Sunday, September 22, 2013

El libro de la semana. Memoria de los días, de Pedro Ángel Palou

Qui Tollis Peccata Mundi… Ay, perdón, hay novelas que lo tienen todo: una trama que promete, mucha acción posible, personajes originales y hasta queribles y muchos y variados, un manejo impecable del lenguaje, una estructura inteligente y hasta dibujitos acompañando el texto. Pero algo pasa, algo de pronto sucede que no es como el fin del mundo pero se le asemeja: el fin de la entretención. O sea, que la lectura se torna tediosa, aburrida. Y no hay pecado mayor. Sobre todo en una novela que juega a la parodia, que abunda en ironías bien pensadas, en críticas políticas alucinadas y alucinantes. Algo no termina por funcionar en Memorias de los días, una ya vieja novela de Pedro Ángel Palou.
Llegué a ella, reconozco, luego de entretenerme con Malheridos y El dinero del diablo. Como buen ex crackero, Palou se siente a sus anchas en temas, escenarios y mundos disímiles. Su   conocimiento es vasto, su literatura variada, y su sentido del humor ácido y duro. Pero en Memorias la mezcolanza y abigarramiento le juegan una mala pasada. Parodia de La guerra del fin del mundo; no. Más bien de la miríada de películas sobre el fin del mundo que nos bombardearon finisecularmente. Aquí se trata de una secta—la Iglesia de la Paz del Señor es más bien un circense grupo de estropajos humanos—que sabiendo que el mundo se a acabar emprenden un obligado periplo hacia Los Ángeles. Para financiarse no escatiman métodos: frailes que luchan, cantinas, y otros servicios. Claro que no es fácil cruzar por la migra y al final todo resulta ser un fiasco (es evidente desde el comienzo, por lo que no importa que le cuente). La novela pretende dar las perspectivas de sus muchos personajes: el escriba o narrador, el Amado Nervo del grupo al inicio, pero que resulta al final ser el mismo nieto del redentor, le da la voz a Magdalenas y Marías, lo cual si al comienzo atrae al lector, luego, rápidamente, lo termina por desocupar antes de tiempo.
El texto se construye desde las imágenes del tarot que anuncian cada capítulo. Además abundan frases en latín y aforismos—“¿Quién es el aliento del Libro”? “Silencio. Nada hay que no haya muerto”--, que a pesar del humor que uno puede esperar caen como plomazos de seriedad en un texto que hace mejor con los Capitán Morgan, Corinitas y Fray Estruendo que despliega sus saberes en el ring de la lucha; ah, y sobre todo con el entrañable doctor Carmona. Personaje clásico, científico perdido en su fama—un cometa llevará su nombre y pasea de ciudad en ciudad, de universidad en universidad, dando a conocer lo ya conocido; metáfora del conocimiento vacuo, pero desde la pura humanidad. Carmona se pierde en las estrellas de la novela.
Pero no todo es pecado en este mundo: la visión fantasmal de Ciudad de México y el trasfondo político, con un presidente vitalicio que da el marco de la situación política global, hacen que la violencia sistémica se pueda sentir en la trayectoria de Estupiñán y su séquito. Uno no puede pedirle peras al olmo, pero a veces no estaría demás. Memoria de los días podría haber sido una novela apocalíptica de la Ciudad de México, fantasmal, terrible y hermosa; una caracterización de México de fin de siglo alucinante y alucinada, pero se pierde en detalles y reiteraciones que solo interesan a un grupo muy pequeño y particular de pecadores. Al final, lo mejor es cuando el cura y el escriba repiten juntos Ite missa est.  







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