Saturday, September 20, 2014

El libro de la semana: Memorial del engaño, de Jorge Volpi.


Insoportable. J. Volpi y su voz. Despreciable. J. Volpi y sus actos. Tierno. J.Volpi y su juego de querer ser insoportable y de demostrar su despreciabilidad. El problema, digámoslo ya, no va por esos lados, sino en la desigualdad terrible entre el presente y el pasado; entre la novela y el documental, o, lo que se dibuja como documental ficticio –buen juego, digámoslo también- de la crisis del 2008. En otras palabras: el narrador es insufrible y, al saberse tal, logra a ratos hacernos reír. Pero no lo suficiente. Y cuando se pone serio y se convierte en un novelista (ya que capaz que J. Volpi sea uno de esos especímenes) le viene mucho mejor la rémora del tiempo que la presura del hoy.
Y además está la ópera, un conocido gusto de otro J. Volpi. Quizá las coincidencias no sean solo eso. Pero, again, vale la pena reírnos de la risa que se ríe de sí misma.



Si uno logra superar lo insoportable de la voz, Memorial del engaño puede ser incluso educativa y a ratos curiosa y divertida. El narrador es un pequeño estafador como muchos otros o como lo somos todos, pero por las circunstancias de la vida le cae la posibilidad de serlo en grande. Nada especial hasta ahí; más bien la historia de un esquema a lo Ponzi más, de aquellos que escuchamos demasiado. Pero  qué tal si aquel ser fuese hijo de convencidos comunistas, y si uno de esos rojos hubiese ayudado a crear uno de los centros neurálgicos del comunismo actual: el FMI. Ahí va esa trama que dispara hacia el pasado, entre espías, espionajes, cédulas secretas, suicidios y verdades que se van develando poco a poco y que siempre esperan y posibilitan una nueva vuelta de tuerca, y otra. Y ahí está lo mejor de la novela, del contar y del decir que tiene Volpi. En esto, como también en la explicación  a la científica de la crisis, recuerda bastante a su clásico En busca de Klingsor (una novela que también persigue la forma y la voz de una ópera).



Los dejos a Le Carre, los soplos de novela negra funcionan muy bien, tal vez porque en aquellos momentos la amalgama entre la voz de J.Volpi y lo que sucede hagan estallar la más radical realidad de la ficción: todo pudo ser cierto pero no importa. En cambio, cuando nos vamos al presente, que es más que nada una búsqueda por ese pasado (la búsqueda por el padre, una Odisea más, un padre perdido, nada nuevo sub sole), la historia y el cuento se tambalea. Y no tanto por las explicaciones técnicas (de hecho bienvenidas sean más allá de la verdad o no de ellas, eso da lo mismo), sino lamentablemente por el exceso de corrección de la sorpresa que maneja Volpi: porque el personaje a sabiendas se caricaturiza a sí mismo, es mucho él. Es lo que tiene que ser y esa realidad no nos abruma ni nos deleita; en demasiadas ocasiones nos aburre. Bryce Echenique era capaz de reírse de sí mismo, de sus personajes inverosímiles; Volpi quiere hacer aquello, mas corto se queda. Y seamos justos: este J. Volpi es un gran caracterizador, escribidor de personajes. Y aquel otro que también escribe se debe de haber reído mucho al escribir todo esto; reírse de su esposa Leah o del cliché de su amante y socio Vikram, reírse de algunos amigos convirtiéndolos en cantantes de ópera; reírse, en fin, de lo mismo que todos los críticos podrían decir de su novela: lo que en algún momento se llamó el paratexto (todo aquello que no es parte de la novela propiamente tal pero está escrito en el libro, como la contraportada, los comentarios de críticos como Straus-Kuhn, la biografía del autor, la existencia de un traductor y un título original (Deceit), y un cuidado etc.) es ingenioso y tiene, como en una ópera bufa, gracia.



Con todo, no es raro que Memorial del engaño, desde su mismo título, termine siendo una crítica a los causantes de la crisis. Por más mal chico que J. Volpi sea, nos queda claro que gente como él fue la culpable de lo que padecieron muchos. Es curioso que el cinismo del personaje no le alcance para ser de verdad un hijo de puta. No, es un buen tipo que no hace lo que sabe es bueno porque tiene un miedo a ser su padre o algún rollo similar, me dijo una amiga que no pudo terminar la novela.
Jorge Volpi, el otro, el que escribe novelas en lugares sabidos (y al que también, según me cuentan, le gusta la ópera), lleva muchos años queriendo ser el nuevo Paz. Vaya a saber uno si lo va a lograr o no. Yo adivino no soy. Pero si se trata de esta novela, digamos que nos quedamos esperando por una mejor aria.


