Sunday, March 23, 2014

El libro de la semana: Los días terrenales, de José Revueltas (homenaje)



Año de homenajes. Sí, la curiosa costumbre de conmemorar ciertas fechas, como si algo mágico e inefable sucediese cuando se cumple un número de rotaciones de la tierra alrededor del sol. Algunos incluso poseen su propia página web donde se anuncian las actividades y festejos (octaviopaz.mx). Más allá de gustos y más acá de políticas, bien que se lea y se celebre a Julio Cortázar o al inigualable Nicanor Parra, quien antipoesía mediante podrá soplar sus cien velas el próximo cinco de septiembre.
José Revueltas también ha sido recordado en sus tierras. Mesas redondas en Ferias del Libro, encuentros en Durango y en la capital. Pero ciertamente es una figura que no tiene el esplendor ni el resplandor de las antes mencionadas. Aquí en México, sí. En América Latina poco es (o nada) lo que sus textos violentos, terribles, maravillosos y bellísimos recorren los ojos de lectores y lectoras. Su inclaudicable compromiso y su consecuencia como zoon politokon no es la última causa de ello. En su obra (y por obra me refiero tanto a sus novelas, cuentos, ensayos, conferencias, como a su actitud y actividad política) existe un constante pensar críticamente el momento presente, siempre desde la necesaria y radical historización. Revueltas, cercano al comunismo toda su vida, afirmaba que no había (ni hubo) Partido Comunista en México; fuente de inspiración para los estudiantes del 68, escribe una de las defensas más notables, en su ironía, humor y asertividad, cuando es sentenciado a dieciséis años de cárcel por los crímenes de pensar e imaginar un nuevo mundo posible (las razones oficiales fueron: los delitos de invitación a la rebelión, asociación delictuosa, sedición, daño en propiedad ajena, ataques a la vías generales de comunicación, robo, despojo, acopio de armas, homicidio y lesiones contra agentes de la autoridad). Sin idealizarlo –que Revueltas está lleno de contradicciones, dolores y búsquedas no resueltas—podemos verlo como un filósofo que quiere responder aquellas preguntas que nos persiguen hace siglos: ¿cómo vivir mejor? ¿Cómo alcanzar la felicidad? ¿Qué es la justicia? ¿Es más feliz el justo que el injusto? Para pensar estas interrogantes, creo, Revueltas apostaba por un recorrido horizontal, inclusivo: por ello, les decía a los policías que lo interrogaban es necesaria “una reforma educativa verdaderamente democrática, en la que tome parte el estudiantado y en la que el Maestro no se convierta en autómata dictador de la materia, sino en un asesor de la investigación”. Autogestión en la enseñanza (y no “autosugestión” como anotó uno de los personeros de un ministerio).



Las contradicciones, la búsqueda por la felicidad, la necesidad de la lucha por cambiar el mundo –“¡Por supuesto que soy partidario de la dictadura del proletariado!”, por supuesto: en lugar de la dictadura de la burguesía bajo la cual se vive—, la radicalidad democrática y, en medio (y además) de todo ello una producción (un trabajo) literario que como notara un crítico de los años sesenta, solo tiene parangón en la narrativa mexicana del siglo XX con el de Juan Rulfo.



Los días terrenales fue publicada por primera vez en 1949. Como nota  el editor en la contratapa fue tal la “confusión y las malas interpretaciones suscitadas en torno al libro” que su autor optó por “retirarlo de circulación y dejó de publicar literatura narrativa durante siete años”. Aún hoy, más de medio siglo después, esta novela despierta luchas y confusiones en el lector. Es, por cierto, una crítica mordaz y acerba a la izquierda, al intento de Partido Comunista, a las contradicciones en su actuar, a la conversión de ciertas en ideas en actos de fe más propios (supuestamente) de otros ámbitos: se queja amargamente que uno de los líderes es una “horrible máquina de creer, esa horrible máquina sin dudas”. Algo se ha perdido en el camino por la utopía: “La que puede esperar es ella, porque está muerta”, dice el padre de su pequeña hija, prefiriendo emplear el dinero para el entierro para enviar unos periódicos del partido. Sí, pareciera que en algún lugar perdimos la brújula. Pero no todo está perdido: el final brutal y estremecedor, abre desde su oscuridad una literal luz hacia el futuro…
Pero Los días terrenales no es una descomunal novela por su crítica política y su revisión de un actitud y un activismo. No, es una novela notable y magnífica por el modo en que también construye dicha crítica y cómo habla sobre la condición de nosotros pelafustanes que habitamos estas tierras. Es una reflexión hermosa (espectral, pues muestra con ausencias su presencia) sobre la soledad del ser humano y su querencia de la felicidad y, de modo inevitable pero no condescendiente, sobre la muerte y el amor. Es, además, una disquisición sobre la misma literatura y el arte que no cae en pedantismos ni requiebros amorosos para con el lector. La construcción del relato, el manejo de los tiempos y temporalidades narrativas (los regresos y las idas, los raccontos y los flash backs), la visualidad de las imágenes, la sinestesia de la prosa, provoca y crea un mundo propio que es, al mismo tiempo, nuestro mundo. Aquí realidad y ficción realmente se engarzan, se sueñan y posibilitan.



