Sunday, February 16, 2014

El libro de la semana: Mariana Constrictor, de Guillermo Fadanelli



                                               
Sabina canta que hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia y otras que van al amor como van al trabajo. En estos cuentos de Fadanelli, algo se dice sobre mujeres, pero con la voz, más bien, de Tom Waits. En estos cuentos, como en la vida, los bares cierran y ella se habrá ido y no la volveré a ver nunca más. Todo pasa y nada queda, excepto la desazón y el desencanto de todo lo que pudo ser y, para peor, que en algún momento fue. Pero ya no. Fadanelli da cuenta de ese pasado reciente donde las esperanzas parecían tan cercanas que no nos dimos cuenta, ¡cómo nos íbamos a dar cuenta! He ahí la desgracia de los sujetos, mujeres y hombres, que recorren estos catorce cuentos notables, hermosos y, a ratos excesivamente, alegóricos (que es un modo de restregarnos la realidad demasiado realmente ante nuestros ojos).


Alcohol, drogas, mujeres (muy poco sexo, hemos de decir) conforman la cáscara de esta estructura de sentimiento sentimental que rezuman los relatos. Sólo la superficie: como sucede en el primero de ellos, “La visión de Magadalena”, donde el amor enmarca el terremoto del 85. Los protagonistas literal (y, oh, metafóricamente) duermen durante el azote sísmico. Al despertarse se dan cuenta que “la ciudad había intentado matarse”. Pero la vida debe continuar, que es decir que sin olvido no hay futuro: “Serví licor en los dos vasos y bebimos en silencio hasta que Magdalena volvió a quedarse dormida”. Mujeres fatales aparecen rápidas, como en “Me basta”—donde el narrador puede ver pero no tocar—o en el cuento que da el título al libro. Un cuento narrado desde la ebriedad no del alcohol, sino la del deseo ya derruido, de la resignación triunfadora. Ahora, lo que rescata aquí y en gran parte de su producción anterior a Fadanelli, es no caer en el melodrama sin fin; hay nostalgia, sí; hay melancolía, claro está. Pero hay mucho humor, sarcasmo, risa, ironía, Y de todo tipo: aburrida, obvia, genial, reiterativa, paródica, auto-paródica, pero siempre necesaria. Desde comparaciones simplemente graciosas que nos vuelven a recordar al bardo español que citábamos arriba –“amargo como té de alcachofa”—a la desopilante descripción (a ratos triste a ratos macabra a ratos ingenua incluso) de la vida urbana, popular, fresa, o muy fresa, en la gran e infinita Ciudad de México, como la del tipo que le ofrecen un trabajo como guardia de seguridad cuidando pinturas en una exposición o la del padre del narrador que las hace de director de una asociación “a favor de la vida” en la que participan curas que tienen una interpretación un tanto particular del favor que les debe la vida. En este relato, “El llanto de los corderos” el vínculo directo y explícito con la realidad extra diegética (o sea, con lo que pasa en realidad) produce un efecto extraño, pues le resta fuerza al cuento—digamos que la violencia de la realidad supera a la de la ficción.
El cinismo se ha dejado atrás, así como se ha dejado atrás, ya, la tristeza. Es una particular condición humana que se comienza a vislumbrar en el opus fadanelliani: “prefiero ser un hombre que mira a ser un hombre que participa”, leemos en “El jardín de los ciegos” y quizá ahí radique una de las claves para comprender no solo la literatura que leemos sino nuestra condición contemporánea y, también, la del arte.


Esta última se ve parodiada con exquisito exceso En “Mike Vanguardia” un texto que podría jugar como borrador de Lezama Lima: acumulación de todas las vanguardias que nunca fueron, narración resumida al máximo de la solo vanagloria que constituyeron; alegoría paradójica de lo que las vanguardias no fueron y de lo único que pueden ser: un viejo comiendo Corn Flakes.
Claro que hay caídas: una cena navideña que mejor no recordar y un olvidable (doblemente) viaje en ácido. Pero la recuperación es brutal, como brutal es el cuento “Esteban, el sonámbulo”. Aquí, el narrador se acerca de nuevo a un tema recurrente en las noticias –el del bullying—pero saca literalmente de quicio sus límites. La brevedad y aparente simpleza del lenguaje hacen de estas páginas un ejemplo de la potencia que puede alcanzar la literatura. Algo similar, pero, de nuevo en vena paródico-poética ocurre con la historia de los chicos que se van a Nueva York a vender pinos en la calle, con un frío de los mil diablos. El título del cuento no se presta a equívocos: “Poeta en Nueva York”. Pero aquí el rey de Harlem que con una cuchara arrancaba los ojos a los cocodrilos, se ha convertido en un medroso empresario texano de medio pelo.
La vida es peor que un escupitajo, concluyen los personajes del último cuento. Y, esto, como lo que la mujer de “Me basta” hace, viene dado desde la conciencia de la creación literaria misma. En su Weltanschauung cataléptica (mirar el mundo como si estuviese muerto), Fadanelli busca una y otra vez salidas sin encontrarlas. Mejor dicho, sin aparentar encontrarlas, pues cada uno de sus relatos, y todos en ellos en su conjunto –como poco a poco todo el cuerpo de su obra—va creando, como dicho, una metáfora de lo contemporáneo y una alegoría del devenir en el DF, en México y, por qué no, en América Latina.
Fadanelli, es, a fin de cuentas, el Berceo de nuestros días. Y eso no es poco.

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