Monday, August 26, 2013

El libro de la semana. El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel.



Solía existir una máxima entre escritores: para escribir una autobiografía o algo que se le asemejara era necesario ‘haber vivido’. El asunto radicaba, por supuesto, en qué íbamos a entender por haber vivido. Pocos le hubiesen negado a Rimbaud la posibilidad de narrar su vida a los 22 años. O a Fidel Castro a los 40. Recuerdo que esto volvió a estar brevemente en el tapete (un tapete casi inexistente, por cierto, como todo lo que tiene que ver con literatura), en los años noventa cuando se sucedieron como una plaga los relatos autobiográficos de chicas, chavales y chavas de treinta o menos. Después de un poco de olas, pareció que todo volvía a su cauce normal: en el fondo—y, sobre todo, en la superficie—lo que importa es que lo que queramos decir tenga un sentido (que lo que importa, redundantemente, importe) y que lo digamos de una forma que tenga sentido. Nada nuevo bajo el sol: forma y contenido, inseparables, pero distintos. Lo significativo en un relato, hablo ahora de estos relatos basados en la vida de quien la está escribiendo, es su capacidad de comunicar tanto lo vivido como lo soñado; lograr que el desocupado y la desocupada (no me refiero a los parados, sino a los lectores y lectoras) no solo sean capaces de penetrar en el mundo que se recrea, sino que haya algo que les atraiga, que les llame; es más, que les sea imposible escaparse. No es fácil, claro está y en varias ocasiones El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel podría fácilmente ser dejado y olvidado sobre el velador. Sin embargo, en otras, que al final son las que vencen, la extrañeza de la sencillez y la sencillez de la extrañeza de la historia de la narradora, nos convencen y nos permiten llegar a sentir que su mundo, en México y en Francia, es muchos mundos y tal vez el nuestro; y que su cuerpo, ese cuerpo marcado por el nacimiento y por un modo particular de ver, podría ser nuestro cuerpo o, es más, también tiene que haber sido nuestro cuerpo. He ahí el encanto y el embrujo de un texto que a ratos abusa de su extraña llaneza y de las trampas de la memoria.


La narradora le cuenta su vida, su niñez, a una doctora, psicóloga o psiquiatra. Como suele suceder, los rollos más grandes son con la madre y el padre, sumado al despertar social y físico. Es, sin más, una historia de formación, de inserción en la sociedad adulta y de aceptación literal y metafórica del sujeto que es uno: aprender a quererse tal como se es (aunque nunca tengamos claro ese “como se es”). Bildungsroman con momentos claves, pruebas—el primer beso, observar a los padres de unos amigos tener relaciones, el primer cigarro de marihuana, el primer quiebre de amistad, la primera pelea, el padre en la cárcel, la vida misma sin más—y con guías, maestros, modelos, cómplices que necesariamente van siendo dejados en el camino o se quedan en el camino, como la chica que vive en el apartamento vecino, con quien la protagonista siente una estrecha relación, aunque jamás se hablen, y termina suicidándose; Doppelgänger  que parte al otro lado de la luna. División que marca y reitera la que sufre la vida de la narradora: escindida entre su ser niña y adulta; mexicana en Francia; de clase acomodada viviendo como clase media baja; siempre inadecuada, literalmente desubicada: la escritura curiosamente es lo que logra la unidad en medio de esa dispersión; es lo que estructura tanto al relato como a la vida de ella. Porque El cuerpo es también la historia de cómo alguien devino escritora; de cómo decide escribir en español y no en francés (gracias a la poesía de Paz); es, así, un relato de aprendizaje literario, bello, tierno y triste. La vista, la falla congénita, es una marca del tiempo que se vive: junto con la vida de la narradora se nos desvela y descubre la realidad social de un momento de nuestra historia, los años ochenta, que funciona como telón de fondo, oscuro y dramático, además de simple y a ratos ramplón.
            El mundo de la infancia es un tema recurrido y recurrente: es aquel tiempo de la vida cuando la maravilla es posible (aunque no se crea en Santa Claus) y el futuro de tan abierto y lejano deja de existir. Pero, creo, que lo más significativo de El cuerpo en que nací no está en su historia, en el relato de la niñez, ni en el camino de formación de la escritora—su vida es una vida más, con momentos más o menos memorables (pero, ¿qué es la memoria sino una invención del pasado?)—sino en la escritura del presente que efectúa. En las pequeñas intervenciones que nos devuelven de ese pasado difícil (como todos), mas aún utópico (como todos), y nos obligan enfrentar el presente nuestro de cada día. En la voz de la madre amenazando demandarla si escribe la historia que está escribiendo, en la de la terapeuta en sus preguntas implícitas, en la de la escritora sabiendo que lo que hace no es más que cumplir con su condena.    



