Friday, August 1, 2014

El libro de la semana: La mujer del novelista, de Eloy Urroz


Una de las características de lo que poco imaginativamente se ha llamado nuevas narrativas, esto es, la producción literaria en América Latina de los últimos 30 años, es la presencia de la reflexión metaliteraria, del hecho mismo de escribir lo que el lector está leyendo. Por cierto, no se trata de nada nuevo –la mejor novela nunca escrita en español nos enseñó la importancia de ese recurso--, pero sí de una notable insistencia. Hay, claro está, distintos niveles y usos de esta técnica. La más reciente novela de Eloy Urroz, entre muchas otras cosas que quiere ser, es una reflexión larga (demasiado) sobre la el acto de escribir, el sentido de la literatura y la compleja relación entre realidad y ficción.



Sí, es la historia de la escritura de la novela que el escritor siempre ha querido escribir; y la historia se escribe, que es como escribir la historia: personal y colectiva; la historia de la vida personal del alter ego del novelista (quien se desdobla en dos—ya volveremos a ese punto) y cómo esta se entremezcla con lo que acontece con el grupo de escritores del Crack, del cual él fue un miembro. Dicho sea de paso, la novela es una parodia de un Roman à clef, esas donde el nombre de cada personaje remite a una persona real. Parodia porque solamente emplea ese recurso para los nombres de los escritores del Crack y unos pocos más que son cercanos al narrador/a de turno (en su doble vida—ya volveremos a eso) y en el nombre del grupo: se trata del Clash. Sin embargo, muchos de los otros personajes ‘conocidos’ mantienen sus nombres reales. ¿Funciona el sistema? A medias: tiene sentido por el intento de doblar la realidad de la ficción, pero a ratos eso mismo lleva a una confusión irrelevante.



Ahora bien, uno de los puntos más curiosos de la recurrencia metaliteraria de la que hablo es la capacidad de ponerse los parches antes de las heridas que tiene La mujer del novelista. ¿Es esta novela muy larga, excesiva, debería recortar? No, porque “una novela no discrimina, sólo engulle y acapara. Cribar una novela sería como quitarle capítulos a A la recherche…” (la comparación no es, por cierto, trivial). Ante el exceso de minucia personal, de las relaciones con sus amantes, con los otros escritores, una de las narradoras escribe: “Con lo que he leído, no veo a quién diablos pueda interesarle. ¿Hay lectores para este tipo de novelas? ¿Acaso la gente no tiene suficiente con lo que vive en carne y hueso todos los días?” Bueno, si el lector ha llegado a la página 316, la respuesta es que algo sí le interesa. O uno está haciendo un muy grande esfuerzo. Hacia el final, incluso, uno de los ‘otros’ escritores del Clash, quien ha leído el manuscrito de la novela que nosotros estamos terminando, hace una lectura descarnada del mismo y concluye que es un gran libro, en el cual lo único que importa es el autor mismo, que es PURA SOBERBIA (las mayúsculas son del texto), que muestra la inquina hacia sus supuestos amigos de generación, y que probablemente le signifique el divorcio. También dice que es un libro “honestísimo”. Con esto último podemos estar de acuerdo; el autor en sus diversas encarnaciones busca mostrarse honesto hasta la médula. Se trata más bien, en ese sentido, de unas confesiones a la Rousseau o a la Descartes. No teme decir ‘cosas’ que ‘sabe’ caerán mal o, más aún, buscando caer mal. Otros pasajes quieren ser más desafiantes y otros clarificadores: su amor por Vargas Llosa no es solo novelístico, sino su comunión es también política y económica (vía Popper). Así, estas confesiones navegan por un mar de vicisitudes, de eventos, de memorias (hay recuerdos hermosos, otros tenebrosos, y algunos de los otros), de mujeres y amantes, de fracasos y de rabias escriturales.



¿Es la novela de su generación? ¿Es la novela de ese grupo de escritores que, al menos por un momento, lograron sacudirse el peso del Boom en su versión Fuentes-Paz? Algo pasa, algo sucede que va en ese camino. Pero, me temo, estamos más cerca de las buenas intenciones que de los logros definitivos. Y ya sabemos qué lugar está lleno de ellas. (A pesar de lo que se repita en la novela-confesión sí hay cosas que sobran en una novela, sí hay momentos que se pueden cortar; ¿el exceso es parte de la novela, la acumulación infusa de elementos? Bien, puede ser. Pero queda siempre algo por decir de la importancia: de aquello que vale la pena contar. Honestidad, sí, una honestidad que puede salir cara (o barata)—porque sabemos que la literatura es cualquiera cosa menos honesta, para eso están las declaraciones de amor y de guerra.)



Pero volvamos a lo que dijimos que íbamos a volver: la doble vida de Eloy-Eugenio, Lourdes-Gloria. La idea es más o menos sencilla: una de las dos vidas que se narra es la ‘real’ y la otra es la que ‘pudo haber sido si…’. En una de ellas Eugenio vive con Gloria, en la otra Eloy y Lourdes. Las historias están narradas desde las perspectivas de los cuatro. Y los personajes cruzan (y, como dicho, algunos cambian sus nombres) de un mundo al otro. Y también las posibilidades de lo que pudo ser se transfieren de un relato al otro. Eugenio piensa en Lourdes; Eloy sueña con Gloria, etc. La estructura, sabemos, no es de gran originalidad, pero permite crear una suerte de suspenso, de tensión: ¿cuál es la realidad real? ¿Está loco el personaje X? (como se sugiere en algunos pasajes) ¿Están todos locos? (como se sugiere en otros) ¿Es la vida una locura? (ídem). Sin embargo, este juego especular no alcanza a sorber de las medulas ardiendo del mismo conflicto que crea. En comparación de amores: se trata de amores cobardes, se quedan allí, ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor trovador conjugar. A la pregunta mundialera ¿gana o pierde la novela-confesión con la entrada de este jugador?, la respuesta le corresponde, obviamente, a cada lector; por mi parte, con un empate quedaría contento.



Documento de época, crítica cultural notable –de la vida académica, del mundillo político cultural—, intento (des)honesto de escribir una gran novela (lo cual es un gesto irónico que, de hecho, la rescata de la que pudo ser un naufragio olvidable), La mujer del novelista es una novela llena de fuerza, ganas, historia y memoria, cabeza y mucha inteligencia. Lástima que también tenga demasiadas páginas, demasiada inteligencia, demasiadas ganas.   

No comments:

Post a Comment