Tuesday, September 2, 2014

El secreto de la orquídea Calavera, de Élmer Mendoza


Qué onda con los detectives estos. Detectives surrealistas; mejor: novelas policiales surrealistas y otros delirios. Tentado uno está en un comienzo a dejar de lado las desventuras del Capi Garay, chico alérgico y llorón como el que más, pero hay algo que atrapa poco a poco y, como una boa enroscándose alrededor de nuestro cuerpo, nos rodea doblemente. La solución a todos los males, como suele ser el caso en estos avatares, está en la lectura misma. Y así, en efecto, será la lectura misma, la de la novela que en juego de espejos da el título a la que leemos, donde se encuentre la solución al misterio del secuestro del padre del Capi.



Pero ese misterio no es más que una excusa, un devenir posible de las muchas historias que circulan por estas páginas llenas de risas, bromas, humor de todos los tipos, e imaginaciones rebuscadas a ratos que buscan reconocer como dijera Carpentier que el surrealismo, al contrario de lo que sucede en Europa, no necesita inventarse en América Latina sino que ‘se da’, esto es, sería la condición natural en la que vivimos. Mendoza se ríe, por supuesto, también de eso; o poco le importa. Así el final de la novela podría ser carpenteriana –recuerda pasajes de esa joya que es El reino de este mundo—o, con algunos dimes y otros diretes parece acercarse/reírse de algunos afanes mágicorrealistas. Que los muertos hablen con los vivos y que den vueltas por el mundo de los susodichos no es algo exclusivo del realismo mágico, claro está, pero desde que al comienzo de aquella novela Prudencio Aguilar queda dando vueltas, es inevitable no relacionarlo (y creo que, equivocadamente, los muertos de Pedro Páramo ingresan no muy subrepticiamente en esa categoría).




Entonces aquí estamos ante una novela que: da una nueva vuelta al policial nuestro de todos los días; presenta un héroe cuya única gracias es leer un libro; reflexiona sobre la escritura y la relación entre la ficción y la realidad; y entre la realidad y las realidades; y, de vuelta, se ríe de todo ello. El misterio de la Orquídea Calavera es un relato muy simple que a ratos se torna enredado, para los dos lectores: el neófito detective y nosotros; pero en ese perderse, y en ese no entender, radica uno de los sentidos de la novela. Se trata de perdernos, se trata de jugar en el misterio, de descubrir que la literatura como el arte puede ser un juego en el que nos perdemos, pero que siempre hay algo que vamos a rescatar. De otra manera: ¿cuál era el sentido del juego surrealista? ¿Cuál puede ser su sentido hoy? Reconectarnos con aquellas dimensiones de nuestra vida que pasan desapercibidas, que no podemos o no queremos reconocer están presentes mucho más vívidas y ciertas de lo que creemos.



Encima de la mesa de operaciones hay un máquina de coser, un paraguas y no recuerdo qué más. Y hay también escritura automática: Mendoza trae todo ese de vuelta (y de ida) y nos introduce desde ahí, desde este policial arrevesado y tierno, a la vida y dudas de Garay hijo. Un chavo que, como muchos que tienen sus dieciocho años (y de muchos mayores que él), no sabe que quiere, está perdido en el mundo, tiene miedo, se siente incapaz de enfrentar los desafíos que se le presentan. Pero sin saber cómo (ni con qué pretexto) poco a poco sí los va solucionando, poco a poco sí va entendiendo qué es lo que sucede a su alrededor; poco a poco descubre que la realidad es más amplia y se atreve a enfrentarla. Poco a poco, al meterse cada vez en la historia que lee del inglés James y de su creación insana, va descubriendo cual arqueólogo, lo que está bajo la superficie. Y con ello se produce también un proceso de autoconocimiento; en el modo más clásico de todos, El misterio de la Calavera deviene, así, también una novela de formación-policial-surrealista. Bildungs del Copi como adolescente que está en ese momento clave donde se ha de decidir en quién se convertirá (claro que siempre estamos en momentos claves). Su paso al ser adulto. De ahí que a quien debe salvar sea a su padre; de ahí que la relación más difícil la tiene con su abuelo; de ahí que no logre entender o siempre lea erróneamente a las chicas; de ahí que el mundo le abra sus puertas desde el miedo que queda atrás.
Un negativo del Zurdo Mendieta, pero al mismo tiempo el Capi es alguien que bien podemos imaginar deviniendo el otro. No lo sabemos, como no sabremos nunca el centro del misterio de la orquídea Calavera o de la literatura. Y en esa incapacidad nuestra, que es tan surreal como real, está lo que vale la pena y la razón por la cual seguimos leyendo.