Monday, August 19, 2013

El libro de la semana. Para ella todo suena Franck Pourcel, de Guillermo Fadanelli



Lo que muchos críticos quisieran, en lugar de escribir sobre una novela de Fadanelli, es ser un personaje de una de ellas. Pero, ¡ni modo! No nos queda más que escribir sobre los vericuetos de sus rápidas historias, entretenidas, desenfadadas, a ratos en demasía. Pero aquello que sobra y que a veces zozobra es lo que marca su escritura y su posición—su ideología estética se hubiese dicho hace algunos años—y puede gustar o no, pero está ahí y es reconocible, quizás uno de los buenos atributos que pueda tener alguien que se dedica a esto de la escritura.
Fadanelli, además, es un escritor chilango. Mejor dicho, es un cronista novelado del DF y, probablemente, uno de los más consistentes y, a pesar de su aparente iconoclasia, uno de los más amables con la ciudad. Se nota que quiere sus calles, su comida, incluso su gente. Si se destaca y privilegia lo sórdido, no se pierde nunca la sensación que por encima de ese aparato de espectacularización está la ternura hacia el gigantesco monstruo. Cualquiera que desee conocer la ciudad desde la literatura, no haría nada mal leyéndolo, pero leyéndolo también en contra de él, entrelíneas y por abajo y por encima.



Esto no quiere decir que Para ella todo suena a Franck Pourcel sea una buena novela o una novela memorable. No, Para ella es solo una novela más: una que se acumula en un conjunto, en un corpus, de texto que van configurando un mundo, de espacios, atmósferas, personajes, historias, que, de ese, modo, conforman una ciudad alternativa que, como suele ser el caso con la literatura, es tanto o más real que la otra, la que caminamos por Balderas todos los días.

Para ella cuenta la historia de Carla, viviendo en su apartamento fresa en el centro de la ciudad. Sus relaciones con amigas y amigos, su gusto por el vodka, algunas drogas y el sexo casual. Todo narrado desde la perspectiva de la joven: un lenguaje que se larga por las veredas del desparpajo, de la soltura y la liviandad (que, como he dicho en otras ocasiones, no tiene nada que ver con lo light; es muy difícil ser liviano). Su historia, comienza Carla, “comenzó el día en que mi madre decidió no abortar” y desde sigue la suma de eventos que desprenden de tan (des)afortunado hecho—como todo en la vida, es un asunto de perspectiva. La ciudad siempre está fondo—la Diana Cazadora en Reforma, tienes las “nalgas iluminadas”, en el centro, se escucha “el estruendo de las bocinas” y una se abre paso “entre el gentío de las diez de la mañana y el olor de lavanda de los ejecutivos”—y es lo único que pareciera mantenerse sólido en este mundo. La madre de Carla regresa de Europa, pues su nueva pareja ha sido secuestrada. Pero será una amiga de Carla la amante de tal pareja y la madre creerá que es su hija, y en la casa del susodicho Carla se entretendrá con el jardinero (“son sólo quince minutos pero hacemos de todo, se viene en mi boca y yo escupo el semen encima de un hormiguero”, etc.). Al final (y al comienzo), resulta poco interesante, porque la vida de Carla es poco interesante.

            Hasta que nos damos cuenta que la protagonista es la madre, o mejor dicho ese vacío que existe entre madre e hija, la relación de soledad que se replica en la vida en la ciudad y en el sonido de la música en una fiesta cualquiera. Fadanelli busca modos de metaforizar la ciudad y así ha creado un caleidoscopio de ella en sus diversas novelas. Esta no es la más afortunada, pero como Carla al final, a pesar de todo y gracias a ellos, sigue en marcha.



