Año de
homenajes. Sí, la curiosa costumbre de conmemorar ciertas fechas, como si algo
mágico e inefable sucediese cuando se cumple un número de rotaciones de la
tierra alrededor del sol. Algunos incluso poseen su propia página web donde se
anuncian las actividades y festejos (octaviopaz.mx). Más allá de gustos y más
acá de políticas, bien que se lea y se celebre a Julio Cortázar o al
inigualable Nicanor Parra, quien antipoesía mediante podrá soplar sus cien
velas el próximo cinco de septiembre.
José
Revueltas también ha sido recordado en sus tierras. Mesas redondas en Ferias
del Libro, encuentros en Durango y en la capital. Pero ciertamente es una
figura que no tiene el esplendor ni el resplandor de las antes mencionadas.
Aquí en México, sí. En América Latina poco es (o nada) lo que sus textos
violentos, terribles, maravillosos y bellísimos recorren los ojos de lectores y
lectoras. Su inclaudicable compromiso y su consecuencia como zoon politokon no es la última causa de
ello. En su obra (y por obra me refiero tanto a sus novelas, cuentos, ensayos,
conferencias, como a su actitud y actividad política) existe un constante
pensar críticamente el momento presente, siempre desde la necesaria y radical
historización. Revueltas, cercano al comunismo toda su vida, afirmaba que no
había (ni hubo) Partido Comunista en México; fuente de inspiración para los
estudiantes del 68, escribe una de las defensas más notables, en su ironía,
humor y asertividad, cuando es sentenciado a dieciséis años de cárcel por los
crímenes de pensar e imaginar un nuevo mundo posible (las razones oficiales
fueron: los delitos de invitación a la rebelión, asociación delictuosa,
sedición, daño en propiedad ajena, ataques a la vías generales de comunicación,
robo, despojo, acopio de armas, homicidio y lesiones contra agentes de la
autoridad). Sin idealizarlo –que Revueltas está lleno de contradicciones,
dolores y búsquedas no resueltas—podemos verlo como un filósofo que quiere
responder aquellas preguntas que nos persiguen hace siglos: ¿cómo vivir mejor?
¿Cómo alcanzar la felicidad? ¿Qué es la justicia? ¿Es más feliz el justo que el
injusto? Para pensar estas interrogantes, creo, Revueltas apostaba por un
recorrido horizontal, inclusivo: por ello, les decía a los policías que lo
interrogaban es necesaria “una reforma educativa verdaderamente democrática, en
la que tome parte el estudiantado y en la que el Maestro no se convierta en
autómata dictador de la materia, sino en un asesor de la investigación”.
Autogestión en la enseñanza (y no “autosugestión” como anotó uno de los
personeros de un ministerio).
Las
contradicciones, la búsqueda por la felicidad, la necesidad de la lucha por
cambiar el mundo –“¡Por supuesto que soy partidario de la dictadura del
proletariado!”, por supuesto: en lugar de la dictadura de la burguesía bajo la
cual se vive—, la radicalidad democrática y, en medio (y además) de todo ello
una producción (un trabajo) literario que como notara un crítico de los años
sesenta, solo tiene parangón en la narrativa mexicana del siglo XX con el de
Juan Rulfo.
Los días terrenales fue publicada por primera vez
en 1949. Como nota el editor en la
contratapa fue tal la “confusión y las malas interpretaciones suscitadas en
torno al libro” que su autor optó por “retirarlo de circulación y dejó de publicar
literatura narrativa durante siete años”. Aún hoy, más de medio siglo después,
esta novela despierta luchas y confusiones en el lector. Es, por cierto, una
crítica mordaz y acerba a la izquierda, al intento de Partido Comunista, a las
contradicciones en su actuar, a la conversión de ciertas en ideas en actos de
fe más propios (supuestamente) de otros ámbitos: se queja amargamente que uno
de los líderes es una “horrible máquina de creer, esa horrible máquina sin
dudas”. Algo se ha perdido en el camino por la utopía: “La que puede esperar es
ella, porque está muerta”, dice el padre de su pequeña hija, prefiriendo
emplear el dinero para el entierro para enviar unos periódicos del partido. Sí,
pareciera que en algún lugar perdimos la brújula. Pero no todo está perdido: el
final brutal y estremecedor, abre desde su oscuridad una literal luz hacia el
futuro…
Pero Los días terrenales no es una descomunal
novela por su crítica política y su revisión de un actitud y un activismo. No,
es una novela notable y magnífica por el modo en que también construye dicha
crítica y cómo habla sobre la condición de nosotros pelafustanes que habitamos
estas tierras. Es una reflexión hermosa (espectral, pues muestra con ausencias
su presencia) sobre la soledad del ser humano y su querencia de la felicidad y,
de modo inevitable pero no condescendiente, sobre la muerte y el amor. Es,
además, una disquisición sobre la misma literatura y el arte que no cae en
pedantismos ni requiebros amorosos para con el lector. La construcción del relato,
el manejo de los tiempos y temporalidades narrativas (los regresos y las idas,
los raccontos y los flash backs), la
visualidad de las imágenes, la sinestesia de la prosa, provoca y crea un mundo
propio que es, al mismo tiempo, nuestro mundo. Aquí realidad y ficción
realmente se engarzan, se sueñan y posibilitan.
El
capítulo siete que se inicia con al escritura de una crítica de arte por parte
de un crítico (dizque de izquierdas), en cuya casa de alta burguesía se
celebran las reuniones (dizque secretas) del PC, es un modelo de crítica y
escritura. Desde el pensamiento sobre la relación entre arte y política, a la
violencia erótica entre marido (el crítico) y su mujer después de contemplar el
suicidio de una mujer que no puede expresar su deseo erótico, a la visión
crítica del arte moderno (Braque) por parte de un obrero que asiste a la
reunión (y que debe rechazar el asedio erótico de la esposa). Devastador y sin
concesiones: Revueltas apuesta por el arte comprometido (que es el único arte);
mas comprometido con la política en su sentido de búsqueda y de trayectoria, no
en el sentido ramplón de un partidismo cualquiera. Todo arte, y él lo sabe muy
bien, tiene un impacto “extraestético”; toda crítica (como toda escritura)
habla de la realidad por mucho que la quiera negar u obliterar. Ser
contemporáneo—el problema de la modernidad—está en el centro de esta novela y
Revueltas busca los caminos, desde la muerte, el amor y la violencia, para
pensar una modernidad que apunte a la justicia y a la democracia.
Quizá
la imagen de uno de los líderes sea demasiado metafórica –tuerto y manco--,
pero se presta también para la construcción de su reverso; esto es, la falta es
también lo que se necesita y lo que existe, en esta paradoja se mueve la
novela: ¿cómo podemos llegar a ser aquello que no somos?
El
mismo año de 1949 otro gran escritor publicó una novela que, quizá no tan
curiosamente, tiene varios puntos de similitud con Los días terrenales, partiendo por su título: El reino de este mundo. En ella Carpentier, militante comunista
hasta su muerte, trazaba el difícil camino hacia la libertad del pueblo de
Haití en la figura de Ti Noel. Revueltas hace de esa gran historia una historia de luchas diarias, cotidianas. Los
fracasos e imaginaciones de un Bouckman o un Mackandal, se convierten en las
dudas ciertas y mínimas de seres llenos de dudas, pasiones y silencios. Pero
por ello mismo, adquieren una potencia y una fuerza y un futuro inigualables
que es hoy puro presente. Y quizá ese sea el mejor homenaje para José Revueltas
en su centenario.