Qué onda con los detectives estos.
Detectives surrealistas; mejor: novelas policiales surrealistas y otros
delirios. Tentado uno está en un comienzo a dejar de lado las desventuras del
Capi Garay, chico alérgico y llorón como el que más, pero hay algo que atrapa
poco a poco y, como una boa enroscándose alrededor de nuestro cuerpo, nos rodea
doblemente. La solución a todos los males, como suele ser el caso en estos
avatares, está en la lectura misma. Y así, en efecto, será la lectura misma, la
de la novela que en juego de espejos da el título a la que leemos, donde se
encuentre la solución al misterio del secuestro del padre del Capi.
Pero ese misterio no es más que una
excusa, un devenir posible de las muchas historias que circulan por estas
páginas llenas de risas, bromas, humor de todos los tipos, e imaginaciones
rebuscadas a ratos que buscan reconocer como dijera Carpentier que el
surrealismo, al contrario de lo que sucede en Europa, no necesita inventarse en
América Latina sino que ‘se da’, esto es, sería la condición natural en la que
vivimos. Mendoza se ríe, por supuesto, también de eso; o poco le importa. Así
el final de la novela podría ser carpenteriana –recuerda pasajes de esa joya
que es El reino de este mundo—o, con
algunos dimes y otros diretes parece acercarse/reírse de algunos afanes
mágicorrealistas. Que los muertos hablen con los vivos y que den vueltas por el
mundo de los susodichos no es algo exclusivo del realismo mágico, claro está,
pero desde que al comienzo de aquella novela Prudencio Aguilar queda dando
vueltas, es inevitable no relacionarlo (y creo que, equivocadamente, los
muertos de Pedro Páramo ingresan no
muy subrepticiamente en esa categoría).
Entonces aquí estamos ante una novela
que: da una nueva vuelta al policial nuestro de todos los días; presenta un
héroe cuya única gracias es leer un libro; reflexiona sobre la escritura y la
relación entre la ficción y la realidad; y entre la realidad y las realidades;
y, de vuelta, se ríe de todo ello. El
misterio de la Orquídea Calavera es un relato muy simple que a ratos se
torna enredado, para los dos lectores: el neófito detective y nosotros; pero en
ese perderse, y en ese no entender, radica uno de los sentidos de la novela. Se
trata de perdernos, se trata de jugar en el misterio, de descubrir que la
literatura como el arte puede ser un juego en el que nos perdemos, pero que
siempre hay algo que vamos a rescatar. De otra manera: ¿cuál era el sentido del
juego surrealista? ¿Cuál puede ser su sentido hoy? Reconectarnos con aquellas
dimensiones de nuestra vida que pasan desapercibidas, que no podemos o no
queremos reconocer están presentes mucho más vívidas y ciertas de lo que
creemos.
Encima de la mesa de operaciones hay un
máquina de coser, un paraguas y no recuerdo qué más. Y hay también escritura
automática: Mendoza trae todo ese de vuelta (y de ida) y nos introduce desde
ahí, desde este policial arrevesado y tierno, a la vida y dudas de Garay hijo.
Un chavo que, como muchos que tienen sus dieciocho años (y de muchos mayores
que él), no sabe que quiere, está perdido en el mundo, tiene miedo, se siente
incapaz de enfrentar los desafíos que se le presentan. Pero sin saber cómo (ni
con qué pretexto) poco a poco sí los va solucionando, poco a poco sí va
entendiendo qué es lo que sucede a su alrededor; poco a poco descubre que la
realidad es más amplia y se atreve a enfrentarla. Poco a poco, al meterse cada
vez en la historia que lee del inglés James y de su creación insana, va
descubriendo cual arqueólogo, lo que está bajo la superficie. Y con ello se
produce también un proceso de autoconocimiento; en el modo más clásico de
todos, El misterio de la Calavera
deviene, así, también una novela de formación-policial-surrealista. Bildungs
del Copi como adolescente que está en ese momento clave donde se ha de decidir
en quién se convertirá (claro que siempre estamos en momentos claves). Su paso
al ser adulto. De ahí que a quien debe salvar sea a su padre; de ahí que la
relación más difícil la tiene con su abuelo; de ahí que no logre entender o
siempre lea erróneamente a las chicas; de ahí que el mundo le abra sus puertas
desde el miedo que queda atrás.
Un negativo del Zurdo Mendieta, pero al
mismo tiempo el Capi es alguien que bien podemos imaginar deviniendo el otro.
No lo sabemos, como no sabremos nunca el centro del misterio de la orquídea
Calavera o de la literatura. Y en esa incapacidad nuestra, que es tan surreal
como real, está lo que vale la pena y la razón por la cual seguimos leyendo.
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