Las leyes ocultas del deseo. Ahí es donde
quiere llegar el protagonista de este divertimento,
Edi Montoya. Estructurado como una confesión que busca la redención –una suerte
de reescritura del Lazarillo sin toda
la gracia del chico de Tormes—y el perdón de su esposa, Latinas Candentes 6 es un texto que a ratos logra más que
entretener gracias a la agilidad de la voz narrativa. Edi cuenta su vida, cómo
de filmar fiestas de quinceañeras ha llegado a convertirse en el “indiscutible
zar del porno duro latino”. Su esposa lo deja y decide darle un giro a su vida.
No se trata de dejar el negocio de la pornografía, el que por cierto alimentaba
el consumo ilimitado de su mujer, sino de darle un sentido mayor a su labor
fílmica. Darle un sentido, una profundidad al porno. La ironía está, nunca
mejor dicho, a flor de piel. Nadie se pregunta por qué una mujer desea estar con cinco hombres a la vez.
En el porno, eso simplemente sucede, está ahí. El deseo de Montoya apunta así
no tanto al absurdo del porno como a la idea de que todo a fin de cuentas es
una construcción en busca de sentido. Sí: la misma literatura es un invento que
busca sentido –hay largos pasajes donde se habla de falsificación de obras de
arte; obras falsas que pasan por obras verdaderas; así como el porno pasa por
sexo o por erotismo. Al final nada de eso importa.
Latinas no es una novela erótica, menos
pornográfica (o al revés). Lobo logra quitarle lo “candente” a las escenas que
describe de un modo que resulta entre paródico y clínico (todo gracias a la voz
de Montoya). Ese distanciamiento con el objeto en cuestión es por un lado,
loable, pues permite pensar una crítica del mismo y darse cuenta que los tiros
van por otro lado (más sobre esto en un rato); pero por otro, la casi locura y
obsesión del protagonista no termina por convencer. Su distanciamiento desde su
conocimiento –porque Edi sabe todo lo que hay que saber sobre pornografía y no
escatima en compartir con nosotros dicho saber— provoca un intermitente
cortocircuito en la lectura.
Pero
lo salva, como dicho, la soportable levedad y la sonrisa que la caracterización
de la realidad despierta: “¿Hay otro lugar fuera de Las Vegas donde premien el
talento para recibir una verga por el culo? Dios bendiga a América”. Desde ahí
se disparan los tiros de los que hablábamos: todo es espectáculo que dura lo
que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, todo es efímero, lo
único que importa es el dinero, y el mejor modo de hacer dinero, tanto real
como metafórico pareciera decir Latinas es
a través del porno. OK, de acuerdo, la metáfora resulta un tanto simplista:
vivimos en un mundo que es pornográfico,
donde el principio de realidad ha convertido a Lacan y a sus seguidores en
niños de pecho. Ver hasta el milímetro de piel para poder sentir y saberse
alguien algo. Porque en el fondo, la industria pornográfica se alimenta de la
ausencia absoluta de sentido, de la soledad que determina la condición de Edi y
de todos nosotros obligados pornógrafos adictos.
A
diferencia de otras novelas que merodean los territorios de la pornografía o de
la literatura erótica (campos tan distanciados como el dadá del ballet clásico,
pero que se suelen meter en el mismo saco), Lobo no es pretencioso y eso se
agradece. Se ríe de su protagonista, pero al mismo tiempo logra que surja algo
entrañable en él, a fin de cuentas es un tipo víctima, como todos nosotros, de
las circunstancias. El porno es un detalle que, claro, tiene la virtud (o su
opuesto) de tocar ciertas vibras morales muy vigentes en la actualidad. Lo que
Montoya quiere es algo parecido al amor. Lo curioso es que aunque sabemos que
la pornografía está en las antípodas del amor, es precisamente ahí donde
pareciera ser que Edi puede hallar cercano al amor, por lo menos una pasión que
le devuelva sentido al vacío de su existencia.
Latinas candentes 6 se inicia como
divertimento y termina en clave irónico-tragicómica. Es una novela, además, en
la cual se entrega mucha información (información, como diría una amiga, que no
nos interesa mucho saber), las descripciones de las proezas anatómicas son referidas
con el alejamiento y distancia ya mencionados. Y, así, nos quedamos al final
con ese gusto a medias, con gusto a poco y las risas no son suficientes y la
libido tampoco sube. Quedan algunas imágenes, algunas ideas ingeniosas, el sexo
intergaláctico, un Hummer volando por los aires, los peces carnívoros que
simbolizan el matrimonio de Edi, la seguidilla de personajes --todos dignos en su patetismo—que buscan
calentar algo más que de la cintura para abajo en sus vidas; todo ello nos
muestra que las leyes del deseo se encuentran en otra parte.
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