Sunday, October 27, 2013

El libro de la semana: En busca de Klingsor, de Jorge Volpi


Escribe Volpi en Leer la mente que somos humanos gracias al arte. Añade que la ficción nos antecede, que nosotros somos, a fin de cuentas, ficción. Nada nuevo ahí (como él mismo reconoce); pero quizás más complejo de lo que aparenta ser. Quizás más difícil pensar la ficción—y las realidades ficción—en la novela ya clásica de Volpi, En busca de Klingsor. Novela del cambio de milenio bien merece una relectura a pesar de su pretensión a ratos insoportable y su lenguaje demasiado estudiado que denotan un intento solo comparable con el de su autor en convertirse en el nuevo Paz mexicano.
La historia de Gustav Links y la del teniente Francis Bacon se comienza a escribir (si podemos creerle a la ficción) al mismo tiempo que el ingreso del país al NAFTA y simultáneo al levantamiento zapatista. Su escritura concluye cuando el PRI da su (hoy sabemos falso) estertor. Evidentemente no hay inocencia en la vida de Links o de Bacon, tampoco en la repensada escritura de Volpi, en su tour de forcé europeo a través de los años 20, 30 y 40 de una Europa donde se destruye el sueño de la ilustración y de nuestra culpable incapacidad (que muchos hubieran preferido que siguiese igual).
Cabrera Infante cuando le dio el premio Biblioteca Breve comentó que era una novela alemana escrita en español. El humor del genial escritor cubano no deja títere con cabeza: sí, esta novela alemana escrita en español puede ser leída como una reflexión tardía de los cambios que se viven en la América Latina de los 90s.
La novela, como dice el mismo autor, es el lugar ideal para las reflexiones globales. En esta, se reflexiona bastante, a ratos demasiado: desde la incertidumbre como principio de la física que se traslada a la creación literaria y a toda gesta interpretativa. Pues ahí se establece el paralelo, alegoría medieval, que recorre toda la novela: no hay diferencia entre la física y la literatura. La pregunta es obvia: ¿cuál es la bomba atómica de la segunda? Como sucede con los gatos de la física, mientras más nos acercamos en literatura a descubrir qué es eso que nos convence de esa realidad de la ficción, más nos alejamos de la posibilidad de comprenderlo. Mientras más nos aproximamos a Klingsor, menos podemos saberlo. Algunos reclaman que con esta novela y su pasión por la ópera, Volpi se sitúa en una tradición postmoderna que, en tierras latinoamericanas, hubo iniciado Borges. Literatura del sur que funciona como contradiscurso y que se propone como “desterritorialización del discurso del logos como discurso de la verdad a través de estructuras narrativas que superan aquella forma de organización basada en la raíz, la esencia y el fundamento ontológico.” ¿En serio? ¿Todo eso? Y yo que pensaba que en el fondo el único problema era que no podíamos descubrir la verdad, que Links mismo ha llegado a un momento en que él no puede saber la realidad. El mismo es incapaz de saber si él es Klingsor o no. Y con él, el lector y la lectora que a estas alturas ya no están tan desocupados.
Otros prefieren ver en esta busca, un nuevo paradigma postcolonial. Una escritura de la doble periferia, en la que se escribe historia desde la narrativa y una historia el centro (dizque Europa) desde el margen (dizque México). La verdad es que esto me convence aún menos.  Más allá de intenciones o desintenciones, que al final poco interesan, si hay algo que En busca no quiere ser es un texto periférico. Cabrera Infante tiene razón: es una novela alemana y los alemanes no son periféricos.
Pero, está bien, quizás si haya algunas complicaciones de índole germánico francesa. El texto se descentra, se pierde, se miente a sí mismo, se laberentiza (¿qué diría Borges de esa palabra?). Bacon puede ser quien busca el centro del laberinto, él y su doppelgänger, Links, en su enfrentamiento con el minotauro (la idea no es mía, la pueden googlear fácilmente); un laberinto que es muchos laberintos…
Entonces la novela puede ser muchas cosas:
El Fiat Lux, Mehr Licht, el comienzo Goethiano que torna la idea de la verdad como iluminación, en algo imposible. Hitler, por supuesto, no puede aceptar la luz: basta de luz (la misma lucha de la literatura por iluminar y des-cubrir). Pero lo que sabemos lo sabemos desde la voz de Links. Un narrador bastante poco fiable desde su posición de locura. Entonces, a quién creer. Posición de excepcionalidad y de testigo de todo el siglo. Links escribe desde un doble afuera: un afuera de la razón, un afuera del tiempo.
La narración, como toda observación, modifica aquello que estudia su sujeto; o sea, estamos ante un planteo teórico y estético, literario, también. Contar el siglo desde la caída del socialismo real. 
La novela se pregunta por el motivo de sí misma y a ratos eso nos pasa a nosotros. ¿Hasta qué punto la teoría es la novela? ¿Hasta qué punto la busca de Klingsor no es demasiada excusa? ¿Hasta qué punto queremos creer la ficción de la ficción?
Volpi narra un momento de transformación mundial a nivel de las ciencias que cambió nuestra percepción de la realidad; a nivel político, cambia el orden mundial (todo eso referido al pasado que se narra en la novela) y está escribiendo en un momento de transformación y consolidación neoliberal en México. ¿Tiene sentido pensar eso en conjunto? O sea: ¿cuál es la política de Klingsor? O, como se dijera hace muchos años: ¿Cuánto vale el show?
La indecibilidad, la imposibilidad de saber, de llegar a la verdad es, finalmente, el motivo central. En eso, como dicho, la literatura y las matemáticas (o, ya que estamos, la historia también) no se diferencian: ambas son solo un acercamiento a una versión de la realidad. Y ahí radica lo más divertido—en todos sus sentidos—de la novela. En que podemos leerla sin nunca llegar a saber, en que la traición de los personajes y de los científicos, es la traición de la escritura y la lectura. ¿Novela alemana? Ni modo. 





