Fue
Wilde, creo, quien dijo que la crítica literaria es una suerte de autobiografía
o, como escribe Missana en esta colección de textos, fascinantes a ratos, “las
reseñas van configurando un retrato del dispositivo lector de cada crítico”. Un
dispositivo, entonces, que se construye a base de sus reiteraciones y
obsesiones; de las mismas formas, derechas o convolutas, de la prosa escrita,
que el mismo reconoce. La forma y el fondo, los medios y los fines, nos
anuncia. Pero se queda corto: lo que aquí prima es un amor radical, de la raíz,
por y hacia la literatura. Y eso es lo mejor que nos ofrece ese dispositivo. Y
es por eso que cuando los textos se alejan del campo de la ficción (aunque como
aprendemos esta ya ha dejado de ser ficción), y entra de visita por el de la
política contingente notamos una pérdida no de la cuidada prosa ni del estilo
claro y preciso, sino de lo que podríamos llamar el estado alucinado de lector
que brilla en las otras páginas y que en aquestas se pierde tras el intento
explicativo, sociológico, etc.
Son
tantos los autores y autoras, temas y motivos, citas y paráfrasis, (¿alguien
dijo Doris Lessing? ¿Alguien murmuró Borges?) que recorren y atraviesan estas
páginas que puede resultar, a ratos, un tanto intimidante. Desde la discusión sobre la autobiografía a un
verso de Emerson a una parriana crítica de Parra, el
reseñador-crítico-antesquetodolector nos invita a participar de un mundo que es
claramente el suyo, pero –y he ahí el poder de la literatura—puede también ser
el nuestro. Y, claro, decía que intimida. ¿Demasiado? No, Missana logra
manejarse justo en el límite y de sus escritos se podría decir lo que él señala
sobre los comentarios de Anthony Burgess a Shakespeare: “hace gala de una
erudición libre de pedantería y un entusiasmo contagioso”. (Quizá la verdadera
labor del crítico sea el hacernos querer leer la obra que comenta. Quien lea
estas páginas, se encontrará a sí misma en múltiples ocasiones haciendo nota
mental o escrita de una novela o un cuento que siempre quise leer…)
La
libertad que permite la crítica, la reseña, el comentario, solo es comparable a
la de la poesía. Pero toda libertad viene de la mano con una responsabilidad
ingente (algo así como la del Hombre Araña). Y en ella –y sé que lo que voy a
decir muestra mi propia razón y pasión crítica—la política es parte intrínseca.
O sea, el dispositivo que crea Missana, su pasión crítica, su amor literario,
es también una máquina política y, como tal, se enfrenta e introduce de lleno
en nuestra realidad. El deseo de autenticidad que se nota como marca de nuestro
tiempo puede devolverse como interrogante invertida a estos mismos textos: ¿qué
nos dicen de la autenticidad que buscamos? O mejor: ¿cuál es su autenticidad?
La respuesta, las respuestas debiéramos decir, emergen múltiples desde las lecturas
mismas. No hay una autenticidad única, fija (y de eso trata de mostrar el texto
que nos cuenta de todas las posiciones políticas que, posiblemente, sostuvo
Borges a lo largo de su vida); en otras palabras: la literatura no nos hace
mejores personas, pero sí somos mejores personas gracias a ella.
O sea:
“Esta puede ser una de las funciones del arte y de la literatura, en su
exploración de las mentes y destinos individuales: ejercitar la capacidad de
ponerse en lugar del otro, concebir y habitar mundos ajenos, alimentar un
sentido de la propia contingencia. Puede pero, por supuesto, no debe.” Y
volvemos a pensar en ese deber ser, y el rol, papel de la letra literaria que
nos recuerda a Sartre y antes, mucho antes, esa pelea entre los divertidores y
los pedagogos. Y entonces, click, es que el título del libro –nombre de uno de
los ensayos—adquiere de pronto un sentido diferente. El breve texto reflexiona
sobre el ocio y su sentido históricamente y en nuestra sociedad consumista y su
relación con el consumo. Si la cultura de la entretención busca distraernos, “desviar
la atención”, se pregunta el cronista, “¿cuál sería su opuesto?” La respuesta
apunta primero al significado de la distracción. ¿De qué es lo se nos distrae?
¿Acaso no será aquella una distracción que nos distrae de la auténtica distracción? Es, ese posible y
pascaliano “no descuidarse de uno mismo” la mejor respuesta? Quizá –Missana no
quiere afirmarlo—el cuidado de uno mismo, se halle a pesar de todo en ese ocio
que nos distrae y nos devuelve inadvertidamente a nosotros mismos. La respuesta
–Missana no lo dice por su versión al lugar común—es la literatura: ese es el
ocio que nos devuelve a nosotros mismos. La distracción que nos divierte de
nuestro camino común y trillado, nos devuelve, como el amor (“enamorarse” dice
Lessing en estas páginas) nuestra condición de exiliados
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