Saturday, August 29, 2015

El libro de la semana (de vuelta del verano): Logia, de Francisco Ortega

--A ver si Griphius se pone las pilas--dijo.


¿Tarda treinta horas el vuelo desde Beijing a Los Ángeles? Curioso que esa fuera la duda que me quedara después de leer las rápidas y en su mayoría entretenidas 500 páginas de Logia, la novela de Ortega que, como suele pasar en casos similares, reúne éxito de ventas con aniquilamiento crítico. De eso voy a hablar también un poco más adelante. Pero primero veamos lo del avión de China a Estados Unidos. Por supuesto que el vuelo es mucho más breve. A lo sumo catorce horas. Ahora, ¿por qué me habría de molestar ese detalle insignificante, siendo que si es por “problemas” sería fácil mencionar muchos otros? Pues bien: uno de los grandes aciertos de la novela es su pretensión realista, su verosimilitud; es decir, su hacer como si todo lo disparatado de la acción fuese real. El recurso a la tecnología de punta –incluyendo drones y armamento de última generación mencionado con sus números y siglas (da lo mismo si son ‘verdaderos o no’, lo que importa es que lo parezcan)—crea una sensación de contemporaneidad suavemente futurista que hace muy buen juego con la temática histórica-paródica de la novela. Por eso, en ese contexto, el comentario por parte del protagonista, dicho al pasar, respecto a la duración del vuelo rompe la ilusión que se busca crear. Y, claro, eso es lo peor que le puede pasar a una novela: sacarnos de ella misma.



Sin embargo, esto no hace necesariamente de Logia una mala novela. Creo que ahí podemos hallar precisamente un posible sentido y una estrategia que si bien no es original (por qué tendría que serlo además), no deja de dar buenos resultados. Vamos un poco para atrás: la novela emplea estrategias clásicas de los thrillers. Una acción rápida, mucho diálogo, lenguaje a ratos formulaico, ciertos quiebres en el argumento que buscan ser sorpresivos, una escena de sexo cada cincuenta o noventa páginas (cuan explícitas dependen del público que se tenga en mente), mención de eventos sociales y políticos recientes con los cuales los lectores se relacionen con facilidad, un secreto a ser revelado, etc. Muchos de estos libros han llegado a ser lo que la crítica suele denominar despreciativamente como best-seller (no así los editores, para quienes los best-sellers, obvio, son una buena cosa). Sin duda en ese desprecio hay algo de razón: si se considera que la “buena” literatura implica, entre otras cosas, un uso del lenguaje más elaborado, claro está que Logia no es un modelo a emular (por “elaborado” podemos entender muchas cosas, desde construcciones poéticas a lo Góngora al comentario que el crítico Harold Bloom le hacía a Harry Potter: repetición y/o pobreza de vocabulario; por ejemplo, usar siempre la misma comparación o la misma metáfora). Pero también en el desprecio hay algo de incomprensión y, quizá, un poco de envidia. La salida fácil es decir que el público gusta de libros “fáciles” y “livianos” que, como el 99% de los programas de televisión no necesitan que uno “piense”; la literatura permite un escape fácil y facilista de la realidad, etc. Ya quisieran muchos de los críticos (yo me incluyo) saber cómo escribir una novela que la gente quiera leer (además, como bien sabían los griegos, la entretención es una de las tareas fundamentales de la literatura).



Pero me he ido un poco por las ramas. Retrocedamos: Logia ha sido llamado el “Código Da Vinci chileno” (ese afán sin fin de comparar con …), o por lo menos eso me dijo la persona que me lo vendió. No obstante, y aquí regreso al vuelo de 30 horas, la gran diferencia, del porte de un buque de treinta horas, es que la novela de Ortega, gracias a Dios y a los masones, no se toma en serio. Se sabe parodia. Se sabe joda. Se sabe entretención y, como mucho divertimento, tira sus palos por aquí y por allá, a los fanáticos religiosos, a ciertos convencionalismos sociales. Claro, no se trata de una parodia elaborada, cuidadosa; es más bien una tomada de pelo de la historia que nos enseñan (y aquí uno podría largarse a decir que toda historia es y ha sido una construcción que viene desde cierta perspectiva –la de los ganadores, etc.—y que perfectamente podría ser otra la historia; pero ese tipo de análisis quedará para otra ocasión), de las formas de los thrillers y sus convenciones (y no por parodiarlos deja de serlo).



Vargas Llosa, quien como crítico no es mi taza de té como dirían los súbditos de la Reina Liz Dos, hace un comentario sobre la trilogía de Stieg Larsson que me quedó dando vueltas. Dice algo aquí como que a pesar de todas los errores, absurdos, pobreza del lenguaje, hay algo en el personaje de Lisbeth Salander que hace que ella sea inolvidable (o formidable, no tengo la cita exacta). No creo que ninguno de los personas de Logia alcance los ribetes de Lisbeth (en todo caso mis candidatas serían Princess y Ginebra—esta última con una historia que recuerda a la de la heroína de Larsson); y, en todo caso, la comparación es injusta para ambos lados. Lo que sí podemos pensar es que en la rapidez de sus diálogos, en medio de su parafernalia tecnológica, más allá de las explicaciones y recuentos históricos que parecen sacados de Wikipedia, hay un algo –un algo que se parece al humor—que hace que a fin de cuentas no importe que nos demoremos treinta horas en un vuelo de Beijing a LAX.