La
importancia de la construcción del relato. La diferencia entre la fábula y el
sujet: la historia y el modo en que la historia está organizada. Sí, aunque la
narratología y el formalismo de esos viejos rusos haya sido empleada para los
usos y recursos más aburridos y anodinos (por no agregar conservadores y
reaccionarios), sigue ayudándonos de vez en cuando y de cuando en vez a
entender qué es lo que marca la diferencia en un relato, en la vida o en una
novela.
El
argumento de Señorita México, “la
ópera prima de uno de los narradores más poderosos de Latinoamérica” como nos
deja en claro la cita de Ignacio Trejo Fuentes en la portada de la reedición
del 2009 (la prima ópera fue publicada el 2000), es sencillo, básico, más bien
conocido y repetido: chica pobre sube y cae por la vida, haciendo uso para ello
de ciertas tretas que más tienen que ver con el mundo que la rodea que con sus
capacidades personales. ¡Alas! No es una historia tan mala: al final es una
variante de Karenina, de la Cenicienta (con un final diferente), y de tantas
otras. Selene Sepúlveda aprovecha sus encantos para llegar a ser Miss México, a
la vez que sus encantos son usados. Aquí se entremezclan la cultura del
espectáculo, la nostalgia indisoluble e irredimible por una vida que en
realidad nunca fue y, lo que es más importante, la explicación por una verdad
que siempre se nos va a escapar. Pero la verdad se busca siempre hacia el
pasado: buscar en las ruinas de ese pasado es lo que nos permite, poco a poco
(y siempre de modo insuficiente) descubrir lo sucedido. O casi. Y aquí es donde el trabajo de construcción de Serna nos lleva a pensar en
el poder de la suya trama y de la literatura.
En
“Viaje a la semilla” Carpentier se regocijaba en el ejercicio de imaginar una
vida en reversa: el tiempo retrocedía como en esas películas de ciencia ficción
donde el genio loco tenía una máquina que nos permitía volver. El demiurgo nos
mostraba las velas volver a crecer, las ruinas regresar a su esplendor y luego
al sitio eriazo y volver a sus elementos originales. El hombre, un marqués si
la memoria no me engaña, volvía de la muerte y llevaba a cabo un largo camino
hacia su inicio, hacia el estallido mismo, big bang orgásmico. En el cine, por
cierto, esta imaginación, se ha reiterado una y otra vez: Michael Fox navegando
en su coche futurista, llegando por error a unos inocentes pero perversos años
cincuenta; la versión reciente del cuento de Scott Fitzgerald, Benjamin Button,
en la Brad Pitt envejece haciéndose cada vez más joven.
En la
novela de Serna no existe esa magia, no hay un intento por deslumbrar desde la
extrañeza. Aquí el encanto está en la narración misma, en la armazón
detectivesca que va agregando, paso a paso, información de un pasado, el pasado
de Selene, hasta que llegamos a su inicio. La paradoja, la ironía de todo esto
es que cuando llegamos a ese centro (al contrario de como diría Borges,
sabremos lo que somos cuando regresemos a nuestro nacimiento, no cuando
alcancemos la muerte), cuando todo lo debemos saber, nos damos cuenta que no,
que no sabemos lo que sucede, que toda explicación es relativa, que todo
intento por comprender se queda en la superficie, que la vida de Selene
Sepúlveda no puede entenderse a cabalidad. Porque toda vida permanece, por lo
menos hasta cierto punto, un misterio. Así, el texto construye en entablado de
espejos y sorpresas que nos van develando la verdad, en un recorrido al centro
que permanecerá inefable e inasible (la final pregunta por la misma paternidad
apunta a ese mismo centro imposible de conocer).
El
contrapunto de la voz de la protagonista es genial: ubicada en un presente de
decadencia (que por supuesto ella no nota, no puede notar, aunque en el fondo
sí lo sabe), dando una entrevista a un periodista borracho, trabajando en un
cabaret de mala muerte, mostrando la gordura de la nostalgia y las arrugas del
tiempo invencible, Selene se desnuda para los lectores que buscan ansiosos
excitarse con la imagen de pérdida y derrota. Mientras que el narrador nos
intercala la historia de ella, el sujet en que su pasado es también el pasado
de un país por el que desfila una historia que quizá es tan triste sospechamos
como la de la belleza que ahora debe bailar todas las noches ante el vacío de
los ojos de una sociedad que se destruye, sin notarlo, en la exquisita visión
de sí misma.
Y si
Selene es el eje de una historia de caída y de pérdida, los personajes que la
rodean que marcan y penetran su vida (y su cuerpo) dibujan una sociedad y un
mundo del cual parece no haber escape. O sí: como el tío (¿?) de ella,
Casimiro, jugador de fútbol que muere trágicamente o su padre (¿?) que se
alcoholiza desde su trabajo de ascensorista (una demasiado esperable metáfora
de la vida). Y todos los amantes que, como nosotros, no se dan cuenta que la
belleza de Selene es la ausencia de futuro. Sin embargo, tragedia y melodrama,
no hay nada ni nadie, cuerpo ni alma, que pueda quitarnos los sueños y la
esperanza, aunque para ello debamos volver a nacer.
No comments:
Post a Comment