Thursday, November 24, 2016

El libro de la semana: En tiempo fugitivo. Narrativas latinoamericanas contemporáneas

Aprovecho la cercanía para adjuntar una reseña de este libro que acaba de aparecer.
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 Por Luis Martín-Cabrera*

Cualquiera que se haya paseado últimamente por los anaqueles de las librerías de Santiago o de cualquier otra gran urbe, habrá podido constatar la irrelevancia a la que parecen haber sido condenados los libros de crítica literaria. De este arrinconamiento hay seguramente múltiples causas y no pocos culpables, pero sin duda, las y los que ejercemos la crítica literaria en la academia o en los medios de comunicación alguna responsabilidad tenemos en ese olvido que ya pronto seremos. Demasiadas monografías dedicadas a un autor o autora (a pesar de la muerte del autor), demasiada crítica sobre el autor de moda (¿otro artículo sobre Bolaño?), demasiados libros sobre un canon nacional y sus políticas de inclusión/exclusión, demasiada abstracción teórica, demasiada lectura filológica, demasiada crítica escrita para otros críticos, demasiada defensa reactiva de la institución literaria en tierras donde la letra siempre se implantó con dificultades o en situación de diglosia, palabra que simplemente refiere a la heterogeneidad cultural y lingüística como la denominó el gran crítico peruano Antonio Cornejo Polar.

De sobra sé que mis afirmaciones son una provocación, pero más allá o más acá de esta provocación, creo que hay que estar ciego para no ver que algo está pasando con la literatura y con la crítica literaria a nivel global. Daniel Noemi, autor de otros dos libros imprescindibles –Leer la pobreza en América Latina: Literatura y Velocidad (Cuatro Propio, 2003) y Revoluciones que no fueron: ¿Arte o Política? (Cuarto Propio: 2013)–encara de frente esta crisis de la crítica y crítica de la crisis en su último libro: En tiempo fugitivo: Narrativas latinoamericanas contemporáneas, recién publicado por las Ediciones Universidad Alberto Hurtado. “Sí –escribe Noemi– no se trata tanto de hallar el prefijo preciso y la palabra perfecta como de devolverle a la crítica su función social. Volverla al ruedo de lo público, sacarla de su andamiaje puramente académico” (p. 206).

Para poder intervenir en lo público desde la crítica literaria En tiempo fugitivo está escrito en un estilo accesible y complejo a la vez, diseñado para aportar al debate desde y más allá de la literatura. En efecto, En tiempo fugitivo entronca con la mejor tradición del ensayo latinoamericano de Alfonso Reyes a José Carlos Mariátegui pasando por los Zapatistas o Julieta Kirkwood, el libro está escrito en un estilo que no se doblega ni frente a la razón empírica ni ante el pragmatismo británico del complejo industrial del paper-ISIS que como Santo Tomás exige todo el tiempo la prueba irrefutable para creer, a la vez, que nos condena a la esclavitud de una productividad fordista que rara vez permite pensar. Por eso, en este libro de Noemi no hay ni largas citas de novelas ni tediosas paráfrasis de los últimos teóricos franceses de moda, aunque en sus páginas haya mucha teoría y se discutan no pocas novelas. Las referencias eruditas han sido adelgazadas al mínimo para que los conceptos se potencien al máximo. El efecto es demoledor: cualquiera, no sólo el crítico literario profesional, puede leer estas páginas cómodamente no sólo para saber más de literatura sino para comprender el mundo en el que vivimos.

El ambicioso proyecto de En tiempo fugitivo se propone, de hecho, “usar” la literatura no en referencia a sí misma, sino en relación al presente, un presente marcado por la aceleración exponencial del tiempo, “tiempos de lo efímero y lo instantáneo; tiempos de acumulación inverosímil de todos los modos de capital” (p. 11), dice Daniel Noemi. Pero el primer escollo que debe sortear es justamente que el tiempo está como en Hamlet “fuera de quicio” o, como diría Jacques Derrida, que el presente está en una relación de no contemporaneidad consigo mismo. Al presente siempre llegamos tarde, de ahí el hermoso título del libro –En tiempo fugitivo— y esto implica que no hay origen posible, el tiempo está siempre siendo, pero la literatura aquí leída se empeña en la tarea imposible de aprehender ese tiempo fugitivo. Pero si la tarea es imposible a priori, ¿para qué correr detrás del tiempo con las manos llenas de novelas? Porque, nos explica Noemi, “el tiempo-ahora es también ese pasado que estalla y es el presente en el que estalla. Leer lo contemporáneo es hacerse cargo de esas explosiones, de los saltos, de los quiebres, fisuras y roturas de nuestra realidad” (p. 12).

