Desde y cuando la fama de los detectives,
ha habido y las hay variantes múltiples y polifacéticas. De hecho, dicen
algunos que por tierras latinoamericanas los detectives empezaron dando vuelta
lo que se venía haciendo por otros lados, dizque el país del norte o la vieja
Europa. Como en todo, algo de verdad hay, pero nunca la es toda. Alguna vez leí
una novela de un suizo que a mediados de siglo daba otra vuelta al fracaso del
investigador, policía, sabueso de la ley. Alguna vez alguien me contó la
historia de una detective que encontraba la verdad escuchando a Pink Floyd; y
mucho antes tuve un profesor que me enseñó que la novela policial no es más que
un intento de buscarse a uno mismo, de pinche modo, pero qué se le va a hacer.
Pues bien: ni modo: Fadanelli se ríe y honra a todas esas variantes y
posibilidades en este El hombre de Danzig,
un texto que combina la desopilante filosofía con la reflexión anacoluta sobre
las mujeres y convierte al detective en, precisamente, un buscador de imágenes
del yo. Ni más ni menos, porque, claro, si le hacemos caso al título, el
protagonista de todo este fandrollo no es el detective Riquelme ni tampoco el
narrador protagonista enamorado de la casi inexistente Elisa Miller, sino el
irreparable (y para algunos inmejorable) Chope (aka. Schopenhauer).
Lamentablemente terminé de leer la novela
en un bar en Boston y no, como hubiese merecido, en alguno de esos medios
hipsertos que ahora polulan por la Roma, donde habita el narrador enamorado
perdido. Sí, Fadanelli tiene la capacidad de escribir incluso en contra de él;
y eso lo logra escribiendo con un desenfado controlado y una reflexión a ratos desmadejada
a ratos brillante. Si Fadanelli fuese escritor (y conste que lo es) no sería
ninguna de los muchos que cita y con los cuales, graciosamente, dialoga en la
novela; no, sería alguien más cercano a Balzac (por supuesto) o a Bolaño ( qué
aburrido) o a Sor Juana. De un modo
estridente y estrepitoso, Fadanelli es un claro heredero de la sabia y labia de
la monja.
Ahora, ¿qué sucede en las líneas de este
policial que es, claro, cualesquiera cosas menos aquella? El narrador habla de
sí mismo todo el tiempo: maniático, insoportable e incluso a ratos aburrido.
Pero insiste ahí comienza una nueva
densidad de la risa y del amor y del pensamiento. Todo junto y remezclado y
difícil de digerir por la rapidez de la escritura (da la impresión de una
velocidad que algunos entenderían como flojera chilena o hueva mexicana), pero
aquello sería un engaño: El hombre de Danzig es una foto del presente y del
malestar de la cultura actual.
OK, no es necesario decir tanto: es un
texto que nos permite reírnos de lo que pasa hoy, de nuestras ansiedades y de
las de otros.
Pero
estábamos hablando de un policial. Y también estábamos hablando de Pink Floyd.
Porque Fadanelli se da el gusto exagerado de hablar de lo que quiera. Y aquello
que puede parece simple tarea, no deja de ser algo: no es fácil divagar,
divertir, soñar, irse por los caminos perdidos y los recodos incógnitos de la
vida y los menos remotos de la filosofía.
El
protagonista ha sido jugador de básquetbol: una sabiduría que se presta tanto
para la metáfora del coito como para la filosófica; y la novela juega entre
ellas. Todo saber es un saber imposible; todo puede ser joda, todo puede ser
otra cosa y al final lo que sabemos no
es nada, o al menos nada que quede, porque, y aquí llegamos al meollo del
asunto, se trata del tiempo y del abandono que todos temprano o tarde tenemos
que sufrir: si Elisa o quien sea te deja
puedes por fin sentir que algo significante ha sucedido en tu vida. Ser
abandonado, en la poética de Fadanelli, equivale a existir (y no vamos a entrar
aquí en la discusión sobre si está en lo correcto o no); pero lo grave ( y lo
divertido) es que no basta con existir. Hay que hacer/ser algo más.
La amalgama del texto vuelve a ser, como
en gran parte de la narrativa del autor, la gran y mágica ciudad, el hermoso y
horrible DF. Los personajes recorren la ciudad –capaz que se escapen en algún
momento a San Miguel de Allende—y nosotros con ellos. La realidad recorre esas
aceras, barrios, colonias: emerge otra ciudad: la que está latente en cada uno
de nosotros, la que todos queremos que sea y la que todos sufrimos más allá de
nuestras mismas posibilidades.
Son pocos y pocas las escritoras y los
escritores que logran armar aquello que los críticos y las críticas gustan
llamar un cuerpo o un corpus, no necesariamente coherente, pero que tenga un
sentido o un llamado. Fadanelli no es solo uno de los mejores cronistas de su ciudad
dando vueltas, sino uno de los pocos que reflexiona y se ríe al mismo tiempo de
los avatares de la literatura en nuestros días escribiendo aquello tan
inexistente como la literatura.