El capítulo siete que se inicia con al escritura de una crítica de arte por parte de un crítico (dizque de izquierdas), en cuya casa de alta burguesía se celebran las reuniones (dizque secretas) del PC, es un modelo de crítica y escritura. Desde el pensamiento sobre la relación entre arte y política, a la violencia erótica entre marido (el crítico) y su mujer después de contemplar el suicidio de una mujer que no puede expresar su deseo erótico, a la visión crítica del arte moderno (Braque) por parte de un obrero que asiste a la reunión (y que debe rechazar el asedio erótico de la esposa). Devastador y sin concesiones: Revueltas apuesta por el arte comprometido (que es el único arte); mas comprometido con la política en su sentido de búsqueda y de trayectoria, no en el sentido ramplón de un partidismo cualquiera. Todo arte, y él lo sabe muy bien, tiene un impacto “extraestético”; toda crítica (como toda escritura) habla de la realidad por mucho que la quiera negar u obliterar. Ser contemporáneo—el problema de la modernidad—está en el centro de esta novela y Revueltas busca los caminos, desde la muerte, el amor y la violencia, para pensar una modernidad que apunte a la justicia y a la democracia.
Quizá la imagen de uno de los líderes sea demasiado metafórica –tuerto y manco--, pero se presta también para la construcción de su reverso; esto es, la falta es también lo que se necesita y lo que existe, en esta paradoja se mueve la novela: ¿cómo podemos llegar a ser aquello que no somos?
El mismo año de 1949 otro gran escritor publicó una novela que, quizá no tan curiosamente, tiene varios puntos de similitud con Los días terrenales, partiendo por su título: El reino de este mundo. En ella Carpentier, militante comunista hasta su muerte, trazaba el difícil camino hacia la libertad del pueblo de Haití en la figura de Ti Noel. Revueltas hace de esa gran historia una historia de luchas diarias, cotidianas. Los fracasos e imaginaciones de un Bouckman o un Mackandal, se convierten en las dudas ciertas y mínimas de seres llenos de dudas, pasiones y silencios. Pero por ello mismo, adquieren una potencia y una fuerza y un futuro inigualables que es hoy puro presente. Y quizá ese sea el mejor homenaje para José Revueltas en su centenario. 


Sunday, March 16, 2014

El libro de la semana: Señorita México, de Enrique Serna


La importancia de la construcción del relato. La diferencia entre la fábula y el sujet: la historia y el modo en que la historia está organizada. Sí, aunque la narratología y el formalismo de esos viejos rusos haya sido empleada para los usos y recursos más aburridos y anodinos (por no agregar conservadores y reaccionarios), sigue ayudándonos de vez en cuando y de cuando en vez a entender qué es lo que marca la diferencia en un relato, en la vida o en una novela.


El argumento de Señorita México, “la ópera prima de uno de los narradores más poderosos de Latinoamérica” como nos deja en claro la cita de Ignacio Trejo Fuentes en la portada de la reedición del 2009 (la prima ópera fue publicada el 2000), es sencillo, básico, más bien conocido y repetido: chica pobre sube y cae por la vida, haciendo uso para ello de ciertas tretas que más tienen que ver con el mundo que la rodea que con sus capacidades personales. ¡Alas! No es una historia tan mala: al final es una variante de Karenina, de la Cenicienta (con un final diferente), y de tantas otras. Selene Sepúlveda aprovecha sus encantos para llegar a ser Miss México, a la vez que sus encantos son usados. Aquí se entremezclan la cultura del espectáculo, la nostalgia indisoluble e irredimible por una vida que en realidad nunca fue y, lo que es más importante, la explicación por una verdad que siempre se nos va a escapar. Pero la verdad se busca siempre hacia el pasado: buscar en las ruinas de ese pasado es lo que nos permite, poco a poco (y siempre de modo insuficiente) descubrir lo sucedido. O casi. Y aquía volver. El demiurgo nos mostraba rcicio de imaginar una vida en reversa: el tiempo retroceddo. O casi. Y aquas ruinas de ese p es donde el trabajo de construcción de Serna nos lleva a pensar en el poder de la suya trama y de la literatura.


