Haciendo un paréntesis en la escritura
mexicana, y aprovechando el aire mundialero, leí esta nueva novela de
Roncagliolo que apareció justo para la gesta deportiva. La pena máxima no es, claro está, una novela sobre fútbol. Pero el
fútbol sí adquiere una relevancia en varios niveles. Primero, el relato se
estructura alrededor del mes en que se jugó el Mundial de Argentina en 1978. La
temporalidad de la novela es la del mundial. En el trasfondo (que es la
superficie) se escucha los comentarios sobre los partidos que el seleccionado
peruano debe jugar, los relatos de los partidos, las celebraciones de la gente,
la desazón de la derrota y la algazara del triunfo. Luego, el fútbol
subrepticiamente funciona también como metáfora de la realidad peruana y
latinoamericana que la novela busca retratar. Es una novela publicada en la
serie “negra” de Alfaguara y, como tal, cumple algunas de las reglas del
género: un investigador, crímenes que deben ser resueltos, no todo es lo que
parece, su dosis de romance, descubrimiento de una conspiración mucho mayor,
que queda lejos del alcance y dominio del ‘detective’. Esta conspiración no es
otra que la infame operación Cóndor. Así, un poco, La pena máxima se acerca a ratos peligrosamente a la construcción
best-selleriana, la escritura un tanto esquematizada e incorporación de
elementos probados. Por suerte, la novela es rescatada y con grandeza por su
protagonista y, en menor medida, por los personajes secundarios.
El
personaje de Félix Chacaltana ya ocupa un sitial antológico en la literatura
latinoamericana del siglo XXI. Hace ocho años, en Abril rojo, el Fiscal Chacaltana había tenido que enfrentarse a los
poderes ocultos que estaban detrás del descuartizamiento de cuerpos en medio de
la guerra entre Sendero y los militares. En esta, en términos hollywoodenses,
precuela, Roncagliolo nos lleva a los inicios de la carrera de Félix: en 1978
es asistente de archivo y desde esa posición comienza a enterarse de un
entramado político que combina la guerra sucia argentina, la represión en el
Perú y el peso de la Guerra Civil española (recordemos que Franco recién muere
en 1975).
Félix
es un personaje entrañable e imposible: su rectitud, inocencia e ingenuidad, le
dan un aire de desvalido que poco a poco las circunstancias se encargan de
deshacer. Sí, Félix vive apegado a la letra de la ley y a la ley de la letra,
pero poco a poco se va dando cuenta que, sin dejar ese amor que más se parece a
una obcecación, en la vida es necesario, a veces, vivir otra ley y otra letra.
Pero él hace esto y llega a estas conclusiones sin querer hacerlo. En ese
sentido, hay una radicalidad trágica en Chacaltana que le otorga una
profundidad que a primera vista pareciera ausente (este sentido trágico llegará
a su culminación al final de Abril rojo).
Chacaltana poco a poco va desvelando la verdad; aunque sería más correcto decir
que la verdad es develada a él. Así, hay una peculiar formación del asistente. Bildungsroman político y amoroso:
Chacaltana descubre la (una) realidad de la política y la práctica del amor.
Como
dicho, nada es lo que parece: muchos de los personajes son dobles agentes,
tienen secretos, vidas dobles; y aquello que pareciera ser lo opuesto a Félix
–el hombre recto, honrado, de una vida ordenada—se revela como la
caracterización más precisa y exacta de la existencia. Eso es lo que Félix debe
aprender a la fuerza.
Y
detrás de todo esto, el fútbol. Sabido es que la dictadura genocida argentina
usó el Mundial para ocultar el terror de esos días e intentar cambiar su rostro
ante el mundo. En el Perú de la novela, el mundial también cumple una función
de entretención y alienación –al jefe de Chacaltana, un personaje comiquísimo,
lo único que le importa es ver los partidos de Perú, una alusión bastante
directa a una forma de realizar política contemporánea--. Pero aquí se trata
del regreso a la democracia, las elecciones que iniciarán ese proceso. La
derrota de Perú en el Mundial (con lo que hasta el día de hoy ha sido su mejor
equipo) se articula como el reverso de lo que sucede en el país. ¿O es más bien
su reflejo, su espejo? ¿Y es un espejo cuya imagen se nos devuelve en nuestro
presente? Esas interrogantes quedan pendientes, colgando, como un penal –la
pena máxima—a punto de ser ejecutado.
La
novela deja abierta, además, la posibilidad de una nueva novela (al menos). Una
que se sitúe entre esta y Abril rojo.
Una en la que se relate el momento en que Félix se convierte en fiscal (a lo
que aquí ya se apunta). Solo podemos elucubrar cual será el momento que
escogerá Roncagliolo para esa nueva entrega y aventuras de Félix Chacaltana (en
La pena máxima el mundial del 78; en Abril rojo una semana santa; siempre un
lapso bien definido, lo cual, como decía, contribuye al suspenso y fuerza
narrativa). Pero lo que es seguro es que hay Chacaltana para rato.