En esta posibilidad de quebrar, fisurar o romper el tiempo se juega la posibilidad de otro futuro. Aquí, como en otros trabajos de Noemi, es indeleble la huella de Benjamin, huella apropiada para estas tierras y arrancada como herramienta para el discurso cultural latinoamericano. Por eso, En tiempo fugitivo no trata de construir una visión total de la literatura latinoamericana contemporánea (¡tarea realmente imposible!), sino más bien de construir una benjaminiana constelación de textos que asedian el presente desde dos orígenes confesadamente arbitrarios e imposibles: la caída del muro de Berlín (1989) y el colapso del modelo neoliberal en Argentina (2001). Dos orígenes no originales, uno dentro de América Latina y el otro fuera, pero cuyas olas se sienten dentro.
Una constelación de textos que parten de estos dos orígenes posibles del presente y son leídos a partir del concepto de “velocidad”. La escritura literaria –arguye Noemi– como cualquier tecnología está dotada de distintas velocidades y tiempos que permiten visualizar el presente y también prefiguran la posibilidad de detenerlo, velocidad cero, quiebre espacio-temporal, posibilidad de utopía/distopía. No hay metafísica posible en este libro, sólo distintas velocidades inmanentes que permiten visualizar distintas aristas del presente en fuga. Así en el libro se despliega y se articula en “velocidades post y velocidades fugitivas”, “velocidades globalizadas”, “velocidades de la memoria y la historia”, “Velocidades de resistencia”, “velocidades de las fronteras” e incluso “velocidades de la crítica”. Cada una de estas velocidades aglutina problemas recurrentes en las literaturas del continente, problemas que la literatura no “refleja”, sino que más bien construye y deconstruye como el retorno de la violencia de las dictaduras.

Esta estructura teórica del libro tiene una ventaja inmediata: rompe con la “deslatinoamericanización” instalada, sigilosa, pero persistentemente, por la dictadura pinochetista. Cualquiera que se asome a la escena cultural santiaguina habrá comprobado la insistencia con la que los temas de discusión giran casi obsesivamente alrededor de los temas chilenos, si acaso conectando éstos con Europa o Norteamérica, pero nunca con Bolivia o rara vez con Argentina. A veces, francamente, da la sensación de que hayamos girado ciento ochenta grados contra el programa cultural que expresaba, por ejemplo, el Canto General de Neruda: Chile primero en América latina y luego en el mundo. A contracorriente de esta tendencia insular, En tiempo fugitivo discute, a través de sus constelaciones y velocidades, la literatura chilena en relación a las otras literaturas del continente y, a la vez, pone estas literaturas continentales en diálogo crítico con este mundo incrementalmente globalizado en el que vivimos. Se trata, por ende, de una bocanada de aire fresco particularmente encomiable en su capacidad de analizar y discutir una gran variedad de literaturas, incluso aquellas “menores” como la boliviana o la paraguaya que rara vez merecen mención en los raccontos o antologías de literatura continentales.

Por otro lado, En tiempo fugitivo es también la historia de los periplos del propio Daniel Noemi en busca de literaturas escondidas o raras, haciendo honor a la categorización que el propio Ricardo Piglia hiciera del crítico literario como detective privado, buscando siempre las pistas perdidas de una interpretación posible o de un texto perdido en busca de sus sentidos y resonancias múltiples. En “velocidades de la crítica” y en otras partes del texto Noemi se inscribe en el texto, renuncia –y eso también es muy de agradecer— a una crítica escrita en plural mayestático, pretendida y pretenciosamente objetiva y científica; aquí el crítico se pone en juego, no es una crítica omnisciente ni descarnada, es una escritura que pone el cuerpo y la palabra en este tiempo fugitivo para que la crítica literaria produzca algún efecto en la realidad: “¿Cuál es la lucha de la crítica? –se pregunta Noemi– No tengo la respuesta, aunque intuyo que ella se haya en la literatura misma (¿no ha sido siempre así?), quisiera pensar a la crítica como esa posibilidad. Quizás.” (p. 206).

