Monday, November 14, 2016

El libro de la semana: Zumbido de Juan Cárdenas

Un hombre arranca de la muerte. Un hombre busca no se sabe qué. Un hombre se busca no sabe cómo. Un hombre a la deriva, como dice la contratapa de esta novela de paso vertiginoso y humor duro. A la deriva, como en un cuento de Quiroga, y como en el cuento del gran uruguayo, el protagonista debe enfrentarse a la violencia de la naturaleza, de la otredad, de lo diferente. Aquí no hay ríos y la selva es más bien de cemento. Un cemento de las afueras de la ciudad, de arrabal, de barrios venidos a menos, de pobladas peligrosas, de villas y poblaciones. Un mundo otro que se abre con su lógica distinta y que lleva con ella la marca de la violencia inscrita: Arturo Cava es tragado por la selva; aquí el narrador lucha por no ser absorbido por la violencia que lo rodea en su periplo por las afueras de su ciudad. (Pero sabemos que la violencia, como en La vorágine, ha ganado la partida desde el comienzo: lo que da inicio a la huida es la muerte de la hermana, el puntapié inicial).



Y en ese camino conoce a una mujer que también está buscando algo o escapando. Road novel. Road trip. Novela de formación donde ya no hay formación posible.
Y luego están los zumbidos que recorren el texto. Recordemos: “En el silencio solo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba”, escribió Garcilaso hace algunos años, creando con ello una de las aliteraciones más famosas de la lengua española. ¿Cuál es el significado de ese susurro? ¿Es una metáfora, una alegoría o simplemente es el mismo y refiere onomatopéyicamente a sonido de los tigres voladores? Quizá Cárdenas le responde también a de la Vega, cuando escribe, entre serio y paródico, catódico y anódico: “Pero el zumbido en realidad no representaba nada. Tampoco tenía un valor simbólico ni era una metáfora. El zumbido no era más que un zumbido, así como el recuerdo de la mujer no era más que un recuerdo”. Los recuerdos que antes habían aparecido vacíos, como un significante que no dice nada, que no es nada, solo sonido, solo ruido, solo su sola soledad. Mas tememos que en ese vacío en su irrepresentabilidad exista algo más (la conexión con la memoria permea el texto; la violencia pareciera precisamente borrar la posibilidad de la memoria, convertirla en un fondo indistinguible. La misma historia pareciera construirse con ese trasfondo, como si fuera un detalle en un gran fresco que se borroneado por el paso del tiempo implacable). Y quizá no tardamos en darnos cuenta que la novela es una búsqueda para darle un valor a ese zumbido y al otro zumbido que estamos leyendo, ella misma. Sin tomarse del todo en serio (que es, por cierto, la mayor y la más bienvenida de las seriedades), sabiendo que todo lo que uno puede contar no es más que “una paráfrasis sin ton ni son”.

Entonces el sentido: en el centro de la novela se encuentra la comunidad que venera a Santa Panchita del Porvenir. Con su feria propia y alcohol a raudales, proponen una religión más cercana a la gente, con sus propios evangelios, parábolas y perífrasis grabados en casetes. Es el carnaval: el mundo dado vuelta. La fiesta donde no importa quién es quién. Pero todo es un chiste; la farsa de la religión ni siquiera da para tal: cualquier zumbido puede ser la voz de la santa difunta. Solo se trata de creer. O de convencer al pueblo. Por suerte, Zumbido mantiene la levedad y no sermonea respecto a los fanáticos. Son graciosos. Andan, también, buscando. ¿Qué? Por suerte, no lo sabemos.



La pregunta que surge al final quedará colgando como línea de luz a punto de romper una gota de rocío: ¿Es posible regresar? La mujer, en un momento, dice que sí, que ella quiere regresar; pero para el narrador ese regreso ya no parece posible. ¿Regresar a dónde, cómo, y, más importante a cuándo? ¿Volver? Ya lo decía Cernuda: “Vuelva el que tenga, tras largos años, tras un largo viaje, cansancio del camino y la codicia, de su tierra, sus casa, sus amigos, del amor que al regreso fiel le espere”. ¿Volver? No, no. Echemos a correr mejor. Y la huida continúa.


El zumbido permanece. Es el camino, el trayecto que no sabemos a dónde nos lleva. Es el recorrido (deberemos compararlo con alguna obviedad como la vida), del cual desconocemos su final. Es el ritmo de la historia y de la letra. Es el ruido de fondo, el ruido blanco, la violencia sistémica, el azul del cielo, ah, en fin, es tantas cosas que quizás después de todo sea cierto que el zumbido no sea una metáfora ni tampoco simbolice algo, capaz, después de todo, que no sea más que un zumbido. 


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