De vez
en cuando, no muy a menudo a decir verdad, uno se encuentra con relatos,
historias, narraciones, que se sienten nuevas.
Por cierto, es una sensación que desaparece, más o menos, cuando nos ponemos a
analizarlas y, claro, estamos bajo el sol. Algo así, y más, producen leer los
relatos de este breve libro: hay una fuerza y un deseo desbordado que se lee en
cada página. Hay excesos innecesarios quizá, uno o dos de las historia que caen
en el chiste fácil, pero son las menos. A veces el lenguaje, quisiera uno en
veta huidobriana, podría tener menos adjetivos; pero no importan (y realzan el
exceso). Son textos violentos, que buscan sacarnos de quicio de nuestra cómoda
y acomodada realidad, que al entrar en lo extraño –a la Todorov—nos están
revelando la realidad nuestra y la de nuestra sociedad.
Valporno. Erótica obsénica logra, también, algo que
usualmente resulta un boomerang demoledor para un libro: su intento aparente de
epatar a los burgueses, su recurso y
uso de flujos, fluidos, abscesos, accesos y excesos corporales de todo tipo,
cuerpos quemados, lamidos y disfrutados a latigazos , no se queda solo en ello;
es más, no es siquiera importante: al final, y volveré a ello, lo que prima es
una paradójica certeza de esperanza o, en términos casi técnicos, la seducción
de la literatura.
Hay
antecedentes, cómo no; vueltas de tuerca de Sade, pasajes que remiten a
Lovecraft (no sé si seré yo o la casualidad, pero todos los últimos libros que
han caído en mis manos coquetean con la indecisión, en algún punto, de lo
fantástico); Rabelais, la Historia de O, los que se mencionan en “La comunidad
del Azote” y, claro, mucho cine (incluyendo El
cocinero, el ladrón, su mujer y su amante). Es decir, y esto tiene que ver
con esa sensación de lo nuevo, son relatos que se insertan en una tradición, en
tradiciones consagradas (si bien manteniendo un aura de marginalidad que las
vuelve más céntricas). En esa línea, los relatos de Berbelagua son notables,
prometen, no solo un futuro, sino prometen ellos mismos se redescubrimiento.
Uno que
va a suceder --quizá no el más
favorable, pero inevitable y canonizante—es el recorrido académico que les
espera a estos relatos. Estudiantes de literatura, de estudios de géneros,
feministas tardías y tardíos y de los nuevos, y nuevas podrán hallar aquí
material para papers, ensayos y tesis de distinto calibre y envergadura. El
cuerpo posee una importancia evidente en estas páginas; el cuerpo como lugar de
encuentro, de verdad, de posesión, de recorrido, de dominio, de libertad, de
poder, de saber, de temporalidades. El cuerpo dominado y dominante: la vida y
la muerte; el amor y la muerte (eros y su comparsa inseparable tánatos);
biopolítica desplegada; biopoder criticado y ejercido (porque sin duda aquí hay
crítica social y política; pero sin discursos ni pantominas). ¿Podemos hablar
de una estética del cuerpo? Quizá más bien debiéramos hablar de una estética
donde la textualidad adquiere una corporalidad determinada y viceversa. Se crea
un sentido de pertenencia entre texto y cuerpo (la relación es clásica, pero se
renueva cada vez).
Y está
la mirada (“aguda” la llama la contratapa; yo diría más bien que es la mirada
del ojo que se obliga también a escuchar, oler y percibir; una mirada
sinestésica). Fundamental para la fuerza, la hermosa violencia literaria, de
estas historias, es la perspectiva de las distintas narradoras: desde dónde se
ve el mundo y cómo se le percibe. Sí: una mirada que no es la mirada
tradicional, hegemónica, patriarcal, héteronormativa, blanca, masculina, y se
puede seguir el listado. Pero una mirada, y esto me interesa más, que es
también la mirada de la modernidad, porque Berbelagua no se ubica fuera de ella
sino se introduce con plenitud en su sentido y su saber: “Mientras más
escuchábamos a Brahms, más ratas aparecían”, uno de los mejores comienzos que
he leído en un tiempo, donde se condensa el horror, la destrucción, la belleza
y la creación (pero ya lo sabíamos: los sueños de la razón…). Sapere Aude!,
clamaba Kant. Pues bien, estas páginas son una de las respuestas a las que nos
debemos enfrentar cuando acatamos ese llamado.
Volvamos,
entonces, a la esperanza. Sí, porque a pesar de toda la destrucción, la
violencia, la locura y la muerte (como recordaría Quiroga); desde los límites –y más allá—de los
cuerpos, hay una posibilidad de comenzar de nuevo (no hay, gracias a Dios,
intento de redención); de imaginarnos diferentes (que es imaginarnos quizá
igual a lo que verdaderamente somos, sin afanes teleológicos ni llamados
salvadores). Valporno nos despierta,
nos ruboriza en el espejo de nuestra realidad, y nos acerca a ella. Aquí la escritura
es un cuchillo que diseca y cercena, donde lo único realmente obsceno sería no
leer.
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