruces y atravesamientos. El otro lado del río (que es un Aqueronte en el que todos pueden ser el tétrico barquero) es la salvación y la derrota: el gran desafío está en cómo escribir esa travesía que es física, dolorosamente corporal y también del alma (de la kaláshnikov y de la otra). No es fácil y el ingente cuerpo de novelas, poemas y cuentos y películas que piensan lo impensable que sucede todos los días, es la mejor muestra de la urgencia del pensamiento y la necesidad de la acción.


Esta nueva edición, la primera es del 2009, incluye “pasajes inéditos”, scraps como los llama el autor que dan un poco más de información y que acentúan la estructura de mosaico de la novela. Pero también hay en estos pasajes (y en el mismo hecho de ahora publicarlos) una rabia que solamente puede ser entendida como política: un grito y un hasta cuándo. No es mucho, es cierto; pero es algo.