Sunday, January 5, 2014

El libro de la semana. Confabulario de Juan José Arreola



No recuerdo bien si fue en séptimo u octavo de preparatoria que me tocó como maestro de lo que entonces llamábamos castellano a Sergio Ávalos. El Checho. A él, quizás más que a nadie, le debo mi amor a la literatura y al puedo culpar por los dolores (tan solo una variante del amor) que esta me ha proporcionado. Un par de años después, el año antes de entrar a la universidad, Sergio volvía de México y llegó a darnos un curso de literatura latinoamericana, con un acento suavemente chilango y con la pasión que solo él era capaz de comunicar. En algunos de esos dos años (a mis trece o a mis diecisiete, la memoria es, qué duda cabe, traicionera), tuvimos que leer varios de los cuentos de un librito de nombre casi tan poco llamativo (para uno viviendo en el sur del mundo) como su autor. Sí, Confabulario no despertaba los ardores de finales de juego, bestiarios, historias de la eternidad o incluso del no tan alejado ficciones. Sus cuentos y breves relatos, en una primera lectura, no corrieron mucha mejor suerte. Demasiado obvios, demasiado alegóricos, hasta cuándo de animales, nada que ver con Cortázar o Borges, decíamos seguros de nosotros (los que decíamos algo, que ya entonces la mayoría prefería otras rutas y otras no lecturas). Sergio jamás nos refutó. Nunca hizo una defensa explícita. Se limitó a leer con nosotros y a hablar de esos cuentos que caían como un derrepente en la mente del lector.


Quizás fuera esa imagen de la lluvia cayendo como un torbellino (otra forma del amor) la que me hizo buscar el librito ese y releer algunos de sus cuentos y comenzar este año con ese homenaje a Sergio, a Arreola, y a la magia (política y estética) de sus cuentos.


Publicado en 1952, Confabulario reúne perfección técnica con simpleza y profundidad filosófica. Sus relatos que parecieran en ocasiones exceder el nivel pedagógico que solemos aceptar, muy pronto –ante la lectura meditada y gozosa (otra forma más del amor)—nos revelan una dimensión que va más allá y más acá: desestabiliza nuestras ideas, hace emerger nuestros temores y da cuenta de una realidad que es al mismo tiempo la nuestra y otra, la de la posibilidad de la ficción en su máxima condición. La condición fantástica, en “Un pacto por el diablo” por ejemplo, el diablo que conversa con el narrador, el narrador que convierte la escena en un sueño para su mujer, la película que es el marco de la historia, que repite lo que sucede en la realidad, adquiere una dimensión social particularísima, no exenta de ironía y humor en boca del diablo. Aquí la pobreza funciona como metáfora de sí misma y del cuento; la venta o no del alma al diablo y la consecuente salida posible de la pobreza, se dibuja como parodia política y estética. La construcción del relato como construcción paródica del mundo. Algo similar ocurre en “En verdad os digo” una reducción al absurdo tecnológica de la frase bíblica que refiere al camello pasando por el ojo de la aguja—nuevamente la pobreza se instala como motivo central: “los ricos, empobrecidos en serie por las agotadoras inversiones, entrarán fácilmente al reino de los cielos por la puerta estrecha (el ojo de la aguja), aunque el camello no pase”. Fábula científica y fábulas políticas: las hormigas de “El prodigioso miligramo”. Texto desopilante que anticipa la sociedad del espectáculo de Debord a la vez que se inserta transversalmente en la tradición de la narrativa del dictador y apunta al sempiterno funcionamiento defectuoso de los gobiernos latinoamericanos. Lo directo de la alegoría hace que el texto pueda (y quizá deba) ser leído contra él mismo, a contrapelo: ¿cuál es miligramo de la literatura? ¿Cuál es la relación confabulada que la literatura tiene para con la política?


El cuento más conocido de esta colección es, probablemente, “El guardagujas”. He tenido la oportunidad de enseñarlo en tierras mucho más al norte de las cuales donde lo leí por vez primera. ¿Cuento de terror? ¿Parodia de gobiernos? ¿Metáfora de la existencia humana, del camino que todos debemos recorrer? ¿Reescritura modernizante de los ríos que fueron en algún momento a dar a la mar? Por más que planeemos nuestra vida habrán otras fuerzas que la determinen… Todo eso y todo más. Cada episodio que sucede en el cuento es en sí mismo una metáfora desplazada; esto es, el cuento funciona como una acumulación de catacresis—origen crudo de la metáfora, aquel momento en que referimos a algo para lo cual no tenemos (no conocemos) las palabras--. Siempre pensé que la clave del cuento estaba en el viejecillo que le cuenta al viajero las anécdotas. Aquel viejecillo que antes que se escuche el advenimiento del tren, se disuelve en la clara mañana. Ahora pienso que entre ese viejecillo y el diablo del primer cuento que noto aquí no hay gran diferencia. No porque ellos tengan la clave; al contrario, es en esos personajes en apariencia fantásticos donde más nos hallamos a nosotros mismos. Sí, quizás no seamos tanto el viajero que decide al final viajar a ¡X!, sino aquel guardagujas que está inventado (infuso) de miles de historias. El poder de la literatura.
Hace poco escuché que Sergio estaba grave. Pedían sangre urgentemente para él. No pude ayudarlo y desconozco hasta ahora el desenlace. Pero no he dejado de pensarlo a él y sus cuentos y su México y saber que lo que importa es seguir, que la vida es muy de veras, a lo mero  mero, un derrepente







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