Monday, October 10, 2016

El libro de la semana: Los estratos, de Juan Cárdenas

Quizá por casualidad las últimas tres novelas que he leído se inician con el derrumbe de una relación. Y a partir de ese momento, el personaje debe buscarse a sí mismo para poder encontrar algo que a veces se parece a una nueva vida. O algo así. El tópico, claro está, no es nuevo (pocas cosas lo son bajo este sol decían antes), pero la insistencia, a pesar de la casualidad, no deja de ser notable. No creo en generaciones; sin embargo, hay ciertas experiencias históricas que pueden teñir la vida de un grupo (de diversas edades y latitudes). Pero, ¿será que el nuevo milenio trajo una acentuación del sentimiento de pérdida y fracaso? Como si fuese lo único posible. En los años 90, otro colombiano, Efraim Medina Reyes, creaba la lúdica compañía Fracaso Ltda. (allí donde se necesite un fracaso, estaremos); en Juan Sebastián Cárdenas el fracaso no es una compañía y tampoco es divertido (aunque también la compañía de la que es heredero, quiebra, se hunde; el necesario paralelo económico a la destrucción emocional; ni amor ni plata). El fracaso es en estas páginas, más bien, como inicia el primer capítulo, una falla: una fisura y un inicio. Vertiginosa.



            Sí, Los estratos cuenta de un modo veloz –paratáctico-, la historia de un hombre cuyo matrimonio se desvanece sin más drama que el vacío y que necesita (¿por qué?) hallar a su niñera de infancia. Tiene sueños, imaginaciones, apariciones, que busca entender. Hallarla a ella, supone, hallar la clave de algo. En ese recorrido, le ayuda una ex psiquiatra y un detective/shamán (OK, este sí es divertido).



            Y, por supuesto, la otra ayuda es la de la literatura misma: en un pasaje La vorágine reemplaza a la Biblia y con ello la novela hace un guiño (más bien le da un abrazo) a la historia de la narrativa colombiana y a la violencia que está en el origen de ella (léase la literatura, la historia, Colombia). Esa separación de nubes será solo una de las divisiones que recorren estas páginas. Mejor dicho uno de los estratos que le dan, con notable pertinencia, su título, en cualesquiera de las seis acepciones que encontramos en el diccionario.
            Estratos de clases sociales, por supuesto. Estratos en la vida de uno. Estratos en el cielo. Estratos en las rocas. Estratos en las lenguas y el lenguaje (cada capítulo concluye con una coda, donde se incorpora un lenguaje diferente: ej quéramo do negro viejo --¿popular? ¿local? ¿oral?—es una apuesta arriesgada diría un crítico y si bien al cierre cierra al dejar abierto el viaje, siempre queda la duda…). Entonces, estratos sociales donde la vida del protagonista empieza a develar y revelar su vacío: la imposibilidad de pertenecer a ningún lado (un lujo que algunos se pueden permitir). Así, de pronto, en esta historia que bien podría ser la de un yuppie en quiebra, con problemas que a nadie le importan, se comienza a producir una inversión de la visión: la busca es la búsqueda por una desaparecida. Una desaparecida más, y aunque las razones no sean las que conocemos en otros miles de casos, el eco de aquellas se hace cada vez más fuerte. El pasado, volvemos a descubrir, no es solo un recuerdo, es también el presente que estalla. Y el dolor –la angustia y la paranoia—son presentes, no pasado. Tantas veces lo hemos dicho: el pasado no pasa. Y no es por nada (sino por mucho) que el narrador lee periódicos de los años 30 e incorpora ese lenguaje y ese tiempo a la narración de las viñetas con el lenguaje popular: en esa conjunción radica (algún) futuro.



            Reconozco que el proceso de purificación final, en el cual el protagonista acompañado por el detective (sarcásticamente un indígena capaz de entrar en contacto con la madre naturaleza, la pachamama, etc.) no es de mi predilección y en esas páginas, cuando se toma el “remedio” que “es la forma de recordar” y “te deja ver y te permite caminar al mismo tiempo por toda la memoria”, la onda un tanto new age (aunque sea paródica) produce un quiebre con el ritmo sentimental de la novela. ¿Con el ritmo sentimental? Esto es: quizá el alumbramiento, la purificación bien pudiese producirse de una manera más acorde con la lógica del protagonista. Pero, eh, ahí está el punto –el otro estrato—se trata también de pensar en la posibilidad de romper con esa lógica y de hallar en las visiones permitidas por el “remedio” no una salida, pero si una alternativa que no es ella misma sino el saber (el des-cubrir) que puede ser de otra manera. Que la vida puede ser de otra manera.  
            Al final, quedéme y olvidéme, como escribió alguien. Después del remedio, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado. O no, porque quizá una nube alargada se extiende por el horizonte…



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