Wednesday, August 6, 2014

El libro de la semana: Cóbraselo caro, de Élmer Mendoza

“El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”, le dicen a Juan al comienzo de la que quizá sea la mejor novela en español del siglo XX. Haciendo irónico juego con ella, recordando su vida de escritor policial, Mendoza toma el final de la frase para titular un texto que no solo es homenaje al medio siglo que cumpliera el 2005 la novela de Rulfo, sino también una reflexión hermosa sobre la escritura, la memoria y el olvido (lo cual quizá sea la misma cosa).



El olvido es lo que va acentuando su marca en el protagonista, Nick Pureco. Poco a poco va olvidando todo: los nombres, los lugares, los rostros; poco a poco, todo va adquiriendo facetas fantasmales, la realidad se confunde con la realidad otra, los planos de los vivos y los muertos, como sucedía en Comala, se desdibujan. Sí, el ambiente de Cóbraselo caro evidentemente intenta remitir al de su insigne antecedente: no obstante, hay un quiebre claro y que tiene que ver tanto con el humor, la parodia y la ironía, como con la historia y los cincuenta años que han pasado entre medio.
La trama, como en Pedro Páramo, es sencilla: Pureco, un dueño de varios exitosos restaurantes de comida mexicana en Chicago, decide ira a la tierra de sus padres en busca de los restos de Pedro Páramo. ¿Cómo? Sí, buscar los restos de aquel personaje que sus padres conocieron tan bien. O casi. Sus padres tenían una ajada edición de la novela, y la leían (sin saber leer) del mejor modo posible: riéndose con ella, encontrando similitudes entre lo que sucedía en ella y sus propias vidas. Entonces Nicolás se obsesiona con esa novela y con su protagonista y decide encontrar a Páramo, que no es otra cosa que hallarse a él mismo en el olvido que se ha ido convirtiendo. Pero, claro, como todos sabemos, cuando Pedro Páramo muere asesinado por Abundio: “Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.” Pureco, que ha hecho suya la novela, decide buscar las literales piedras en las que se ha convertido el cacique. Su búsqueda es la búsqueda del páramo en el que todos nos convertimos; una búsqueda acompañada por la amenaza de la locura –en la que su esposa Lily cree él ha caído—y la ausencia de sentido (el sentido, en un giro irónico notable, lo va dando a lo largo de la novela un personaje, amigo de la pareja, que se lleva por nombre, ni más ni menos, Macedonio Fernández).



Entonces, desde su nombre de Western seco y triste, Cóbraselo caro se hace una pregunta una y otra vez: si la velocidad de la luz es de 300 mil kilómetros por segundo, ¿cuál es la velocidad de la oscuridad? Como la busca de las piedras de Pedro, esta interrogante resurge una y otra vez en la cabeza de Nicolás. ¿Es acaso que la oscuridad ha estado siempre allí y no tiene velocidad? ¿Es absoluta y es a lo que todos estamos condenados a llegar? Sí, la muerte permea todo el relato –como lo hace en el clásico rulfiano—pero aquí pareciera existir al menos una salida en la misma oscuridad que se replantea como una alternativa a la visión oficial de la vida y del mundo.
Mendoza sabe bien qué es lo que está queriendo hacer (no puede saber, por cierto, qué es lo que termina efectuando); la chica con la cual se está curando. Indudablemente, dirá cualquier crítico desocupado, no hay comparación posible con la novela de Rulfo. Es cierto, no se trata de comparar, sino de leer no con sino hacia la novela. Porque lo que Cóbraselo caro hace es también leer con cariño (con amor diría) a Rulfo. Se ríe de la novela, a la vez que reconoce la inmensidad de sus caminos que suben, bajan y siempre vuelven a volver.



Habiendo leído algunas de las historias del Zurdo Mendieta, resulta enriquecedor y iluminador perderse en estas páginas y en estos recodos. Claro, Pureco es un poco Mendieta en su búsqueda de las piedras paramienses, que una caprichosa profesora quiere también juntar. Porque, ¿qué sucede cuando se resuelve el misterio, cuando (si es que) se encuentran todas las piezas que forman el puzle? ¿Qué es lo que aprendemos? ¿Se castiga a los culpables? ¿Se restablece el orden, conseguimos que se imponga la justicia? No. Nada de eso sucede, ni en esta ni en la otra. El olvido sigue y prevalece hasta que nos damos obligada cuenta que es la literatura la única que nos puede salvar de ese olvido: que escribir a Pedro Páramo, y buscar las piedras de su muerte, son la vida y lo que nos salva. La radicalidad de la novela de Rulfo vuelve a hacerse patente en la oscuridad del texto de Mendoza. La velocidad de la oscuridad es la que descubrimos cuando leemos un texto magnífico y nos damos cuenta, por fin, que la luz ha estallado. 


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