Monday, August 12, 2013

El libro de la semana. Teoría de las catástrofes, de Tryno Maldonado




Todos tenemos nuestras obsesiones. Algunos no podemos vivir sin saber lo que sucede a esta hora en Myanmar; otros se preocupan de la cantidad exacta de lípidos y calorías que consumen; y hay quienes luchan incesantemente por una causa, a tal punto que esta deja de tener sentido en sí y se convierte en otra cosa (en una metáfora dirán algunos; es psicosomático, dirán otros). Tryno Maldonado está obsesionado con leones. Y esa es una buena obsesión, al menos en su caso. Porque los leones son un modo de escribir otra obsesión que late todo el tiempo en su escritura: la de la posibilidad de una revolución estética y política (y, digamos desde ya, que ninguna de las dos puede tener éxito; solo logros parciales y esporádicos).
La primera novela de Maldonado fue un intento por acercarse a y reírse de los escritores del Crack. ¿Qué ellos escriben esas novelas no latinoamericanas situadas en el corazón de Europa en tiempos duros? Viena roja lo hacía liviana (que no es lo mismo que light) y entretenidamente. Como un partido de fútbol que se juega con gracia y con un par de habilidosas jugadas; aunque sin tener en la cancha a Messi o a la selección española.
Temporada de caza para el león negro fue otra cosa. Fue el escritor que de pronto se dio cuenta que su literatura sí era posible y que había un sentido (que es siempre una búsqueda) en ella. Un sentido en la forma, en romperla, en revolucionarla aún sabiendo demasiado bien que no había nada de original en ello, pues se parte de la certeza  que todo ya ha sido hecho. Así y todo, con su boutade neo-vanguardista, su exceso coprolálico y velocidad postmo, Temporada fue un fresco fresco en y de la realidad literatura latinoamericana. Entre tanto y por mientras, Tryno editó y antologó una de las colecciones de relatos de autores mexicanos más chidos, la edición y la selección. Grandes Hits, con todas sus necesarias faltas, ausencias y excesos, es ya un referente ineludible en cualquier trabajo y reflexión sobre narrativa actual .mex y .lat.
Pero estábamos hablando de las obsesiones de Maldonado. Los leones. Teoría de las catástrofes está asediado por leones: los de origami de Davendra, el niño con Asperger, un genio; los leones que luchan en el movimiento social oaxaqueño, los leones internos de Anselmo y Mariana; y los más terribles de todos los leones, los que pertenecen a los militares—el personaje del Comandante está a la altura (o a la bajeza debiéramos decir) de otros grande (o bajos) de la literatura: el Marlow de la selva, el abogado a cargo de Lisbeth Salander… Sí, la novela ruge de varios modos; a ratos flaquea y pareciera que se va a quebrar, pero logra mantenerse y continúa. Maldonado es una voz narrativa latinoamericana, no una promesa ni nada de eso, ya es una voz. Lo cual es mucho.
Teoría  de las catástrofes se inserta en una incipiente corriente de narrativa que no es solo mexicana o latinoamericana, sino que es auténticamente global—lo cual o hace ni más ni menos de ella, pero da cuenta de una realidad de procesos económicos y culturales y sociales de los últimos años. Teoría es una novela de movimiento social. Prefiero el uso del singular, a pesar que la categoría no se refiera a un movimiento en particular (aunque evidentemente la novela, cada novela, suela hacerlo); pues el carácter abstracto nos permite lograr un mayor alcance, una mayor apertura.. Así como en la historia latinoamericana se ha hablado de la novela de la Revolución (mexicana); de la novela del Dictador (latinoamericano con algunas concesiones españolas); nos corresponde ahora declarar y describir esta imaginación que está adquiriendo literal (y virtual) textualidad de Oaxaca a Puerto Frío, de Algeciras a Estambul, y de Cochabamba a Ulan Batoor; la novela de movimiento social no se afilia a una posición política determinada ni profesa una línea estética única (aunque sus armas suelen tender al realismo). No es, para nada, apologética de este (repito: cuando digo uno quiero decir múltiples); pero, quizás sin pretenderlo, pasa a conformar parte del mismo; con todas sus contradicciones y aporías contribuye a él.  No me corresponde aquí trazar una genealogía de la novela de movimiento social o intentar una caracterización  más detallada o advertir qué novelas ya forman parte de esta velocidad de nuestros tiempos). Teoría de las catástrofes es la historia de un levantamiento de maestros en la ciudad de Oaxaca quienes apoyados por diversos sectores sociales y grupos de variadas posturas políticas, pone por un momento en jaque el funcionamiento normal del Estado. Como graffitean unos de los personajes: Aquí comienza la revolución. Es la narración de ese momento, de sus triunfos parciales y sus derrotas momentáneas. Toda relación y correspondencia con la realidad no es una casualidad; la novela está dedicada a quienes lo vivieron. Y es también la historia de Anselmo y Mariana; profesores no sindicalizados, de su paulatino (en un caso), involuntario (en el otro)involucramiento con el movimiento. Y de los personajes que los rodean.  Guerrilleros que han devenido cocineros pero siguen cocinando con el revólver; chicos fresas que reniegan de sus familias y pagan el precio que toda apuesta radical conlleva… Sí, es verdad que hay algo de estereotipos en estos personajes. El pasaje en que Anselmo se convierte en un Casanova de ocasión, es risible y poco verosímil. El narrador, como jugador bueno para la pelota, se engolosina en las escenas de acción. Demasiada acción mata la acción.  Pero hay mucho que contrarresta esas faltas. Como dicho el Comandante resulta sobrecogedor y aterrador: breve mínimo, preciso, sus movimientos y palabras parecen dirigirse al mismo lugar pero en realidad están yendo en direcciones opuestas, apuntando a universos distintos. Y los leones. En Temporada  se nos repetía un extraño sueño donde un personaje iba obsesivamente al África a cazar leones negros. Aquí, Devendra construye obsesivamente leones de origami y se rodea de todo lo que tenga que ver con leones. ¿Metáfora de la revolución fracasando? ¿De la incapacidad de comunicarse? ¿de la fuerza solo aparente del movimiento, que parece león pero que en realidad no es más que papel…? ¿O más bien una reflexión sobre los literales dobleces y quiebres que tiene la palabra para hablar del presente y contribuir a construir, así, el futuro?