Monday, December 16, 2013

El libro de la semana: La voluntad y la fortuna, de Carlos Fuentes


Esta crítica fue publicada en la sección de Cultura de el periódico de Manizales La Patria, “Papel Salmón”. Fue publicada allá por el año 2008 como parte de los festejos por los 80 años de Fuentes. Ahora la vuelvo a escribir como recuerdo y homenaje en el año de la muerte del escritor. El título original de la crítica era “La amistad y el tiempo.”



En medio de la turbamulta desatada por los ochenta años de Carlos Fuentes—fiesta que incluyó discursos, encuentros, presencias y ausencias de grandes y famosos amigos, agradecimientos múltiples y hasta el estreno de una ópera con su libreto--, en medio de un despliegue mediático y publicitario realmente impresionante, la publicación de su más reciente novela, La voluntad y la fortuna (Alfaguara 2008) constituyó solo un adorno más, una vela más del octogesimal pastel.
Sin duda que hay algo que se pierde o que pierde su sentido en esta confusión. Pero no quisiera caer en el mismo error y entrar a discutir las razones posibles tras todo este aparatoso aparataje. Baste con mencionarlo. Prefiero en su lugar, celebrar este cumpleaños (y ahora recordar su partida) comentando dicha novela. Quizás leer a los escritores, después de todo, siga siendo lo mejor que se puede hacer con ellos.
Carlos Fuentes es, antes y después del lugar común, uno de los escritores latinoamericanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Uno de los miembros del famoso boom y ganador de prácticamente todos los premios posibles con excepción de uno, el que sí ganó su amigo—presente en varios de los festejos—Gabriel García Márquez (y ese otro conocido del boom, en el 2010, Mario Vargas Llosa). Aún hoy recuerdo el auténtico deslumbramiento que me produjo la lectura de La muerte de Artemio Cruz, el placer de las páginas de La región más transparente, el misterio de Aura, o la perfección estructural de esa bellísima novela de formación que es Las buenas conciencias. Recuerdo, en breve, al Fuentes de los sesenta: un narrador formidable, innovador, adelantado, a ratos genial.





Cincuenta años después de La región aparece esta novela de más de quinientas páginas: es un intento por abarcar la realidad mexicana, social y política en su totalidad. Es un relato que se pretende mítico y realista a la vez. LA historia de dos hermanos de bíblicos nombres, Josué y Jericó, que no saben que lo son, su amistad, su aprendizaje que no se detiene, como el de Jaime Ceballos de La buenas conciencias, en el fin de la niñez, sino que se prolonga en el de la sociedad y del tejemaneje político mexicano. Abogados, grandes empresarios, criminales (los anteriores y los otros), arribistas, curas spinozianos que nos recuerdan a Thomas Mann, mujeres fatales, aviadoras y de las otras, en fin, un mundo heteróclito como la misma ciudad que recorre la novela. Todo esto, no olvidemos, enmarcado por un peculiar hecho: el narrador es Josué, quien nos cuenta su historia, perdón, su cabeza nos cuenta la historia desde un indeterminado más allá. Sí, desde un principio sabemos que él ha sido decapitado a temprana edad y que vamos a escuchar sus cuitas, su life story. Y ahí vamos, desde su mera infancia hasta el momento final que conocemos, ¡zas! caput kaput. Esta perspectiva de pájaro, supongo, le permite un grado de conocimiento al narrador literalmente más allá de este mundo (mal que mal no todos podemos hablar con espíritus), lo sitúa fuera del tiempo humano (¿divino?) y quizá sea esto lo que le otorga una cierta extrañeza a la novela que no termina por convencer ni convencernos.
La “voluntad y la “fortuna” que juegan “libremente para formar el destino” (485), forjadora del millonario Max Monroy (¿Carlos Slim?), cuya “simbiosis perfecta” está encarnada en el alter ego de Josué, su hermano Jericó, resultan una conveniente, aunque engañosa, guía para la novela. Sí, podemos hacer una interpretación sencilla: la política es una mezcla de ella; la vida un resultado donde una termina por primar más que la otra.
Y no muy metafóricamente podemos pensar que la voluntad y al fortuna son aquello que rige los destinos del país pero en otro sentido: son los dos poderes, el político y el económico. Bueno, no necesitamos mucha imaginación: en caso de que no nos hayamos dado cuenta, el narrador se encarga de aclarárnoslo: “Le pedí que me analizara a uno y a otro, al presidente y al magnate, al cabo los dos polos del poder en México (y en Iberoamérica)” (455).



La novela quiere abarcar, precisamente, esos dos mundos, en su compleja totalidad, y en su búsqueda –en la búsqueda por el universo- parece olvidar que, como decía alguien, es mejor dibujar la aldea. Las descripciones de la cuidad son notables, mas se abusa de la explicación sociológica o antropológica urbana de la (supuesta) sociedad actual. Así, la lograda estructura y el mismo suspenso de la trama pierden su fuerza y su potencialidad reveladora. Pero, dicho esto, la extrañeza referida emerge, creo yo, de un aspecto un tanto más difícil de definir.
El tema central de La voluntad y la fortuna es el tiempo. El tiempo de su escritura, el del aprendizaje de los hermanos, el tiempo en y de la historia de México y también el tiempo del propio autor, de Carlos Fuentes, el de su vejez (y ahora podemos agregar, el de su muerte). Es una novela post-2001. México, como el mundo, ha cambiado, la tecnología ha cambiado, ahora hay iPods (288), computadores más rápidos y toda la consabida parafernalia.
La novela trata de estar al día con ello, trata desde su construcción clásica y con un impresionante recurso a La Literatura (partiendo con el libro de los libros, claro está), insertarse y dar cuenta de este nuevo mundo, de una nueva realidad. Sin embargo, y aquí la inefabilidad, hay un desfase, incluso un sentimiento de falsedad en todo ello. No estoy pidiendo una adecuación entre la forma y el contenido. ¡Para nada! Pero lo explícito del intento hace que este sea superfluo, innecesario, vano…
Por eso, en lugar de pretender describir el universo, nos conviene volver a la novela, a una de sus otras posibilidades, donde volví a encontrar al Fuentes que me había deslumbrado. Esta novela, con todos sus problemas –y solo he mencionado unos pocos-es, en sus mejores pasajes, una reflexión profunda y simple a la vez, hermosa y terrible, sobre la amistad (y sobre su falta y ausencia en el mundo de hoy). La historia de los hermanos-amigos, Josué y Jericó, Cástor y Pólux que son también Caín y Abel, es un enfrentamiento, así, con nuestros temores y con nuestro tiempo y su paso. El resto de la voluntad y parte de la fortuna, están de más. 


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