En “Viaje a la semilla” Carpentier se regocijaba en el ejercicio de imaginar una vida en reversa: el tiempo retrocedía como en esas películas de ciencia ficción donde el genio loco tenía una máquina que nos permitía volver. El demiurgo nos mostraba las velas volver a crecer, las ruinas regresar a su esplendor y luego al sitio eriazo y volver a sus elementos originales. El hombre, un marqués si la memoria no me engaña, volvía de la muerte y llevaba a cabo un largo camino hacia su inicio, hacia el estallido mismo, big bang orgásmico. En el cine, por cierto, esta imaginación, se ha reiterado una y otra vez: Michael Fox navegando en su coche futurista, llegando por error a unos inocentes pero perversos años cincuenta; la versión reciente del cuento de Scott Fitzgerald, Benjamin Button, en la Brad Pitt envejece haciéndose cada vez más joven.


En la novela de Serna no existe esa magia, no hay un intento por deslumbrar desde la extrañeza. Aquí el encanto está en la narración misma, en la armazón detectivesca que va agregando, paso a paso, información de un pasado, el pasado de Selene, hasta que llegamos a su inicio. La paradoja, la ironía de todo esto es que cuando llegamos a ese centro (al contrario de como diría Borges, sabremos lo que somos cuando regresemos a nuestro nacimiento, no cuando alcancemos la muerte), cuando todo lo debemos saber, nos damos cuenta que no, que no sabemos lo que sucede, que toda explicación es relativa, que todo intento por comprender se queda en la superficie, que la vida de Selene Sepúlveda no puede entenderse a cabalidad. Porque toda vida permanece, por lo menos hasta cierto punto, un misterio. Así, el texto construye en entablado de espejos y sorpresas que nos van develando la verdad, en un recorrido al centro que permanecerá inefable e inasible (la final pregunta por la misma paternidad apunta a ese mismo centro imposible de conocer).


El contrapunto de la voz de la protagonista es genial: ubicada en un presente de decadencia (que por supuesto ella no nota, no puede notar, aunque en el fondo sí lo sabe), dando una entrevista a un periodista borracho, trabajando en un cabaret de mala muerte, mostrando la gordura de la nostalgia y las arrugas del tiempo invencible, Selene se desnuda para los lectores que buscan ansiosos excitarse con la imagen de pérdida y derrota. Mientras que el narrador nos intercala la historia de ella, el sujet en que su pasado es también el pasado de un país por el que desfila una historia que quizá es tan triste sospechamos como la de la belleza que ahora debe bailar todas las noches ante el vacío de los ojos de una sociedad que se destruye, sin notarlo, en la exquisita visión de sí misma.
Y si Selene es el eje de una historia de caída y de pérdida, los personajes que la rodean que marcan y penetran su vida (y su cuerpo) dibujan una sociedad y un mundo del cual parece no haber escape. O sí: como el tío (¿?) de ella, Casimiro, jugador de fútbol que muere trágicamente o su padre (¿?) que se alcoholiza desde su trabajo de ascensorista (una demasiado esperable metáfora de la vida). Y todos los amantes que, como nosotros, no se dan cuenta que la belleza de Selene es la ausencia de futuro. Sin embargo, tragedia y melodrama, no hay nada ni nadie, cuerpo ni alma, que pueda quitarnos los sueños y la esperanza, aunque para ello debamos volver a nacer.  





Sunday, March 9, 2014

El libro de la semana: Revólver de ojos amarillos, de J.M. Servín


¿Qué sucede cuando el tamaño de nuestra realidad se torna demasiado real? ¿Qué pasa cuando la vida, la vida misma, se nos restriega en su inefable y paradójica sencillez? Servín recrea ese tamaño y despliega en sus cuentos, la mayoría poderosos, el vacío y el sin sentido de la existencia humana. Y, al mismo tiempo, escribe un par de relatos notables, potentes, que dejan descolocado al lector, que termina su recorrido por las páginas necesitando un poco de aire. Respirar profundo.

