Tuesday, August 12, 2014

El libro de la semana: Arquitecturas de lo invisible, de Karla Marrufo


En casi todos los países de aquello que llamamos América Latina, las provincias han quedado relegadas de uno o de muchos modos: económicamente, socialmente, culturalmente… y crónicamente. O sea, que este ha sido un problema crónico y que además se da en la crónica. Hay excepciones, por cierto, que ella aunque no prueban nada tampoco lo contradicen tanto: Medellín, Valparaíso, Puebla, Guayaquil, sí, de haberlos los hay, pero la gran mayoría se centra en las ciudades capitales urbes. Valga lo anterior como innecesaria introducción para unas breves palabras sobre estas crónicas encantadoras e inteligentes que buscan una mayor visibilidad en el circuito mexicano.



Marrufo escribe su Mérida, su ciudad blanca, desde la experiencia de ir y volver a ella, como se vuelve siempre a un primer amor. Deja en claro, partiendo del inefable (y ya que estamos hablando de ciudades, inevitable), Calvino, que lo suyo dejará de lado el estereotipo, lo pintoresco, el costumbrismo turístico que ha invadido a Mérida: “el mapa desdoblado sobre esas páginas recorre los principales centros de entretenimiento vertiginosamente multiplicados en los últimos años: casinos, centros comerciales, antros y discos y, en general, bares de diverso tipo desplegados a lo largo del Paseo y Prolongación Montejo”.  Y de diverso tipo tratan las crónicas que siguen: al centro comercial que ha pasado a reemplazar el negocio del centro al antro gay o el lugar de stripper o el bar para la conversación pasando por el Impala siempre lleno desde tiempos inmemoriales.



Hay nostalgia en estas letras: una nostalgia breve de la infancia, de los dibujos animados, de lo que alguna vez se tuvo; pero a la vez es una nostalgia que, como diría Grinberg-Pla, construye, crea también, produce. Si la palabra es, por definición, memoria; en estas palabras la memoria busca abrirse al futuro, pensar posibilidades que van más allá del presente. ¿Por qué? Porque desde la nostalgia se escriben las letras críticas del presente de la ciudad. Su conservadurismo que se respira en cada esquina; su ritmo que es un pasado que se niega a bienmorir. Arquitecturas de lo invisible (título de sueños calvianos) maneja muy bien el doble posicionamiento de la voz: adentro y afuera, in and out, mirando lo que sucede, comentando, escuchando, pispando, respirando el aire y viendo la oscuridad de la luna y de los sitios que oscurecen aún más la noche; y adentro: siendo la protagonista, caminando casi de la mano con un visitante, recordando lo que alguna vez pudo haber hecho por esas mismas rúas. En fin, hay una suave y querible liviandad que poco a poco va dando paso para el develamiento de una ciudad otra (otra para el que solo ve cierta superficie; extraña, por cierto, para el turista que solo comparte un extremo mínimo de este recorrido).



Marrufo repite, quizá un poco demasiado, el asombro casi espantoso que le produce darse cuenta que lo local de la ciudad ha devenido una amalgama de gustos y colores globales. La música, una compañera bienvenida en estas crónicas, muestra esta invasión que no es solo inevitable sino como canción que valga la pena, traicionera. ¿Qué queda de la Mérida de antaño, de sus usos y costumbres pareciera a ratos preguntarse la cronista? Por suerte, creo entrever, la interrogante es irónica y quizá la mejor respuesta está en la risa introvertida que aparece entrelíneas y las anécdotas de las mujeres comprando lo que hay que comprar porque hay que comprarlo, o los tipos apropiándose de ciertos tragamonedas en los casinos. También, queda en el aire, dando vueltas, la posibilidad de pensar el pasado de la ciudad en la secuencia lógica, etimológica, de su propio nombre.



Al final de la última crónica, se nos habla de la capacidad de transformación de la que nos pueden dotar nuestros deseos. Quizá ahí radique el corazón (y la luna) de estas crónicas: querer hacer de la palabra una transformación; querer llegar a ella desde los deseos que nos constituyen cada día y en cada momento. No es fácil, por cierto, lograr como ciudad o como ciudadano, esa transformación; la letra de Marrufo busca (sueña) llegar a ese cambio. Claro que Marrufo se detiene ahí, en esa posibilidad sin apuntar ni apostar más. Y está bien que así lo haga, pues lo que sueña (y lo que busca) es mostrar primero el mundo y luego, tal vez, perhaps, cambiarlo.
Difícil hablar de la suavidad o el ritmo de una prosa; pero estas crónicas han sido escritas al amparo de la noche y de unas buenas cervezas, pues el calor que puede ser agobiante en Mérida, solo se siente en ráfagas breves. Que a uno, más huidobriano que nada, le sobre un adjetivo, puede ser. Que a otro le asuste la ausencia o la presencia de alguien o de alguno, quizás. Pero el aire queda como queda el amor y como, quizá, queda la escritura. 


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