Me regalaron esta breve novela de Franz
Galich mi última noche en Managua (una noche que podría haber sido más larga,
pero esta es una crónica literaria). Las noches en Managua son una caricia y un
peligro: el calor desciende un par de peldaños –como un rey que se acerca a sus
súbditos—y el aire se llena de olores y sudores acarreados por una brisa que a
ratos hasta llega a ser hermosa.
A la mañana siguiente, mientras esperaba el
avión a Panamá, comencé a leer Managua
Salsa City ¡Devórame otra vez! Cuando aterricé en Ciudad de Panamá la había
terminado. Mejor dicho: devorado. Con una sensación de vértigo, dolor y de
nostálgica belleza. La noche que se les regala a Pancho Rana y la Guajira,
héroes involuntarios de este baile de vida-muerte, es un sueño y un delirio tan
real como el calor que se cierne desde la primera página y que alcanza
descripciones de un barroco lirismo cuando los dos se encuentran más allá (y
más acá) de sus pieles; acción que se narra con un humor y un ritmo
endemoniado, sin concesiones ni pausas (recordé al gran Lezama, recordé La guaracha del Macho Camacho, recordé
un poema de Góngora, un beso que se extiende en la memoria; y volví a sentir
como a veces la escritura es la única salvación, por momentánea que sea, contra
el final inevitable).
Los diálogos llevan la historia y el
punto de vista va cambiando del Pancho a la Guajira y luego a los cómplices de
ellas y a dos cacos innominados, creándose una red de voces, un baile
colectivo, una explosión de sentidos trágica: todos creen conocer la realidad, todos sueñan con un futuro mejor,
todos se siente capaces de timar al otro y al futuro; mas como sabemos de
esperanzas perdidas esta construida nuestra realidad y todo –tanto lo sólido
como los sueños—se desvanecen en el aire de esta Managua impecable e
implacable, que al final es la única vencedora.
El gran y mejor baile de la novela es su
lenguaje; su viveza y constante distorsión y reinvención. Las palabras se acumulan
como la transpiración y el deseo de los cuerpos. El deseo crece, es como si la
noche yo no cupiera más en sí misma. El lenguaje es como el amor a punto de
consumarse y consumirse. El amor que recorre los cuerpos y la novela y la
ciudad. Porque en parte Managua Salsa
City es una novela de amor (OK, en clave irónica, paródica, pero no por
ella menos real). Un amor entre una prostituta que busca clientes ricos para
que sus secuaces les roben, y un cuidador de una casa de ricos que aprovecha la
noche que sus patrones no se hallan en la ciudad para hacerse pasar por ellos.
(Todos simulan ser otra cosa, porque todos quieren ser otro—lo hermoso y lo
terrible es que al final esos deseos se conceden).
En situaciones límites (que como siempre
lo son el amor y la muerte), los personajes cruzan el umbral de la realidad y
en sus mentes se mezclan los sueños del futuro y los fantasmas del pasado. Y
así con estos momentos oníricos, junto con referencias salpicadas a lo largo de
los diálogos, ingresamos a otro plano de la novela que nos devuelve brutalmente
a la historia de Nicaragua: la guerra de los años ochenta, la división del país
que aún se siente que aún se marca, y más atrás al gobierno de los Somoza por
supuesto. Pero quizá lo más radical de la política de Managua Salsa City es lo que sin decir dice a los cuatro vientos
(porque en Managua las direcciones se dan siguiendo a la rosa náutica): que la
revolución no fue lo que iba a ser, que la revolución comenzó a bailar con el
ritmo equivocado, que al final las cosas no han cambiado tanto, algo, pero no
mucho y lejos de lo necesario, que lo único que les queda a estos hombres y
mujeres es buscarse la vida por su cuenta, inventarse sus sueños y hacer
cualquier cosa para al final no lograrles. ¿Revolución traicionada? ¿Revolución
reinventada? Quizá. Quizá no. Al final vuelve el día con su ardor que no
perdona, pero en ese reinicio tal vez hallemos, algún día, el modo de acabar
con la circularidad que Dios y el Diablo se han esmerado tanto en construir.
Quedamos, así, con una sensación
agridulce en la boca mientras nuestro cuerpo y nuestro corazón siguen la
velocidad y el ritmo después de acabada la lectura. Queda el sudor en nuestro
pecho, el brillo del deseo en nuestros ojos, la búsqueda en nuestros labios;
queda el sueño de poder bailar al ritmo de esta ciudad y de su noche en otro
tiempo y tomarte de la mano y besarte una y otra vez (una y otra vez).
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