Finalmente, debo confesar, para hacerle justicia a la honestidad brutal que atraviesa estas páginas, que mi mirada está totalmente enredada en la historia de este libro. Yo tampoco miro ni leo estas páginas desde un espacio neutral, seguro y omnisciente, sino que me reconozco y me pierdo en un texto que me devuelve, entre otras cosas, a las clases de literatura latinoamericana de Josefina Ludmer en Yale (esa universidad que muy pocas veces quiero recordar), a un tempus fugit en que aprendíamos este oficio de la crítica, y el mundo, como la novela de Ciro Alegría, era “ancho y ajeno”. Reconozco en esta escritura el desarraigo del exilio voluntario y también, como dice Said, la lucidez que producen estos últimos veinte años, que veinte años de lecturas y viajes que hay en este libro son mucho más que nada.

Debo confesar también que viendo a Daniel Noemi leer todas estas novelas no puedo evitar quedarme con la sensación de que En tiempo fugitivo hay un duelo por la literatura y por la crítica literaria: el tiempo del duelo es también un tiempo en fuga hacia su necesario entierro, un tiempo que se levanta contra la melancolía para darle palabras a la pérdida. En este sentido, a diferencia de lo que propone Noemi, no soy ya capaz de ver la potencia política de la literatura, su fuerza disruptiva, más bien tiendo a pensar que la literatura como institución y la crítica literaria como hermenéutica están heridas de muerte (ojo, la institución literaria no la escritura o la ficción). ¿Cómo entender sino el premio nobel de literatura a Bob Dylan? ¿Como síntoma de la fortaleza o de la decadencia de la institución literaria? ¿Cómo pensar las protestas (Vargas Llosa a la cabeza) y el entusiasmo de los guardianes de la ciudad letrada con este premio? ¿Es un premio que reconoce la omnisciencia de la literatura o una reacción desesperada ante su inminente desaparición? Sea como fuere, por encima de acuerdos y desacuerdos, lo fundamental me parece es que En tiempo fugitivo tensa al máximo la relación entre literatura y política, se pregunta –a diferencia de la crítica literaria más autista–hasta dónde llega la literatura para comprender el tiempo atribulado y violento en que vivimos. En eso Noemi no está sólo, hay ciertamente otras y otros en su velocidad emancipatoria. Ojalá la lectura de este libro imprescindible haga que se sumen muchas y muchos más a este debate imprescindible. Vale la pena intentarlo para no quedar reducidos a cuatro emoticones mal puestos o ciento cuarenta caracteres muy ingeniosos.

Monday, November 14, 2016

El libro de la semana: Zumbido de Juan Cárdenas

Un hombre arranca de la muerte. Un hombre busca no se sabe qué. Un hombre se busca no sabe cómo. Un hombre a la deriva, como dice la contratapa de esta novela de paso vertiginoso y humor duro. A la deriva, como en un cuento de Quiroga, y como en el cuento del gran uruguayo, el protagonista debe enfrentarse a la violencia de la naturaleza, de la otredad, de lo diferente. Aquí no hay ríos y la selva es más bien de cemento. Un cemento de las afueras de la ciudad, de arrabal, de barrios venidos a menos, de pobladas peligrosas, de villas y poblaciones. Un mundo otro que se abre con su lógica distinta y que lleva con ella la marca de la violencia inscrita: Arturo Cava es tragado por la selva; aquí el narrador lucha por no ser absorbido por la violencia que lo rodea en su periplo por las afueras de su ciudad. (Pero sabemos que la violencia, como en La vorágine, ha ganado la partida desde el comienzo: lo que da inicio a la huida es la muerte de la hermana, el puntapié inicial).



