Monday, May 5, 2014

El libro de la semana: ¿Te veré en el desayuno?, de Guillermo Fadanelli




Como buen platónico (y a ratos romántico), Fadanelli gusta de pensar la ciudad desde el espejo que son sus habitantes. La gente que la vive, la recorrer y la sufre son la ciudad misma. Sus sentimientos y esperanzas, sus sueños y derrotas, construyen la polis y hacen de ella ese lugar trágico y cómico, donde lo que resulta más difícil es precisamente la construcción, la relación entre personas. Así sucede, al menos, en esta novela que recorre partes de la Ciudad de México –de una clase media que se ha venido a menos hace ya mucho tiempo, a la que entre la violencia de la vida le quedan destellos de felicidad—desde la perspectiva de cuatro personajes que comparten radicalmente una condición: la soledad. Sí, de lo que se trata en ¿Te veré en el desayuno?, es de romper con la soledad, que se hace más terrible en una urbe donde viven millones de almas solas como la de uno. Todos –Ulises, Adolfo, Olivia—están y se sienten como Cristina: más solos que un perro. Y si esa soledad funciona como metáfora de la city, sus expectativas y tareas crean una red político-simbólica (es decir, apuntan a un funcionamiento de la ciudad y de sus ciudadanos y refiere también a la posibilidad de cambio) notable: Ulises es un oficinista de medio pelo, que quiere llegar a ser gerente, pero no hace en realidad nada para lograrlo, quizás porque en el fondo sabe que es imposible, y siempre los nuevos gerentes vendrán de afuera; Adolfo, vive en la casa de sus padres fallecidos, donde ha vivido toda su vida, con la bata de su padre aún colgando y el cepillo de dientes de su madre aún repartiendo su memoria en el baño. Adolfo estudió veterinaria por dos años y se retiró, deja pasar la vida con su obsesión por Olivia, la vecina, hija de testigos de Jehová (la presencia y referencia de lo religioso, en particular desde lo que podríamos denominar un imaginario religioso-popular-urbano es considerable y valdría la pena pensarlo más en detalle), quien es brutalmente violada en el vecindario. Enamorado toda la vida de ella, solo la violación que sufre abre la posibilidad para que él se acerque a ella. Y Cristina, prostituta callejera, pero con un corazón digno de puta de Joaquín Sabina. La novela se inicia, entre irónica y en serio, con un epígrafe que es toda una declaración de principios literarios. En la mejor veta del realismo decimonónico (del bueno): “La siguiente es la historia de cuatro personas cuyas vidas no merecían haber formado parte de novela alguna”. No “merecían”, en ese pasado que la misma novela rompe y quiebra al convertirlos en parte de ella misma. No se trata de que todo sea novelable (aunque lo sea), sino de cómo se muestra la realidad de la novela: se escribe sobre lo que no merece escribir; con ello se recupera una fuerza inicial de la novela, su creación burguesa en parte, sí, pero también su carácter revolucionario, realista. Y es en esta tensión donde vemos dibujada e imaginada la ciudad misma: la ciudad que se recorre a través de los cuatro personajes.



            La construcción de la trama acentúa la ironía y, hasta cierto punto, en su evidencia, pone de relieve lo ficticio de la realidad; esto es, la realidad es una elaboración, no es algo dado de por sí, es siempre una invención. La realidad solo existe desde la creación. Y eso provoca que sea más real, más verdadera.



La gran tragedia de estos personajes, que es también la tragicomedia de la ciudad, es que al final logran lo que quieren, más o menos, su optimismo se ve en parte recompensado. Adolfo logra vivir con Olivia; Ulises vive con Cristina; todos rompiendo con la cáscara de su soledad, encontrando compañía para acabar con la desolación cotidiana. Pero rápidamente se descubre que esa solución es solo una máscara, la superficie que no tiene la suficiente fuerza baudrillariana para hacer desaparecer el sentir profundo. Muy pronto Ulises quiere volver a conocer a una prostituta como Cristina, a pesar de vivir con ella; muy pronto Cristina extraña cierta libertad de su vida previa. Pero todo sigue y todo queda: lo que determina el futuro (y el presente) es la violencia física y sistémica que todo lo rodea y permea. Sí, al final sabemos que la vida sigue y seguirá igual o no; que lo único que realmente cambia el destino es la violencia. Así, sabemos que se sabrá, en algún momento, que ha sido el hermano de Cristina uno de los violadores de Olivia; lo sabemos cuando los cuatro comparten una cena triste, que bien podría ser una escena de Carver o un cuadro de la soledad de Hopper.



Fadanelli crea historias con gran facilidad, sus imágenes y lenguaje se desplazan entre el desenfado y la belleza. A fin de cuentas, un poeta, un romántico y un realista, su escritura ha creado una de las constelaciones más llamativas, y a ratos provocadoras, de la narrativa latinoamericana de los últimos lustros. 


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