Monday, October 21, 2013

El libro de la semana. Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor


No sé si fue mi tío Bajtin o mi tía Marta, la cosa es que recuerdo como si hubiese sido ayer cuando me contaron eso de las novelas polifónicas, donde se creaba un coro de voces y juntas todas ellas salían a caminar y creaban una realidad, un mundo propio. Dicho así suena muy fácil, como si se tratase de poner a un montón de gente a hablar y ya está. Pero los que hemos tenido la fortuna de leer más de una novela, sabemos que no es así. Menos aún si el mundo que se trata de representar (y aquí nunca mejor usada esta palabra) tiene que ver con el pistoletazo en el concierto del que hablara, creo, Stendhal. O sea, de política. Efectivamente, crear una novela política y coral es un inmenso desafío. Podemos agregar un tercero, agarrándonos de aquellos grandes del grupo de Guayaquil: el intento de describir la realidad y nada más que ella. En este caso, la guerrilla y la guerra sucia en el México de los años setenta.

Sí, Guerra en el paraíso de Montemayor no es una novela fácil. Cuesta entrar, uno se pierde, se olvida de los personajes, de quién dice qué. Pero cuando pasamos esa barrera nos encontramos ante un texto notable: una novela que es doblemente política. 
En su contenido, en lo que cuenta: los avatares de Lucio Cabañas y su gente; y la reacción del gobierno, las acciones de la policía y el ejército. Reconocemos nombres, eventos (asesinatos, secuestros, momentos históricos), tierras, geografías, incluso calles y citas. La política de esos años bulle. Las voces van efectivamente conformando una constelación que dibuja y describe el dolor y las esperanzas, el terror y el miedo de esos años, a la vez que se convierte en un documento que quiere mostrar, correr el tupido velo que esos años han tenido (por suerte cada vez menos) en las historias oficiales y reconocidas.

Pero más significativamente, Guerra en el paraíso es política por su apuesta estética. Por su romper y crear, por decir: la única manera (la mejor manera) de dar cuenta de lo sucedido es por medio de la desarticulación de las historias oficiales, únicas, hegemónicas. El texto, como todo texto, no puede dejar de lado su voz autorial, pero sí logra desvanecerla y camuflarla lo suficiente para que las voces sean de veras oídas, para que la dificultad que encontramos al leer sea la dificultad de la realidad misma o casi. Las voces de los periodistas que en varias ocasiones interrogan a generales o representantes del poder funcionan como un curioso espejo de las voces de nosotros los lectores y lectoras. Surgen una serie de posicionamientos especulares, incluso corriendo a ratos el riesgo de la fusión más que la confusión: queda la sospecha inquietante si a fin de cuentas guerrilleros y militares no son tan diferentes. Pero sí lo son. No por un heroísmo de la guerrilla o la inteligencia de Cabañas o porque su causa sea justa—valga todo eso—sino principalmente por sus quiebres, fallas y dudas; por la profunda humanidad que conlleva. Traicionan, fallan y vuelven a traicionar, porque nada es fácil, porque nunca ha sido ni será fácil. Y sí, también hay campesinos aterrados que parecieran sentirse entre la espada y la pared, y hay soldados que se mueren de miedo (y con razón) porque es el miedo y el terror lo que surge de la pobreza. Violencia que se reparte de todas maneras y en todas las direcciones. Violencia sistémica, claro, en la base de todo; sustentada con mentiras y despojos. Violencia quemante subjetiva, la que vemos y oímos y leemos y queremos pero no podemos olvidar. Violencia del texto que se quiebra y se vuelve a quebrar.

Acapulco sigue ahí, las tierras de Guerrero, a pesar de todo (o quizás por ello) se nos entregan en toda su plenitud y belleza. Sí, pues no debemos olvidar que estamos en el paraíso. Con tonos de lirismo que me recuerdan líneas de Los hombres obscuros del gran Nicomedes Guzmán, Montemayor hace aparecer la belleza en medio de la violencia más abyecta. El color de la tarde, el rumor del agua o del viento; la brevedad de una flor. Todo ello puede durar apenas un segundo o menos, pero está ahí y es el marco silencioso de esta guerra que, tristemente sabemos, se escribe hoy con otras palabras y con otras esperanzas.
Guerra en el paraíso es también una novela sobre la utopía de la revolución. Como tal permite lecturas encontradas: desde la utopía absurda hasta la necesidad imperiosa; desde sueños descarriados a interpretaciones correctas de la realidad (las discusiones sobre el lenguaje necesario para explicar el marxismo son notabilísimas; cómo explicárselo a los campesinos, a los pobres… Aquí la ironía de Montemayor merece aplauso). Y es la misma novela la que se encarga de recordarnos que toda respuesta, la que sea, debe pasar por la historia. Que sin historia no tenemos futuro ni revolución. Y sin novela no hay historia.