¿Recuerdan
esas películas en que al final todos sabíamos que algo terrible iba a suceder,
pero se terminaba ahí con el hacha a punto de caer sobre el cuello de la
víctima o la mujer cayendo por el precipicio? ¿Una imagen lejana que no se sabe a
ciencia cierta qué es pero podemos imaginar? En algunas desafortunadas
ocasiones ese tipo de final dio pie para segundas partes inverosímiles; no
obstante, en la mayoría era simplemente eso: un final que es la vez abierto
pero sabido, abierto pero no tanto—más de uno leerá en ellos una metáfora del
presente mexicano: el marido que regresa a casa para encontrar a su mujer dormida
y borracha frente al televisor y cuando ella despierta le pide que cojan, pero
sabemos que no hay concepción posible, porque ya es muy tarde… (“Caprichos”).
Eso fue una de las primeras ideas que se me vino a la cabeza al leer estos
cuentos duros, violentos, sin concesiones, de Carlos Martín Briceño que llevan
el delicioso título de Moctezuma’s
Revenge y otros deleites. (El cuento que da su nombre al conjunto de diez
narraciones ganó el premio Max Aub se nos informa en la contraportada; más
importante, sin embargo, es señalar que algunos de estos cuentos bien merecen
la atención de algunos desocupados lectores).
Cuando
la puesta escena se acaba, ¿qué comienza? O, en otras palabras, ¿qué hay más
allá de la literatura? El último relato concluye en un Tío Vania de Chejov, con la certeza (que no es ninguna) que “ qué
podemos hacer, hay que vivir”. Así, estos relatos son una reflexión sobre ese dictum. Entonces, nos debatimos entre la
liviandad del ser --el humor gris (demasiado en ocasiones) como el de “Hacer el
bien”, de una pareja que adopta a un niño por un días en un intento por salir
de la desidia burguesa—y la violencia que penetra en todos los intersticios de
la vida: “toda felicidad nos cuesta muertos”, concluye el narrador de
“Moctezuma’s Revenge”, aseveración irónica en el contexto social actual, pero
también irónica en el cuento mismo donde es gracias a la muerte que el futuro
se hace posible—en este relato, la perspectiva del protagonista está
notablemente construida; su voz, sin dejo de ironía, deviene precisamente lo
contrario. Su no saber que sabe es lo que lo redime y lo condena al mismo
tiempo.
Esta
violencia, lo que nos devuelve la historia como su revancha, impacta de modo
particular a los lazos familiares. En esto, Briceño se inserta en una larga y
vasta tradición de la crisis social y política (y, bueno, ya lo veíamos la
semana pasada con los cuentos de Nettel), que nos habla del quiebre de las
relaciones humanas y de la obligatoria violencia que se instituye como único y
paradójico factor cohesionador: un tipo que le rompe la cabeza a quien se está
cogiendo a quien él quiere cogerse y que termina con la mejor amiga; un hermano
que se muere sin que sepamos por qué; un hombre que sueña (o más) con la
hermana de su esposa; hijos que no son y que no pueden serlo. Es un mundo que
funciona a parte, en pedazos siempre precarios, siempre a punto de romperse.
Briceño
intenta dar una visión social más amplia al sentido de sus cuentos y, al
pretenderlo, tal vez construye un plano narrativo un tanto demasiado
pedagógico. Así sucede en “ Made in China” donde queda claro que nada ni nadie
puede funcionar en este mundo sin hacer la vista gorda, sin hacer algún
“chanchullo” para que todo siga igual. La desigualdad del mundo. Ante ella, no
queda más que someterse y aceptar (ser parte del juego es lo que resulta más
conveniente y es en lo que coinciden todos los personajes de estos relatos).
A pesar
de este exceso de decirnos cómo son las cosas en lugar de solo mostrárnoslas
(¿fue Henry James?), hay una tensión y una potencia de la narración que nos
mantiene agarrados y agazapados ante el texto. Como en gran parte de la
narrativa reciente, hay un recurso (y un amor) hacia la literatura. No solo
Chejov nos da las palabras finales, sino dan vueltas también Borges (cómo no),
Banville, Carver, la Biblia. La literatura funciona como el sexo, como en la
divertida “Quizás, quizás”: una esperanza de futuro, de cima por alcanzar, pero
una trayectoria que se encuentra llena de peligros y escollos a los que el
héroe debe sobreponerse. El sexo o su ausencia es la pulsión que nos guía en la
vida—nada nuevo aquí, pero la realidad no tiene el deber de ser novedosa diría
alguien—y estos personajes lo saben, y muy bien. Pero como también leen y,
además, viven en un país que en su imaginación y en sus (in)certidumbres –en
sus realidadesficción- supera toda
expectativa, nos dan la esperanza de un futuro y de más. Bueno o malo. Vaya uno
a saber.
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