Sunday, November 16, 2014

El libro de la semana: Fuerzas ficticias, de Andrés Cadena




Soledad, incomunicación y vacío son motivos que recurren una y otra vez en la literatura (y en la vida, pero hoy no vamos a hablar de eso). De acuerdo a la intensidad de los afectos, dicen los que saben, se da cuenta del espíritu de los tiempos, del Zeitgeist, que es lo mismo pero no es igual porque está en alemán.  Otros añaden que ellos tocan las medulas ardiendo del escritor y de su escritura. De hecho, hay solo una cosa que es más solitaria que la escritura: la muerte. Y en estos cuentos de Andrés Cadena todo eso nos sacude de nuestros asientos y de la comodidad de nuestras vidas. Cuidado: como en Tchejov o en Carver nos enfrentamos a un espejo que nos devuelve la imagen de ese nosotros que quisiéramos haber olvidado. Y quizá esa sea la única falta de estos bellísimos relatos: tener demasiada conciencia de que nos están mostrando una realidad que siempre hemos sabido ahí, pero no hemos querido abrazar. Hay que descorrer con cuidado el tupido y donosiano velo. Entonces los demonios y la soledad.



La soledad de la cual, de nuevo, solo nos salva la literatura. En Fuerzas ficticias el cuento más débil es el que le da el título a la colección: demasiado obvio, demasiado recurrida la imagen del cuento que al escribirse se escribe. Pero intuyo que esto es solo una estrategia de Cadena para largarnos a pensar y a darnos cuenta que las fuerzas ficticias son, en el fondo, cualquier cosa menos eso, ficticias; muy al contrario, son fuerzas reales, que nos amenazan y nos salvan todos los días.
Los personajes que recorren estas páginas son radicalmente humanos: van al fondo de esa condición contradictoria, donde podemos hacer lo mejor o lo peor en la misma oración, en el mismo segundo. Donde podemos querer destruyendo y odiar amando (el hombre que consuela a su amigo porque su mujer se ha ido con otro. No es necesario decir quién es el otro). Cadena dibuja estas decisiones (que como diría Eliot son también indecisiones) con una certeza que solo es posible para el que sabe que ya todo ha pasado, que estamos en el tiempo de la tragedia que ha devenido farsa. En otras palabras, quizá más simples: Cadena escribe con una pulcritud que a ratos saca de quicio en estos nueve cuentos que nos demuestran que la fuerza de la ficción es lo más real que podemos alcanzar.



Existe una visualidad notable en estos relatos: no solo leemos sino que al mismo tiempo estamos viendo un cuadro o, ratos una película; quizá, como en “Obra negra”, se trata de un film como La ventana indiscreta donde toda la acción se narra desde una posición fija. Así, estamos condenados a nuestro punto de vista, a no saber el por qué, las razones de la violencia que sucede allá afuera (porque en todos estos cuentos la violencia, en diversas formas e inventos, resurge y aparece como esa marca que deja el pintor en cada uno de sus cuadros).
Y después está el tiempo. El implacable el que pasó, se cantaba antes, pero ahora ya no se canta eso por obvio: el pasado emerge brutal, hace unas apariciones que Benjamin hubiese envidiado con relámpago y todo. Un pasado demasiado “familiar”, como no de los cuentos, donde un amor de infancia se sobrepone al deber ser del presente. Y en ese desliz, en la opción que toma el narrador de abandonar a su mujer embarazada y preferir a su prima, queda, tal vez, representada la búsqueda de la verdad a la que apuntan estas historias: intentar hallar esa verdad en todos nosotros, una verdad que es tan profunda (y tan superficial), tan fuerte (y tan débil) que solamente es posible de advertir en la ficción.
“En nuestro silencio pareciera habitar el afuera”, dice el narrador de “Reducción al absurdo”. Aquí, como siempre, las relaciones son un engaño, una superficie, una simulación. No es que ya no seamos los que fuimos, es que nunca fuimos lo que somos. Pero (también como siempre) en esa tragedia reside la belleza y la posibilidad de que la soledad, aunque sea por algunos segundos se trastoque (y se equivoque) en amor. Que el fracaso –que destaca Huilo Ruales en la contratapa—sea en sí una alternativa. Porque si hay algo postmoderno en estos cuentos (como, de nuevo, dice Ruales Hualca) es que las verdades están aún por ser escritas. Pero sí pueden ser escritas. Y eso no es poco: a pesar de la soledad que todo lo cubre, a pesar de su zozobra infinita y del dolor que parece no ceder jamás, a pesar del vacío que todo lo inunda, a pesar de la incomunicación más real que el mundo mismo, a pesar de todo eso, la escritura hace un leve rasguño de futuro, de ensueño, de una ficción que es lo más real de nuestras vidas. 


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