Sunday, March 9, 2014

El libro de la semana: Revólver de ojos amarillos, de J.M. Servín


¿Qué sucede cuando el tamaño de nuestra realidad se torna demasiado real? ¿Qué pasa cuando la vida, la vida misma, se nos restriega en su inefable y paradójica sencillez? Servín recrea ese tamaño y despliega en sus cuentos, la mayoría poderosos, el vacío y el sin sentido de la existencia humana. Y, al mismo tiempo, escribe un par de relatos notables, potentes, que dejan descolocado al lector, que termina su recorrido por las páginas necesitando un poco de aire. Respirar profundo.

Vidas comunes que se ven alteradas por un acontecimiento nimio—una lluvia, un par de vodkas demás, un viaje inesperado en autobús, un asesinato premeditado sin saberlo, una calentura cercana a la necrofilia: vidas, reales, feas y duras (porque la belleza no es algo que nosotros humanos podamos alcanzar). Todo ello en un marco de una violencia que es más que sistémica o subjetiva; se trata de una violencia que recorre los huesos del sistema, pero que lo precede. Sí, hay algo de esperpéntica condición humana que circula y divaga por estas narraciones, donde el único escape, como siempre, es la vida misma, o sea, la literatura.


Y en ella lo que está puesto en tela de juicio es la lógica de las relaciones; pues lo que estos cuentos buscan es, precisamente, interrumpir lo que podríamos llamar la lógica dominante. O sea, mostrar cómo la realidad funciona desde parámetros que no conocemos. Lo trágico (porque aquí prima ese sabor) es que aquello que reemplaza –lo nuevo que emerge al apagarse la luz de la realidad que conocemos—no es mejor, sino una versión por lo común degradada y, aún más, desencantada del mundo. Es en este sentido donde los cuentos que transcurren en Estados Unidos (“Fuego cruzado”, “Arcoíris”, a mi juicio, los menos logrados) adquieren una doble relevancia. Interrupción del espacio narrativo: sacarnos del quicio habitual para, tal vez, indicar cómo en todas partes se cuecen habas. Interrupción también del ritmo narrativo que es una búsqueda también. Interrupción que, finalmente, adquiere un nivel alegórico como con la idea de los fuegos cruzados con lo que dos amigos buscan sorprenderse mutuamente. Desplazamiento que recorre el tejido social—en “Seis ojos” se nos presenta una clase media baja que lo único a lo que puede aspirar es a un amor en literal silencio (pero amor es demasiado para ellos, se trata de un encuentro entre colegas donde quien más ve es aquella persona que es ciega). Mientras en “La terraza”—un relato que recuerda lejanamente el terror clasista que aparecía en la literatura de los años sesenta—una pareja de trabajadores va a instalar un toldo a la casa de un joven ejecutivo afluente. La situación que comienza con total normalidad va poco a poco transformándose—aquí la culpa del joven rico es en un principio inocente al ofrecer una cerveza a la pareja, mas detrás de ello está la culpa que se dibuja en la misma situación social que se dibuja—hasta concluir con un final que es a la vez irónico, divertido y grotesco. Aquí, de nuevo, si bien hay crítica evidente, no se busca reclamar una justicia social que se sabe de antemano inexistente. Lo que el Palomo y su amigo consiguen es una satisfacción momentánea; el cumplimiento de un deseo insatisfecho; una revancha, de esas pocas, que te da la vida. Pero poco más. Queda una sensación de terrible vacío y de cinismo que incluso niega preguntarse por su mismo devenir.


Estos cuentos puede, ciertamente, no gustar a ojos delicados. Hay a ratos una obsesión con el detalle mórbido (“El antojo”), con la escatología del mundo como en “Empacho” (los editores hablan de hiperrealismo; no estoy de acuerdo, creo que el efecto-realidad se logra precisamente por desnudarla, por desarmarla, el hiperrealismo es una búsqueda diferente, el intento por mostrar el brillo de la manzana, aquí no hay nada de eso). Pero es desde ahí que comienza a percibirse una nota melancólica que contribuye a romper con la realidad misma que se dibuja; he ahí la paradoja de estos cuentos, que desde su construcción realista crean una realidad mayor y otorgan un sentido al mismo sin sentido de las vidas de los personajes que pueblan sus líneas.


Crónica desencantada de una urbanidad desencantada: escribir en estas tierras es, como señala Servín en la dedicatoria, un vagabundeo entre fieras. Y la única que certeza que se puede construir es que nosotros replicamos ese recorrido a la vez que nosotros también somos fieras. Entonces, nuestra lectura es un ejercicio de esa misma ferocidad. Es intentar apresar el desencanto y el vacío; tarea, claro está, totalmente imposible pero no por ella algo a lo cual se deba renunciar. Se trata de buscar los colores del arcoíris en un mundo sin color. La violencia está siempre a punto de estallar (es un revólver en nuestras piernas, un árbol caído) porque hay algo que nos excita en ella y porque ella, la violencia, ya siempre ha sucedido. Quizás esa sea la repetición de la historia de la que alguien hablara y nuestro querer contarla una y otra vez. 

No comments:

Post a Comment