La
irrupción de lo extraño, el KO cortazariano al final del relato –breve,
punzante, como picadura de abeja, diría Alí--; un sentido del humor que va del
gris al negro, pasando por varios tonos marrones; obsesiones que vuelven;
literatura y locura tomadas de la mano… los relatos de La bella muerte, más cuidados que los de Valporno (pero sin perder similar potencia), pueden leerse como su
suplemento: el lado tanático del asunto. Y claro, desde el título, la presencia
de la larga noche es evidente; pero su evidencia es, antes que nada, el
cuestionamiento profundo, radical, de nuestra mirada de ella. Cómo mirarla:
cómo mirarnos (y en un continente que la ha tenido de sobra y en demasía mirar
a la muerte de otra manera es una tarea política imprescindible).
Las
anécdotas de estos cuentos son en ocasiones exquisitamente espeluznantes: el
escritor que es perseguido por un fantasmal fanático, una anciana en un asilo
que es abandonada en el momento de su casi salvación, dos pájaros que terminan
devorados por las hormigas; relatos que narran el horror de la cotidianeidad en
el velorio de un abuelo o la adicción al juego o al jugo; historias que nos
devuelven a la historia de otras tantas muertes –como en la notable “La casa
nueva” (antologada en .Cl), donde la
narradora procura embellecer el cementerio que más temprano que tarde será su
hogar; un lugar que es un “recuerdo para los que sobrevivieron al terror de la
tortura en un Chile en blanco y negro”; y por supuesto las ratas, que ya eran
protagonistas en los relatos de Valporno,
vuelven aquí oníricas y reales: si antes las ratas aumentaban con Brahms, en
“Cerro arriba”, “no sé que vino primero, si el humo o las ratas” y también en
“Necrópolis”: “No tienen idea que las ratas sueñan con matarnos de a poco” (en
Freud, el caso del hombre rata indicaba una neurosis obsesiva; algo de eso
recorre estas páginas, las ratas como el inconsciente colectivo, lo que
verdaderamente somos que es también o que más tememos)… Y al final están las
flores fúnebres, breves textos sobre “muertos ilustres”, la de Jorge Matute
bien puede resumir uno de los sentidos de estas escrituras: “Esta es la
geografía de la muerte, una larga y angosta faja de tierra podrida”.
Volvemos
(aunque nunca la hayamos dejado) a la nación: la mirada de Chile que tiene
Berbelagua. Una mirada que desencaja con los discursos triunfalistas, que busca
otras sendas, y, bueno, ese discurso ya lo hemos repetido varias veces en estas
virtuales páginas. Y todo eso, el afán anti o post hegemónico, el acervo de la
crítica acerba (y viceversa), es siempre bienvenido, más aún si se escribe con
fuerza, ingenio y extraña belleza (algún día podremos hablar de la estética que
circula en estas páginas o de algo parecido a ella). Todo eso es muy
bienvenido. Pero para críticas solas no necesitamos de la literatura. Ella,
para que valga la pena, no solo debe decir que el mundo va mal sino también
darnos vueltas a nosotros y nosotras en nuestra comodidad y mostrarnos y
demostrarnos (sin demostrar, por favor) los mundos que recorren y nos recurren,
tantos los reales y presentes como los posibles, llenos de esperanza o de
espanto. La narrativa de Berbelagua logra crear lo que mi amiga Luz Horne, gran
crítica de los realismos de nuestros días, denomina un fresco de la
contemporaneidad. Y lo hace, sigo empleando la terminología de Luz, un realismo
que no conoce de la piedad decimonónica. Un realismo impío que larga a la cara
la verdad disfrazada de literatura.
Y ansí
nos insertamos en una tradición realista (otra más, que ya en Valporno hablamos de esto); dándole una
vuelta más de tuerca; retomando el realismo social de grandes escritores
chilenos --Nicomedes Guzmán, Alberto Romero, Carlos Sepúlveda Leyton--- el
realismo irreal de María Luisa Bombal; el absorbente, fantasmagórico y totalizante
de José Donoso o el realismo documental de Puño
y letra de Diamela Eltit; en fin, Berbelagua se sitúa en insigne compaña al
seguir estos pasos. Realismo del siglo XXI, realismo mortal, realismo delirante
(de nuevo Horne, refiriéndose a Aira; Florencia Abatte, hablando de su obra; yo
en algún momento hablando no recuerdo de quién…) y esta no es la ocasión pero
habría que decir que se trata de meterse en una tradición que va mucho más allá
de Chile, incluso quisiera decir, aunque esto no tiene directamente que ver con
estos avatares, que la idea de una literatura chilena tiene cada vez menos
sentido a la vez que sigue teniendo mucho sentido, la idea, digo, porque nos
obliga a pensar en eso de las atmósferas en los pasados y los presentes y los
futuros que la literatura o lo que todavía llamamos así, quiere seguir
construyendo y recorriendo y también nos invita a volver a esa palabra tan
extraña que es soñar, porque los sueños son a veces como la muerte y también
como el amor o sea el lugar donde, como dice Berbelagua, “se unen los
disidentes y los carceleros del arte”. O quizás no.
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