Y en ese camino conoce a una mujer que también está buscando algo o escapando. Road novel. Road trip. Novela de formación donde ya no hay formación posible.
Y luego están los zumbidos que recorren el texto. Recordemos: “En el silencio solo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba”, escribió Garcilaso hace algunos años, creando con ello una de las aliteraciones más famosas de la lengua española. ¿Cuál es el significado de ese susurro? ¿Es una metáfora, una alegoría o simplemente es el mismo y refiere onomatopéyicamente a sonido de los tigres voladores? Quizá Cárdenas le responde también a de la Vega, cuando escribe, entre serio y paródico, catódico y anódico: “Pero el zumbido en realidad no representaba nada. Tampoco tenía un valor simbólico ni era una metáfora. El zumbido no era más que un zumbido, así como el recuerdo de la mujer no era más que un recuerdo”. Los recuerdos que antes habían aparecido vacíos, como un significante que no dice nada, que no es nada, solo sonido, solo ruido, solo su sola soledad. Mas tememos que en ese vacío en su irrepresentabilidad exista algo más (la conexión con la memoria permea el texto; la violencia pareciera precisamente borrar la posibilidad de la memoria, convertirla en un fondo indistinguible. La misma historia pareciera construirse con ese trasfondo, como si fuera un detalle en un gran fresco que se borroneado por el paso del tiempo implacable). Y quizá no tardamos en darnos cuenta que la novela es una búsqueda para darle un valor a ese zumbido y al otro zumbido que estamos leyendo, ella misma. Sin tomarse del todo en serio (que es, por cierto, la mayor y la más bienvenida de las seriedades), sabiendo que todo lo que uno puede contar no es más que “una paráfrasis sin ton ni son”.

Entonces el sentido: en el centro de la novela se encuentra la comunidad que venera a Santa Panchita del Porvenir. Con su feria propia y alcohol a raudales, proponen una religión más cercana a la gente, con sus propios evangelios, parábolas y perífrasis grabados en casetes. Es el carnaval: el mundo dado vuelta. La fiesta donde no importa quién es quién. Pero todo es un chiste; la farsa de la religión ni siquiera da para tal: cualquier zumbido puede ser la voz de la santa difunta. Solo se trata de creer. O de convencer al pueblo. Por suerte, Zumbido mantiene la levedad y no sermonea respecto a los fanáticos. Son graciosos. Andan, también, buscando. ¿Qué? Por suerte, no lo sabemos.



La pregunta que surge al final quedará colgando como línea de luz a punto de romper una gota de rocío: ¿Es posible regresar? La mujer, en un momento, dice que sí, que ella quiere regresar; pero para el narrador ese regreso ya no parece posible. ¿Regresar a dónde, cómo, y, más importante a cuándo? ¿Volver? Ya lo decía Cernuda: “Vuelva el que tenga, tras largos años, tras un largo viaje, cansancio del camino y la codicia, de su tierra, sus casa, sus amigos, del amor que al regreso fiel le espere”. ¿Volver? No, no. Echemos a correr mejor. Y la huida continúa.


El zumbido permanece. Es el camino, el trayecto que no sabemos a dónde nos lleva. Es el recorrido (deberemos compararlo con alguna obviedad como la vida), del cual desconocemos su final. Es el ritmo de la historia y de la letra. Es el ruido de fondo, el ruido blanco, la violencia sistémica, el azul del cielo, ah, en fin, es tantas cosas que quizás después de todo sea cierto que el zumbido no sea una metáfora ni tampoco simbolice algo, capaz, después de todo, que no sea más que un zumbido. 


Tuesday, November 1, 2016

El libro de la semana: La bella muerte, de Natalia Berbelagua

La irrupción de lo extraño, el KO cortazariano al final del relato –breve, punzante, como picadura de abeja, diría Alí--; un sentido del humor que va del gris al negro, pasando por varios tonos marrones; obsesiones que vuelven; literatura y locura tomadas de la mano… los relatos de La bella muerte, más cuidados que los de Valporno (pero sin perder similar potencia), pueden leerse como su suplemento: el lado tanático del asunto. Y claro, desde el título, la presencia de la larga noche es evidente; pero su evidencia es, antes que nada, el cuestionamiento profundo, radical, de nuestra mirada de ella. Cómo mirarla: cómo mirarnos (y en un continente que la ha tenido de sobra y en demasía mirar a la muerte de otra manera es una tarea política imprescindible).