Vidas comunes que se ven alteradas por un acontecimiento nimio—una lluvia, un par de vodkas demás, un viaje inesperado en autobús, un asesinato premeditado sin saberlo, una calentura cercana a la necrofilia: vidas, reales, feas y duras (porque la belleza no es algo que nosotros humanos podamos alcanzar). Todo ello en un marco de una violencia que es más que sistémica o subjetiva; se trata de una violencia que recorre los huesos del sistema, pero que lo precede. Sí, hay algo de esperpéntica condición humana que circula y divaga por estas narraciones, donde el único escape, como siempre, es la vida misma, o sea, la literatura.


Y en ella lo que está puesto en tela de juicio es la lógica de las relaciones; pues lo que estos cuentos buscan es, precisamente, interrumpir lo que podríamos llamar la lógica dominante. O sea, mostrar cómo la realidad funciona desde parámetros que no conocemos. Lo trágico (porque aquí prima ese sabor) es que aquello que reemplaza –lo nuevo que emerge al apagarse la luz de la realidad que conocemos—no es mejor, sino una versión por lo común degradada y, aún más, desencantada del mundo. Es en este sentido donde los cuentos que transcurren en Estados Unidos (“Fuego cruzado”, “Arcoíris”, a mi juicio, los menos logrados) adquieren una doble relevancia. Interrupción del espacio narrativo: sacarnos del quicio habitual para, tal vez, indicar cómo en todas partes se cuecen habas. Interrupción también del ritmo narrativo que es una búsqueda también. Interrupción que, finalmente, adquiere un nivel alegórico como con la idea de los fuegos cruzados con lo que dos amigos buscan sorprenderse mutuamente. Desplazamiento que recorre el tejido social—en “Seis ojos” se nos presenta una clase media baja que lo único a lo que puede aspirar es a un amor en literal silencio (pero amor es demasiado para ellos, se trata de un encuentro entre colegas donde quien más ve es aquella persona que es ciega). Mientras en “La terraza”—un relato que recuerda lejanamente el terror clasista que aparecía en la literatura de los años sesenta—una pareja de trabajadores va a instalar un toldo a la casa de un joven ejecutivo afluente. La situación que comienza con total normalidad va poco a poco transformándose—aquí la culpa del joven rico es en un principio inocente al ofrecer una cerveza a la pareja, mas detrás de ello está la culpa que se dibuja en la misma situación social que se dibuja—hasta concluir con un final que es a la vez irónico, divertido y grotesco. Aquí, de nuevo, si bien hay crítica evidente, no se busca reclamar una justicia social que se sabe de antemano inexistente. Lo que el Palomo y su amigo consiguen es una satisfacción momentánea; el cumplimiento de un deseo insatisfecho; una revancha, de esas pocas, que te da la vida. Pero poco más. Queda una sensación de terrible vacío y de cinismo que incluso niega preguntarse por su mismo devenir.


Estos cuentos puede, ciertamente, no gustar a ojos delicados. Hay a ratos una obsesión con el detalle mórbido (“El antojo”), con la escatología del mundo como en “Empacho” (los editores hablan de hiperrealismo; no estoy de acuerdo, creo que el efecto-realidad se logra precisamente por desnudarla, por desarmarla, el hiperrealismo es una búsqueda diferente, el intento por mostrar el brillo de la manzana, aquí no hay nada de eso). Pero es desde ahí que comienza a percibirse una nota melancólica que contribuye a romper con la realidad misma que se dibuja; he ahí la paradoja de estos cuentos, que desde su construcción realista crean una realidad mayor y otorgan un sentido al mismo sin sentido de las vidas de los personajes que pueblan sus líneas.


Crónica desencantada de una urbanidad desencantada: escribir en estas tierras es, como señala Servín en la dedicatoria, un vagabundeo entre fieras. Y la única que certeza que se puede construir es que nosotros replicamos ese recorrido a la vez que nosotros también somos fieras. Entonces, nuestra lectura es un ejercicio de esa misma ferocidad. Es intentar apresar el desencanto y el vacío; tarea, claro está, totalmente imposible pero no por ella algo a lo cual se deba renunciar. Se trata de buscar los colores del arcoíris en un mundo sin color. La violencia está siempre a punto de estallar (es un revólver en nuestras piernas, un árbol caído) porque hay algo que nos excita en ella y porque ella, la violencia, ya siempre ha sucedido. Quizás esa sea la repetición de la historia de la que alguien hablara y nuestro querer contarla una y otra vez. 

