Sunday, May 11, 2014

El libro de la semana: Instrucciones para mudar un pueblo, de Jorge Alberto Gudiño Hernández




Entre Cortázar y Rulfo pensé al leer las primeras páginas de estas instrucciones para lo que a usted se le ocurra (cada breve capítulo lleva por título unos misteriosos puntos suspensivos y un “para triunfar o claudicar o hacer negocios o para mudar un pueblo o para el desahucio”, primando las instrucciones para la derrota). Pero demasiado pronto el intento literario me provocó un exceso, por suerte breve de lectura rápida y breve, de arremolinamiento estomacal: entre la cirrosis y la sobredosis.



El pueblo en cuestión, El Goterón “es una plancha, un comal agrietado” por si quedaba alguna duda. A él han llegado ávidas mineras que necesitan trasladar a la gente a otro lugar para poder hacer de las suyas a gusto. Por supuesto que eso es más fácil decirlo que hacerlo. Así, a partir de esa base económica que apunta al proceso de neoliberalismo a ultranza vivido en México, nos vamos enterando de las vidas de varios de los personajes que viven (vivían) en el pueblo y ahora se mudan. Ambos aspectos, la referencia a cómo la economía y la política afectan a la tierra y a quienes viven en ella y el intento polifónico, de dar cuenta de múltiples historias que se cruzan pero no necesariamente se conectan, remiten a la gran novela de Rulfo. Y por si a alguien le quedaba alguna duda, también en estas páginas hay un Abundio que se las trae.



Pero, dirá el avispado lector, no hay problema en esas relaciones; puede verse como homenaje, reescritura; además, dirá, los tiempos han cambiado: lo que en Rulfo es una muestra brutal de acumulación primitiva del capital, aquí se adopta al siglo xxi; los personajes también son aggiornados y Susana San Juan es una cantante que tiene un apodo que le hace bastante justicia, La Machacona, y el Pedro Páramo es un literal Perro Viejo que muere acribillado por el tipo a quien se acaba de coger (que se enoja porque no le va a pagar lo debido). Bienvenidos a los nuevos tiempos.
Está bien, algunas de las historias son entretenidas, incluso su crítica es a ratos inteligente desde el humor que maneja. La del asesino a sueldo a quien le matan a su familia y quiere vengarse es la más notable de todas; la del cura que crea una nueva religión y hace del tipo que mata un profeta, tiene momentos curiosos; el del abuelo con su nieto enfermo caminando por las desérticas calles busca un tono metafórico que no alcanza; la del licenciado que va al gimnasio y tiene un cuerpo perfecto habla por sí misma: en la cama es tan aburrido que hace que su secretaria después de una rauda sesión le pregunte si tiene novia. Por qué me lo preguntas, pregunta brillante el lic. Ella responde brillante también: No sé si tienes suerte o ella se conforma con cualquier cosa; y luego: No entiendo por qué alguien se acostaría contigo más de una vez; y remata con: De nada te valen este cuerpecito no este paquetito si no los sabes usar (sic. ¡SIC!).



Ahora bien, a pesar de estos excesos y de los intentos con dispares resultados de letanía literaria –varios capítulos emplean la anáfora (se cuenta; se dice) para conseguir un ritmo que remede el de las almas que habitan el texto y, sobre todo, para provocar una estructura de sentimiento del narrador –la omnipotente voz que clama desde el desierto-- que bien puede ser uno de los aspectos mejor logrados de la novela—Instrucciones  tiene algo entrañable. Un algo que se acerca, sin serlo, al sentido de desesperación del cual solamente la escritura nos puede salvar; algo que es la constatación de la tristeza más radical y de la certeza que la muerte es siempre más fuerte, que solo hay breves instantes de felicidad que inevitablemente van a pasar como pasa todo en esta vida. Por ello, si adquiere sentido, a ratos, el empleo de la voz olímpica del narrador y el uso de la segunda persona, hablarle al personaje en un intento de hablarle también a los lectores, de hacerlos partícipes no tanto de la historia sino de sus sentimientos. Sí, porque lo que importa aquí no es tanto lo que les pasa a los personajes sino lo que sucede al interior de ellos.
Sin embargo, a pesar de estas posibilidades de la lectura y de la ternura que se desprende de alguno de los que habitan esta tierra, la novela no alcanza a rescatarse por sí misma. Creo que fue Cioran quien dijo que quien escribía un libro estaba posponiendo su suicidio. Los personajes de Instrucciones viven gracias a la escritura, posponen su muerte que será inevitable gracias a la escritura de la novela. Sí, para ellos la escritura es lo que les impide caer en la desesperación total. El problema es que a veces posponer lo inevitable no es una buena idea. 


No comments:

Post a Comment