Sabina canta
que hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia y otras que van al
amor como van al trabajo. En estos cuentos de Fadanelli, algo se dice sobre
mujeres, pero con la voz, más bien, de Tom Waits. En estos cuentos, como en la vida,
los bares cierran y ella se habrá ido y no la volveré a ver nunca más. Todo
pasa y nada queda, excepto la desazón y el desencanto de todo lo que pudo ser
y, para peor, que en algún momento fue. Pero ya no. Fadanelli da cuenta de ese
pasado reciente donde las esperanzas parecían tan cercanas que no nos dimos
cuenta, ¡cómo nos íbamos a dar cuenta! He ahí la desgracia de los sujetos,
mujeres y hombres, que recorren estos catorce cuentos notables, hermosos y, a
ratos excesivamente, alegóricos (que es un modo de restregarnos la realidad
demasiado realmente ante nuestros ojos).
Alcohol,
drogas, mujeres (muy poco sexo, hemos de decir) conforman la cáscara de esta
estructura de sentimiento sentimental que rezuman los relatos. Sólo la
superficie: como sucede en el primero de ellos, “La visión de Magadalena”,
donde el amor enmarca el terremoto del 85. Los protagonistas literal (y, oh,
metafóricamente) duermen durante el azote sísmico. Al despertarse se dan cuenta
que “la ciudad había intentado matarse”. Pero la vida debe continuar, que es
decir que sin olvido no hay futuro: “Serví licor en los dos vasos y bebimos en
silencio hasta que Magdalena volvió a quedarse dormida”. Mujeres fatales
aparecen rápidas, como en “Me basta”—donde el narrador puede ver pero no tocar—o
en el cuento que da el título al libro. Un cuento narrado desde la ebriedad no
del alcohol, sino la del deseo ya derruido, de la resignación triunfadora.
Ahora, lo que rescata aquí y en gran parte de su producción anterior a
Fadanelli, es no caer en el melodrama sin fin; hay nostalgia, sí; hay
melancolía, claro está. Pero hay mucho humor, sarcasmo, risa, ironía, Y de todo
tipo: aburrida, obvia, genial, reiterativa, paródica, auto-paródica, pero
siempre necesaria. Desde comparaciones simplemente graciosas que nos vuelven a
recordar al bardo español que citábamos arriba –“amargo como té de alcachofa”—a
la desopilante descripción (a ratos triste a ratos macabra a ratos ingenua
incluso) de la vida urbana, popular, fresa, o muy fresa, en la gran e infinita
Ciudad de México, como la del tipo que le ofrecen un trabajo como guardia de
seguridad cuidando pinturas en una exposición o la del padre del narrador que
las hace de director de una asociación “a favor de la vida” en la que
participan curas que tienen una interpretación un tanto particular del favor
que les debe la vida. En este relato, “El llanto de los corderos” el vínculo
directo y explícito con la realidad extra diegética (o sea, con lo que pasa en
realidad) produce un efecto extraño, pues le resta fuerza al cuento—digamos que
la violencia de la realidad supera a la de la ficción.
El
cinismo se ha dejado atrás, así como se ha dejado atrás, ya, la tristeza. Es
una particular condición humana que se comienza a vislumbrar en el opus fadanelliani:
“prefiero ser un hombre que mira a ser un hombre que participa”, leemos en “El
jardín de los ciegos” y quizá ahí radique una de las claves para comprender no
solo la literatura que leemos sino nuestra condición contemporánea y, también,
la del arte.
Esta
última se ve parodiada con exquisito exceso En “Mike Vanguardia” un texto que
podría jugar como borrador de Lezama Lima: acumulación de todas las vanguardias
que nunca fueron, narración resumida al máximo de la solo vanagloria que
constituyeron; alegoría paradójica de lo que las vanguardias no fueron y de lo
único que pueden ser: un viejo comiendo Corn Flakes.
Claro
que hay caídas: una cena navideña que mejor no recordar y un olvidable
(doblemente) viaje en ácido. Pero la recuperación es brutal, como brutal es el
cuento “Esteban, el sonámbulo”. Aquí, el narrador se acerca de nuevo a un tema
recurrente en las noticias –el del bullying—pero saca literalmente de quicio
sus límites. La brevedad y aparente simpleza del lenguaje hacen de estas
páginas un ejemplo de la potencia que puede alcanzar la literatura. Algo
similar, pero, de nuevo en vena paródico-poética ocurre con la historia de los
chicos que se van a Nueva York a vender pinos en la calle, con un frío de los
mil diablos. El título del cuento no se presta a equívocos: “Poeta en Nueva
York”. Pero aquí el rey de Harlem que con una cuchara arrancaba los ojos a los
cocodrilos, se ha convertido en un medroso empresario texano de medio pelo.
La vida
es peor que un escupitajo, concluyen los personajes del último cuento. Y, esto,
como lo que la mujer de “Me basta” hace, viene dado desde la conciencia de la
creación literaria misma. En su Weltanschauung
cataléptica (mirar el mundo como si estuviese muerto), Fadanelli busca una y
otra vez salidas sin encontrarlas. Mejor dicho, sin aparentar encontrarlas,
pues cada uno de sus relatos, y todos en ellos en su conjunto –como poco a poco
todo el cuerpo de su obra—va creando, como dicho, una metáfora de lo
contemporáneo y una alegoría del devenir en el DF, en México y, por qué no, en
América Latina.
Fadanelli,
es, a fin de cuentas, el Berceo de nuestros días. Y eso no es poco.
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