Las anécdotas de estos cuentos son en ocasiones exquisitamente espeluznantes: el escritor que es perseguido por un fantasmal fanático, una anciana en un asilo que es abandonada en el momento de su casi salvación, dos pájaros que terminan devorados por las hormigas; relatos que narran el horror de la cotidianeidad en el velorio de un abuelo o la adicción al juego o al jugo; historias que nos devuelven a la historia de otras tantas muertes –como en la notable “La casa nueva” (antologada en .Cl), donde la narradora procura embellecer el cementerio que más temprano que tarde será su hogar; un lugar que es un “recuerdo para los que sobrevivieron al terror de la tortura en un Chile en blanco y negro”; y por supuesto las ratas, que ya eran protagonistas en los relatos de Valporno, vuelven aquí oníricas y reales: si antes las ratas aumentaban con Brahms, en “Cerro arriba”, “no sé que vino primero, si el humo o las ratas” y también en “Necrópolis”: “No tienen idea que las ratas sueñan con matarnos de a poco” (en Freud, el caso del hombre rata indicaba una neurosis obsesiva; algo de eso recorre estas páginas, las ratas como el inconsciente colectivo, lo que verdaderamente somos que es también o que más tememos)… Y al final están las flores fúnebres, breves textos sobre “muertos ilustres”, la de Jorge Matute bien puede resumir uno de los sentidos de estas escrituras: “Esta es la geografía de la muerte, una larga y angosta faja de tierra podrida”.



Volvemos (aunque nunca la hayamos dejado) a la nación: la mirada de Chile que tiene Berbelagua. Una mirada que desencaja con los discursos triunfalistas, que busca otras sendas, y, bueno, ese discurso ya lo hemos repetido varias veces en estas virtuales páginas. Y todo eso, el afán anti o post hegemónico, el acervo de la crítica acerba (y viceversa), es siempre bienvenido, más aún si se escribe con fuerza, ingenio y extraña belleza (algún día podremos hablar de la estética que circula en estas páginas o de algo parecido a ella). Todo eso es muy bienvenido. Pero para críticas solas no necesitamos de la literatura. Ella, para que valga la pena, no solo debe decir que el mundo va mal sino también darnos vueltas a nosotros y nosotras en nuestra comodidad y mostrarnos y demostrarnos (sin demostrar, por favor) los mundos que recorren y nos recurren, tantos los reales y presentes como los posibles, llenos de esperanza o de espanto. La narrativa de Berbelagua logra crear lo que mi amiga Luz Horne, gran crítica de los realismos de nuestros días, denomina un fresco de la contemporaneidad. Y lo hace, sigo empleando la terminología de Luz, un realismo que no conoce de la piedad decimonónica. Un realismo impío que larga a la cara la verdad disfrazada de literatura.



Y ansí nos insertamos en una tradición realista (otra más, que ya en Valporno hablamos de esto); dándole una vuelta más de tuerca; retomando el realismo social de grandes escritores chilenos  --Nicomedes Guzmán,  Alberto Romero, Carlos Sepúlveda Leyton--- el realismo irreal de María Luisa Bombal; el absorbente, fantasmagórico y totalizante de José Donoso o el realismo documental de Puño y letra de Diamela Eltit; en fin, Berbelagua se sitúa en insigne compaña al seguir estos pasos. Realismo del siglo XXI, realismo mortal, realismo delirante (de nuevo Horne, refiriéndose a Aira; Florencia Abatte, hablando de su obra; yo en algún momento hablando no recuerdo de quién…) y esta no es la ocasión pero habría que decir que se trata de meterse en una tradición que va mucho más allá de Chile, incluso quisiera decir, aunque esto no tiene directamente que ver con estos avatares, que la idea de una literatura chilena tiene cada vez menos sentido a la vez que sigue teniendo mucho sentido, la idea, digo, porque nos obliga a pensar en eso de las atmósferas en los pasados y los presentes y los futuros que la literatura o lo que todavía llamamos así, quiere seguir construyendo y recorriendo y también nos invita a volver a esa palabra tan extraña que es soñar, porque los sueños son a veces como la muerte y también como el amor o sea el lugar donde, como dice Berbelagua, “se unen los disidentes y los carceleros del arte”. O quizás no.