Otra novela más de la violencia, otra
novela más de la frontera, otra más que se regocija en el acercamiento obsceno
y la descripción anatómica de la muerte. Otra más, pensé al comenzar estas
páginas que corren rápidas, duras y, poco a poco, más y más interesadas e interesantes.
Un ruso con tendencias formalistas diría que todo está en la construcción del
relato, esto es, cómo se arma las piezas del rompecabezas. Fácilmente dicho: el
orden en que suceden los hechos, el argumento, la fábula para seguir rusos, no
necesariamente coincide con el modo y el orden en que se plasman los hechos en
el texto. Claro: podemos partir por el final, luego saltarnos al medio y a
dentro de un ratito más y por qué no algo antes que fue hace cincuenta años. El
gran mérito de Corazón de Kaláshnikov,
además del alma de su título, radica precisamente en el modo en que el puzle se
arma. Historias que parecen sueltas, desperdigadas se reúnen, acontecimientos
son explicados, peligrosamente todo comienza a tocarse y a formar una red de
sentidos. Vamos atrás y adelante en el tiempo: anticipaciones, flashbacks que
acentúan la violencia del presente, amores que sabemos de antemano están
condenados al fracaso. Peligrosamente, decía, porque al explicarse y
explicarnos las historias, de modo subrepticio se apunta a la explicación de la
violencia misma, a sus razones, causas y devenires. Por suerte, Páez Varela
evita una explanación total y categórica. Como el apodo de Mario Giancana, a
quien “le llamaban El Sheik, sepa Dios por qué” –leitmotiv que se reitera una y
otra vez—lo que en definitiva perdura es la imposibilidad de saber (del saberse
de la violencia). Porque todo y todos caerán en ella, en una suerte de espiral,
de maremágnum que no deja títere (y para el caso hombre o mujer) con cabeza.
Así, nos damos cuenta que las historias
se comienzan a repetir; que los narradores vuelven una y otra vez a ciertos
episodios intentando alumbrarlos, develar (correr el tupido velo que los
cubre). Se entabla así una lucha a muerte entre la literatura, la capacidad narrativa
y la realidad que se busca describir. Y este afán por llegar a esa imposible
verdad ya está, ahora nos damos cuenta, en el mero inicio de la novela:
“Perseguida por restos de pólvora en combustión, la bala abandonó la pistola
.45 y se detuvo justo antes de entrar en el ojo izquierdo de Jessica para que
ella pudiera ver, como dicen que ven los
condenados a muerte, su vida en un segundo”. Pero ante este comienzo brutal
aunque profundamente literario, en seguida el narrador se arrepiente y se da
cuenta que lo que contado no es lo que en realidad ha sucedido. La verdad es
mucho más sencilla, menos poética: “No, otra vez. La bala entró por el ojo
izquierdo de Jessica y salió por la nuca, seguida por un chorro de sangre y
materia blanda… Ella no tuvo tiempo de ver pasar su vida en un instante, como
dicen que se deja ver, porque lloraba conmovida mientras seguía por la tele…”.
En esta versión no hay tiempo para el romanticismo: la muerte no da tiempo para
ver la vida en un segundo. Sabemos, así, que no abundarán las concesiones, que
la vida pasa demasiado rápido y que cuando nos queremos dar cuenta ya es
demasiado tarde.
Corazón recuerda impajaritablemente a la parte de los crímenes de la muy
mencionada 2666 de RB. (¿Será acaso
que cualquier novela que hable de muertes en Ciudad Juárez y sobre todo de
mujeres asesinadas nos obligue a pensar en la obra bolañesca—o más bien
debiéramos remitirnos, como la hace Ferrari, a pensar que lo que hay aquí es un
catálogo que es una reescritura del de la Ilíada?).
Pero los efectos y sus artilugios son muy diferentes: aquí no existe el abismo
y la inmensidad oscura de Bolaño; aquí se arma con rapidez y prima la parataxis
y el diálogo breve. Hay momentos, extraños, de ternura, de rayos de luz en
medio de la brutalidad y hay un poco de humor. Reírse de la muerte o reírse con
la muerte. Vaya a saber uno. Pareciera que ya más que una película de Tarantino
entramos a una versión dark de los
tres chiflados: una muerte lleva necesariamente a otra, callejón sin salida que
construye la frontera y los dos lados.
Novela de frontera, sueño de cruces y
atravesamientos. El otro lado del río (que es un Aqueronte en el que todos
pueden ser el tétrico barquero) es la salvación y la derrota: el gran desafío
está en cómo escribir esa travesía que es física, dolorosamente corporal y
también del alma (de la kaláshnikov y de la otra). No es fácil y el ingente cuerpo
de novelas, poemas y cuentos y películas que piensan lo impensable que sucede
todos los días, es la mejor muestra de la urgencia del pensamiento y la
necesidad de la acción.
Esta nueva edición, la primera es del
2009, incluye “pasajes inéditos”, scraps como los llama el autor que dan un
poco más de información y que acentúan la estructura de mosaico de la novela.
Pero también hay en estos pasajes (y en el mismo hecho de ahora publicarlos)
una rabia que solamente puede ser entendida como política: un grito y un hasta
cuándo. No es mucho, es cierto; pero es algo.
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