Saturday, March 1, 2014

El libro de la semana: Moctezuma's Revenge, de Carlos Martín Briceño



¿Recuerdan esas películas en que al final todos sabíamos que algo terrible iba a suceder, pero se terminaba ahí con el hacha a punto de caer sobre el cuello de la víctima o la mujer cayendo por el precipicio? ¿Una imagen lejana que no se sabe a ciencia cierta qué es pero podemos imaginar? En algunas desafortunadas ocasiones ese tipo de final dio pie para segundas partes inverosímiles; no obstante, en la mayoría era simplemente eso: un final que es la vez abierto pero sabido, abierto pero no tanto—más de uno leerá en ellos una metáfora del presente mexicano: el marido que regresa a casa para encontrar a su mujer dormida y borracha frente al televisor y cuando ella despierta le pide que cojan, pero sabemos que no hay concepción posible, porque ya es muy tarde… (“Caprichos”). Eso fue una de las primeras ideas que se me vino a la cabeza al leer estos cuentos duros, violentos, sin concesiones, de Carlos Martín Briceño que llevan el delicioso título de Moctezuma’s Revenge y otros deleites. (El cuento que da su nombre al conjunto de diez narraciones ganó el premio Max Aub se nos informa en la contraportada; más importante, sin embargo, es señalar que algunos de estos cuentos bien merecen la atención de algunos desocupados lectores).

Cuando la puesta escena se acaba, ¿qué comienza? O, en otras palabras, ¿qué hay más allá de la literatura? El último relato concluye en un Tío Vania de Chejov, con la certeza (que no es ninguna) que “ qué podemos hacer, hay que vivir”. Así, estos relatos son una reflexión sobre ese dictum. Entonces, nos debatimos entre la liviandad del ser --el humor gris (demasiado en ocasiones) como el de “Hacer el bien”, de una pareja que adopta a un niño por un días en un intento por salir de la desidia burguesa—y la violencia que penetra en todos los intersticios de la vida: “toda felicidad nos cuesta muertos”, concluye el narrador de “Moctezuma’s Revenge”, aseveración irónica en el contexto social actual, pero también irónica en el cuento mismo donde es gracias a la muerte que el futuro se hace posible—en este relato, la perspectiva del protagonista está notablemente construida; su voz, sin dejo de ironía, deviene precisamente lo contrario. Su no saber que sabe es lo que lo redime y lo condena al mismo tiempo.
Esta violencia, lo que nos devuelve la historia como su revancha, impacta de modo particular a los lazos familiares. En esto, Briceño se inserta en una larga y vasta tradición de la crisis social y política (y, bueno, ya lo veíamos la semana pasada con los cuentos de Nettel), que nos habla del quiebre de las relaciones humanas y de la obligatoria violencia que se instituye como único y paradójico factor cohesionador: un tipo que le rompe la cabeza a quien se está cogiendo a quien él quiere cogerse y que termina con la mejor amiga; un hermano que se muere sin que sepamos por qué; un hombre que sueña (o más) con la hermana de su esposa; hijos que no son y que no pueden serlo. Es un mundo que funciona a parte, en pedazos siempre precarios, siempre a punto de romperse.

Briceño intenta dar una visión social más amplia al sentido de sus cuentos y, al pretenderlo, tal vez construye un plano narrativo un tanto demasiado pedagógico. Así sucede en “ Made in China” donde queda claro que nada ni nadie puede funcionar en este mundo sin hacer la vista gorda, sin hacer algún “chanchullo” para que todo siga igual. La desigualdad del mundo. Ante ella, no queda más que someterse y aceptar (ser parte del juego es lo que resulta más conveniente y es en lo que coinciden todos los personajes de estos relatos).
A pesar de este exceso de decirnos cómo son las cosas en lugar de solo mostrárnoslas (¿fue Henry James?), hay una tensión y una potencia de la narración que nos mantiene agarrados y agazapados ante el texto. Como en gran parte de la narrativa reciente, hay un recurso (y un amor) hacia la literatura. No solo Chejov nos da las palabras finales, sino dan vueltas también Borges (cómo no), Banville, Carver, la Biblia. La literatura funciona como el sexo, como en la divertida “Quizás, quizás”: una esperanza de futuro, de cima por alcanzar, pero una trayectoria que se encuentra llena de peligros y escollos a los que el héroe debe sobreponerse. El sexo o su ausencia es la pulsión que nos guía en la vida—nada nuevo aquí, pero la realidad no tiene el deber de ser novedosa diría alguien—y estos personajes lo saben, y muy bien. Pero como también leen y, además, viven en un país que en su imaginación y en sus (in)certidumbres –en sus realidadesficción- supera toda expectativa, nos dan la esperanza de un futuro y de más. Bueno o malo. Vaya uno a saber.