Lo que muchos críticos quisieran, en lugar de escribir sobre
una novela de Fadanelli,
es ser un personaje de una de ellas. Pero, ¡ni modo! No nos queda más que
escribir sobre los vericuetos de sus rápidas historias, entretenidas,
desenfadadas, a ratos en demasía. Pero aquello que sobra y que a veces zozobra
es lo que marca su escritura y su posición—su ideología estética se hubiese
dicho hace algunos años—y puede gustar o no, pero está ahí y es reconocible,
quizás uno de los buenos atributos que pueda tener alguien que se dedica a esto
de la escritura.
Fadanelli,
además, es un escritor chilango. Mejor dicho, es un cronista novelado del DF y,
probablemente, uno de los más consistentes y, a pesar de su aparente
iconoclasia, uno de los más amables con la ciudad. Se nota que quiere sus
calles, su comida, incluso su gente. Si se destaca y privilegia lo sórdido, no
se pierde nunca la sensación que por encima de ese aparato de
espectacularización está la ternura hacia el gigantesco monstruo. Cualquiera
que desee conocer la ciudad desde la literatura, no haría nada mal leyéndolo,
pero leyéndolo también en contra de él, entrelíneas y por abajo y por encima.
Esto no
quiere decir que Para ella todo suena a
Franck Pourcel sea una buena novela o una novela memorable. No, Para ella es solo una novela más: una
que se acumula en un conjunto, en un corpus, de texto que van configurando un
mundo, de espacios, atmósferas, personajes, historias, que, de ese, modo,
conforman una ciudad alternativa que, como suele ser el caso con la literatura,
es tanto o más real que la otra, la que caminamos por Balderas todos los días.
Para ella cuenta la historia de Carla, viviendo en su
apartamento fresa en el centro de la ciudad. Sus relaciones con amigas y
amigos, su gusto por el vodka, algunas drogas y el sexo casual. Todo narrado
desde la perspectiva de la joven: un lenguaje que se larga por las veredas del
desparpajo, de la soltura y la liviandad (que, como he dicho en otras
ocasiones, no tiene nada que ver con lo light; es muy difícil ser liviano). Su
historia, comienza Carla, “comenzó el día en que mi madre decidió no abortar” y
desde sigue la suma de eventos que desprenden de tan (des)afortunado hecho—como
todo en la vida, es un asunto de perspectiva. La ciudad siempre está fondo—la Diana
Cazadora en Reforma, tienes las “nalgas iluminadas”, en el centro, se escucha
“el estruendo de las bocinas” y una se abre paso “entre el gentío de las diez
de la mañana y el olor de lavanda de los ejecutivos”—y es lo único que
pareciera mantenerse sólido en este mundo. La madre de Carla regresa de Europa,
pues su nueva pareja ha sido secuestrada. Pero será una amiga de Carla la
amante de tal pareja y la madre creerá que es su hija, y en la casa del
susodicho Carla se entretendrá con el jardinero (“son sólo quince minutos pero
hacemos de todo, se viene en mi boca y yo escupo el semen encima de un
hormiguero”, etc.). Al final (y al comienzo), resulta poco interesante, porque
la vida de Carla es poco interesante.
Hasta que nos damos cuenta que la
protagonista es la madre, o mejor dicho ese vacío que existe entre madre e
hija, la relación de soledad que se replica en la vida en la ciudad y en el
sonido de la música en una fiesta cualquiera. Fadanelli busca modos de
metaforizar la ciudad y así ha creado un caleidoscopio de ella en sus diversas
novelas. Esta no es la más afortunada, pero como Carla al final, a pesar de
todo y gracias a ellos, sigue en marcha.
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